LEÓN OPALÍN PARA ENLACE JUDÍO

Celebración del Día de los Muertos

La semana pasada se celebró en México el Día de los Muertos, tradición que honra a los que ya partieron y que se lleva acabo desde la época prehispánica; quizá sea de las pocas manifestaciones religiosas en las que se mantiene una actitud de autentico fervor, que no ha podido ser borrada por la comercial celebración de Halloween importada de EUA. En la fiesta del Día de los Muertos los fieles católicos preparan ofrendas y altares para recibir a las almas de los seres queridos fallecidos que llegan a convivir con los vivos, de aquí
que constituya una festividad de alegría. En las culturas prehispánicas de México la gente concebía la muerte como parte de su filosofía de vida, no le temían a este inevitable suceso.

El Día de Muertos constituye una oportunidad de reflexión para evaluar la estancia de los individuos en la vida y para prepararse emocionalmente cuando suceda; generalmente la gente habla de la muerte de terceros, difícilmente la refleja en su persona. Cuando niño, tuve oportunidad de convivir con mi nana Delfina, de la cual ya hablé en otra Crónica, en un Día de Muertos en su pueblo natal; la acompañe con sus familiares al Campo Santo a limpiar y adornar las tumbas de sus seres queridos, a ofrecerles los alimentos y bebidas que más habían disfrutado en la vida.

Todo el pueblo se volcó en esas tareas; se oían melodías interpretadas por las bandas del pueblo. Diez años atrás, cuando murió el esposo de Delfina, Don Pepe, junto con mi esposa la acompañamos al entierro en el cementerio del pueblo; fue un acto muy emotivo, acompañado por los acordes de una pequeña orquesta, que, entre otras melodías, interpretó el vals “Dios Nunca Muere”, escrito en 1868 por el compositor y violinista Macedonio Alcalá, “que de facto es el himno del Estado de Oaxaca y que refleja el dolor del pueblo oaxaqueño”.

También con mi primera esposa, en 1964 viajé al estado de Michoacán para asistir a la celebración del Día de Muertos en la isla del lago de Janitzio, ubicada frente a la población de Pátzcuaro. La fiesta de muertos se realizó por la noche en el panteón de la Isla, donde todas las tumbas estaban adornadas con flores de Cempaxúchitl y velas; en el camino al panteón se podían observar los altares con ofrendas en las casas de los residentes de Janitzio que dejaban abiertas sus puertas para que los paseantes las pudieran ver.
El ambiente era místico, resaltado por los murmullos de los indígenas locales que hablaban la dulce lengua purépecha. El frío era intenso, sobre todo en la madrugada, cuando regresábamos en una lancha colectiva a nuestro alojamiento en las afueras de Pátzcuaro, en una amplía cabaña ubicada al pie de una montaña.

Estas vivencias han permanecido en mi mente toda mi vida. Michoacán en los sesentas estaba cubierto por tupidos bosques; en varios pueblos del Estado se vendían originales artesanías. En una de mis visitas a Paracho y Quiroga, localidades cercanas a Pátzcuaro, compré una figura de barro de alrededor de cincuenta centímetros de alto de un violinista indígena, pintada con materiales vegetales, la cual este año tuve el gusto de obsequiarla a mi nieto Alan en su cumpleaños catorce. Michoacán es ahora una región bastante deforestada, dominada por la delincuencia organizada que ha impuesto la violencia y el terror entre sus habitantes.

Igualmente, con Sari, mi primera esposa, fui al pueblo de Mixquic, en la delegación de Milpa Alta en el D.F , otra de las localidades en donde se celebra en grande el Día de los Muertos; la visita fue el 2 de noviembre de 1973, siete días antes de que ella falleciera. En el Día de los Muertos de este año, vi en la televisión la alumbrada Mixquic, la ceremonia que se realiza en la noche cuando en todas las tumbas se encienden velas; la vista de la alumbrada desde un avión era espectacular.

En el presente, el Día de los Muertos, se ha convertido en un día de asueto para mucha gente o de una cómica celebración de Halloween; sin embargo, afortunadamente todavía millones de mexicanos de las clases populares viven el misticismo del culto a la muerte que celebraban con tanta devoción sus antepasados indígenas.

Cuando llegas a la tercera edad te vuelves más sensible al fenómeno de la muerte, debido a que en tu círculo de amigos y conocidos empieza a ser frecuente este acontecimiento. Justamente, la semana pasada fallecieron tres personas mayores con las que, en diferentes épocas de mi vida, mantuve una relación.

Bernardo, primo político de mi primera esposa, fue el primero que murió; cuando me casé con Sari, tuvimos una amplía relación con Beki, su prima, y su esposo Bernardo; íbamos al cine, al teatro, a los restaurantes de la Zona Rosa que estaba de moda en los sesentas, y de vacaciones a Acapulco, principalmente.

Después falleció Don Francisco, mi maestro de Historia Económica de México en el ITAM. Sus clases despertaron un gran interés en el grupo; más que cátedras, se asemejaban a amenos cuentos que atraían la atención de los que lo escuchábamos; era una persona culta y de un lenguaje agradable con un fino trato. El cáncer le segó la vida en sus ochentas. Asimismo, falleció el Chef Arnulfo, quien durante más de tres décadas comando los Comedores Ejecutivos de la institución Financiera donde laboré por 25 años. Arnulfo, con su variada cocina, en la que sobresalían los platillos mexicanos, algunos de origen prehispánico y de la época de la Colonia, puede evaluarse como uno de los mejores chefs de México, sino que el mejor. Afortunadamente dejó tras de si una camada de chefs que preparan la comida con la misma maestría que el lo hacia. Arnulfo, oaxaqueño de origen, constituye un orgullo para la gastronomía mexicana.

Como colofón de esta sucesión de muertes, el 11 de noviembre pasado recibí la noticia del fallecimiento de Dori, la hermana de Sari, a quien justamente mencioné en la Crónica pasada. Dori era la única persona que quedaba de esa pequeña familia, integrada por el señor Natan, la señora Regina y Sari. Me siento intimidado por el reciente fallecimiento de familiares y conocidos, parece que la muerte ronda a mi alrededor.