Escalada en Siria

EL PAÍS /

Siria padece una dura guerra civil que es a la vez un conflicto regional, un pulso armado entre Irán y los chiíes frente a Arabia Saudí y los suníes. De cómo acabe —y su final no llegará solo con la caída de Bachar el Asad y de su régimen—, dependerá el equilibro de fuerzas y la estabilidad en la zona. Tras 21 meses de levantamiento contra esa feroz dictadura y de brutal aplastamiento de los rebeldes por las fuerzas del régimen, las tornas se están volviendo contra este, en una escalada tanto diplomática como militar. Sobre el terreno, los rebeldes van avanzando, y en el escenario internacional, la oposición, finalmente unida en torno a la Coalición Nacional de las Fuerzas de Oposición y de la Revolución Siria, ha sido reconocida como único interlocutor válido por un centenar de países —reunidos el miércoles en Marraquech—, empezando por Estados Unidos en la estela marcada por los europeos.

De momento este reconocimiento diplomático no tiene consecuencias militares para el Ejército Libre de Siria, aunque socava la idea de una salida política al conflicto frente a una lucha a muerte. A medida que los rebeldes se hacen más fuertes, el régimen utiliza contra ellos y la población civil armas más mortíferas. Primero fue la artillería pesada; luego, la aviación; y ahora, según la acusación de EE UU, misiles Scud. Asad debe saber que no podrá usar armas químicas sin atraer la devastación contra él y los suyos.

El mundo asiste casi impávido a esta carnicería. Los occidentales no se plantean, a pesar de que deberían hacerlo, instaurar una zona de exclusión aérea que permitiera respirar a los rebeldes y ahogar a El Asad. Porque Siria no es Libia. No hay, pues, aval de la ONU por la oposición de China y de una Rusia que, sin embargo, se va convenciendo de la inevitabilidad de la caída de El Asad. Y Siria dispone de sistemas antiaéreos potentes. Además, Occidente duda en enviar armas a los rebeldes por miedo a que caigan en manos de yihadistas extranjeros vinculados a Al Qaeda, muy activos en esta guerra, con los que habrá que lidiar después. Son Arabia Saudí y Catar los que están equipando con armas modernas al ELS.

La no intervención tiene límites. El reconocimiento de la oposición siria debería acompañarse del envío, controlado, de armas a los que luchan sobre el terreno contra El Asad. Los occidentales, como cansados, avanzan hacia una implicación vergonzante. Puede que lleguen tarde.

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