Artículo de septiembre de 2011

CLAUDIA PRIETO EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO

No hace falta más que hablar un par de minutos con cualquier turista que haya viajado por México para no tener dudas sobre la amabilidad y calidez mexicana al recibir a los extranjeros. Y es una realidad; el mexicano no duda en detenerse a ayudar al desconocido que parece perdido en la calle, incluso cuando no conoce la dirección correcta. No obstante, la sociedad mexicana no se enfrenta cotidianamente a la multiculturalidad típica de algunas ciudades donde un sin número de religiones, costumbres y nacionalidades conviven, una junto a la otra, en oficinas, calles y transporte público. Como resultado de esta relativa homogeneidad, principalmente religiosa, el antisemitismo se manifiesta en diversos ámbitos de la vida del mexicano, sin que, a veces, se reconozca.

La población judía en México es minoritaria y sin embargo, debido a sus importantes aportaciones en la vida cultural, empresarial y científica, podemos encontrar presencia judía en prácticamente todos los ámbitos de la vida nacional. Es entonces cuando nos enfrentamos a una realidad desconocida para muchos: el antisemitismo. La discriminación viene en empaques de todos tipos y se cuela en todos los ámbitos, tiene raíces muy distintas pero su presencia es innegable.

En primer lugar, podemos encontrar el antisemitismo que nace de la ignorancia, sin duda peligroso pues se fundamenta ver al Otro como un ente amenazante por el simple hecho de no compartir ciertas costumbres, creencias o incluso rasgos físicos. En más de una ocasión nos enfrentamos a comentarios como “tengo un compañero en la oficina que es judío, come cosas muy raras, no se ven nada bien” o “vi a tu gente caminando por Polanco el sábado en la mañana, no entiendo porque se visten así”. La frase inocente o la pregunta de apariencia curiosa esconden un claro “no somos iguales, ustedes son extraños” y muchas veces es acompañada por gestos que muestran un claro desprecio por aquello desconocido que no quiere ser entendido sino hecho a un lado.

Por supuesto, también encontramos una variante basada en prejuicios típicos “no seas codo, se nota que eres judío” o “pero qué nariz, ¿tienes algún pariente judío?”. Estos comentarios dejan a la vista la concepción predominante sobre el judío: el narizón, que vende telas en el centro y que ha amasado una buena fortuna, no por trabajador sino por tacaño.

Y finalmente encontramos un tipo de antisemitismo “moderno” que se esconde bajo la careta del anti israelismo. México no ha sido inmune a la difundida percepción, -predominante en América Latina- de Israel como un país bélico sin derecho real a existir. Logros científicos, culturales, relaciones comerciales se olvidan, los muertos israelíes no se cuentan y los ataques de grupos terroristas árabes se justifican. Y entonces el antisemitismo ya no se condena, pues ser anti israelí es políticamente correcto y se justifica fácilmente “no es que tenga algo en contra de los judíos sólo estoy a favor del boicot a Israel”. Pareciera no haber contradicción en aquel que se declara pro libertades y que al mismo tiempo se dice opuesto al único país de Medio Oriente que vela por el respeto de ellas.

Ignorancia, prejuicios e ideologías políticas confusas son una mezcla explosiva que tiene como resultado una discriminación silenciosa a la comunidad judía de nuestro país. Es obligación de todos nosotros, quienes recordamos las enormes tragedias que la discriminación disimulada acarrea, disipar la cortina de humo que existe sobre el antisemitismo en nuestro país.

Al identificar el antisemitismo, hay que llamarlo por su nombre, no justificarlo (ni en broma), combatirlo a través de la promoción cultural y política, así como mediante el conocimiento acerca de Israel, parte valiosa y fundamental de nuestra historia.

El silencio solo nos convierte en cómplices.