LEÓN OPALIN PARA ENLACE JUDÍO

Primeras experiencias de la vida matrimonial

De recién casados establecimos nuestro hogar en un pequeño departamento de un edificio nuevo de la Colonia Narvarte. Lo fuimos amueblando poco a poco, conforme generé los ingresos para este propósito. De las cosas sobresalientes que recuerdo sobre el departamento está el hecho de que nuestros vecinos, dos ancianos alemanes, que seguramente habían emigrado a México después de la Segunda Guerra Mundial y que aún tenían impregnado en su ser el racismo nazi y el odio antisemita; de aquí que inmediatamente percibieron que nosotros éramos judíos y empezaron a quejarse con el portero de nimiedades. Con el ímpetu de nuestra juventud y el haber aprendido del Holocausto que “nunca jamás”, los paramos de tajo y dejaron de quejarse y molestar.

Irónicamente 20 años después, al lado de la casa que habito en Coyoacán, vive una señora alemana que también empezó con actitudes hostiles hacia mi familia y nuevamente pusimos freno a esa situación.

Con tristeza he observado que diferentes grupos de extranjeros que se establecen en México, no solo alemanes, manifiestan aires de superioridad y ven con desprecio a los locales. Si bien, ésta no es una practica generalizada, es más frecuente de lo que mucha gente piensa. En este sentido, me he percatado que algunos judíos, a pesar de haber nacido en México, no muestran una actitud cordial a los no judíos. La mayor parte de los habitantes de México, no obstante la gran problemática que se vive en el país en el orden económico, político y social, son personas afectivas, cálidas y abiertas.

De los gratos recuerdos que tengo del inicio de mi matrimonio y de nuestra estancia en aquel departamento, fue que a los seis meses de vivir allí, una madrugada escuché música de mariachis. Me levanté a ver qué sucedía y al abrir la puerta me encontré que en el pasillo estaban plantados los trabajadores de la fábrica que había iniciado unos meses antes y un grupo de mariachis que entonaban las mañanitas. Mi esposa había organizado con toda discreción una fiesta sorpresa para celebrar mi cumpleaños número 22; el espacio del departamento era reducido, así que una parte de las personas permanecieron en el pasillo del edificio, todos disfrutando de los bocadillos que había preparado mi esposa.

Además de los mariachis, había un trio que interpretaba románticos boleros; uno de sus integrantes, era uno de los trabajadores; no cabe duda que los mexicanos son por naturaleza artistas y su ámbito trasciende el musical.

En los ocho años de existencia de la fábrica, todos mis cumpleaños fueron celebrados en la misma forma: con la presencia de mariachis, el trio y una estruendosa música guapachosa de discos. Tengo en mi memoria el agradecimiento a esas muestras de cariño y alegría del personal.

Tuvimos a nuestro servicio en la casa a una señora de Oaxaca, Doña Lupe, que fue de especial apoyo en la preparación de la comida; pues mi esposa apenas se iniciaba en esas tareas. Lupe siempre vestía de negro, quizá como expresión de luto; era de carácter poco amable.

Sucedió que un día se registró un fuerte temblor, que se sintió con mayor fuerza en nuestro departamento que estaba ubicado en los pisos superiores del edificio. Lupe se impresionó mucho con el temblor y se hincó a la entrada de la casa a rezar, pidiendo a Dios que no hubiera desgracias. La escena que observamos fue casi mística.

Después de Lupe, contratamos a una joven oaxaqueña para nuestro servicio, que como esta última, era muy trabajadora y limpia, además era notablemente alegre. Como toda oaxaqueña, era muy buena cocinera, preparaba un mole exquisito.

Después de la muerte de los padres de Sari, en enero de 1962, me puse de acuerdo con sus tíos para establecer una fábrica de maquila de trajes en exclusiva para su cadena de tiendas, que en aquel entonces se ubicaban principalmente en San Juan de Letrán, hoy Eje Central. Me rentaron dos medios pisos del edificio de su propiedad, ubicado también en San Juan de Letrán, contiguo a la Torre Latinoamericana; era el famoso y viejo inmueble de cuatro pisos denominado Rule, el cual sus tíos trataron de remodelar a fondo e invirtieron muchos recursos, empero, finalmente les fue expropiado por el Gobierno del Distrito Federal, ya que en excavaciones que realizaron salió a la luz que formaba parte de la Iglesia y Convento de San Francisco de la calle de Madero.

Compré a crédito algunas máquinas de coser, una cortadora eléctrica de telas, una máquina para hacer ojales, planchas con tanques de vapor y un sin número de utensilios necesarios para elaborar los trajes. Los pantalones los daba a maquilar a terceros, además invertí en adaptar los locales para llevar acabo los procesos de manufactura. Para mi oficina, utilice unos bellos y finos sillones de piel roja que estaban en uno de los despachos del cuarto piso, y que probablemente habían pertenecido a uno de los abogados que previamente se habían instalado en el edificio.

El negocio que emprendía era muy riesgoso por que no tenía experiencia en procesos de manufactura de ropa; la tenía en el corte y distribución de la misma. El manejo de personal no era fácil, tuve más de 100 trabajadores empleados y varios maquileros de pantalones y sacos, en virtud de la capacidad propia para elaborarlos era insuficiente.
Asimismo, con una liquidez limitada, porque propiamente no tenía capital y dependía de un solo cliente, lo que hacía muy vulnerable a la fábrica.

La fabricación de trajes de hombre, requería personal especializado, que era escaso en el mercado. Diversas operaciones manuales que se hacían en la fábrica, hoy día se llevan acabo con maquinaria sofisticada, cuya productividad es infinitamente superior a las tareas semi artesanales que realizábamos. Sin embargo, el factor clave que me hizo salir adelante, fue un alto espíritu de trabajo y responsabilidad hacia mi familia. También ayudó que no existía la estructura monopólica de las grandes empresas que hoy prevalece en muchos sectores de la economía.