Acontecimientos Recordables

LEON OPALIN PARA ENLACE JUDÍO

El inicio de los noventas representó una nueva etapa de mi vida. En 1990 se casó mi hijo mayor Natán, y en 1991 Regina, volaron del nido a los 25 y 24 años, en cada caso. Mi esposa y yo permanecimos con nuestros hijos pequeños, Tali y David.

Gran parte de nuestra vida se centró en ellos; no obstante, mantuvimos una relación estrecha con los hijos grandes.

Sus bodas religiosas se llevaron a cabo en el marco de la tradición judía en el templo de Bet El; fueron ceremonias muy alegres a las que llegaron muchos jóvenes y numerosos amigos gentiles del Banco, la mayoría de ellos por primera vez asistían a una ceremonia religiosa judía; sus comentarios fueron que fue muy alegre y de gran ambiente.

Recuerdo que en la boda de Regina, en la pomposa entrada de los novios al salón de fiestas del templo, mi hijo David, que era uno de los pajecitos, tendría tres o cuatro años, se negó a seguir el cortejo de los novios y lloró intensamente; su actitud causó hilaridad en los presentes.

La luna de miel de cada uno de los hijos, cada quien en su oportunidad, fue en Hawái, y allí tomaron un crucero que los llevó a las paradisíacas islas de la región. Unos años antes mi esposa y yo paseamos por aquellos lugares. Las bodas civiles se llevaron a cabo en un salón y en los jardines del mexicanísimo y bello restaurant San Angelin, a las que sólo asistieron familiares cercanos. Mis padres ya no vivían y tampoco la madre de Natán y Regina. Sus tíos abuelos me apoyaron para realizar las bodas religiosas y la adquisición de sus departamentos, en los que iniciaron su vida de casados.

En la primera época de sus matrimonios, Natán y Regina se mantuvieron cerca de mi esposa y sus hermanos pequeños. Natán y su cónyuge nos acompañaron a comer todos los domingos durante muchos años al restaurant árabe, “La Gruta del Eden”, en el Sur de la ciudad, del que hemos sido asiduos comensales; incluso, los dueños del restaurant nos invitaron a una magnifica cena para conmemorar sus 25 años de existencia. Además de los ricos platillos que sirvieron en esa ocasión, hubo un bello espectáculo de “bailarinas de vientre” y cantos de música árabe; ya de casada, Regina nos acompañó a diferentes viajes; entre otros, a San Diego, California, en el que invitó a una amiga de ella; en esa ocasión rentamos un amplio departamento por la zona de la Joya. También fue nuestra invitada en unas vacaciones a Nuevo Vallarta, en Jalisco, cuando empezaba a desarrollarse esa zona turística, y a Cozumel, en donde nos anunció que estaba embarazada de su primera hija, Sari, que en tres meses cumplirá 19 años.

A Cozumel fuimos varias veces en las vacaciones de verano; tuvimos estancias muy placenteras en esa isla; la playa del hotel en el que nos alojábamos era remanso de paz, la marea tranquila convertía al mar en una alberca infantil que disfrutaron Tali y David, y nosotros junto con ellos. Mi esposa, Tali y David hicieron unos paseos submarinos (snorkel) extraordinarios, alquilamos un Jeep para recorrer las extraordinarias playas de Cozumel. Nos recomendaron varios restaurantes de comida de mar, que sin ser de lujo, tenían un ambiente tropical y una comida extraordinaria, todos los platillos frescos del día y con el rico sazón de la comida mexicana.

En una ocasión que invitamos a Cozumel a mi suegra, se desató una epidemia en la isla originada por el polen de las flores que los insectos “chupaban” y después picaban a la gente, provocándoles urticaria; afortunadamente yo me libré de ese mal y pude atender a la familia. Con Tali y David nos relacionamos con muchos turistas que tenían niños; recuerdo que en unas vacaciones en Cozumel, convivimos durante una semana con una pareja (ella Cubana y él Mexicano) con su pequeño hijo, ellos vivían en Dallas, Texas. Varios años después estábamos de paseo en San Antonio, en el invierno, y casualmente nos rencontramos con ellos en un centro comercial de esa ciudad. Pasamos todo el día juntos; la vida está llena de encuentros y desencuentros, desde esa ocasión no los volvimos a ver; creo que ya transcurrieron más de quince años.

También al principio de los noventas, para ser preciso, en diciembre de 1990, fui con mi esposa e hijos de vacaciones a Cuba; Tali tenía 4 años y David 2 . Nuestra estancia en ese país fue muy placentera; los cubanos a pesar de que la estaban pasando mal; tenían carencias materiales y falta total de libertad; eran gente agradable y alegre. Nos alojamos en el Hotel Riviera, frente al mar, que en su época de apogeo, perteneció a la mafia y era un establecimiento de lujo; en 1990 reflejaba la huella del tiempo y la falta de mantenimiento. Teníamos una amplia habitación cubierta por una vieja alfombra verde descolorida, parchada a medio cuarto con un pedazo de alfombra morada. El desayuno y la cena estaban incluidos en la tarifa del Hotel, que recuerdo no era barata; servían platillos abundantes y muy sabrosos. A medio día comíamos en los restaurantes del centro; recuerdo uno de ellos decorado al estilo español; invariablemente en todos nos prestaban la carta en la que anunciaban numerosos platillos; sin embargo, cuando los pedíamos, la mayoría eran inexistentes.

Alquilamos un automóvil, marca japonesa, creo que Datsun, con el cual nos desplazamos por una ciudad libre de congestionamientos vehiculares. En una ocasión nos detuvimos para preguntar a un grupo de jóvenes por una dirección; eran amables y empezamos a platicar; a los pocos minutos apareció un jeep militar, y sus ocupantes los interrogaron y les ordenaron que se retiraran. En Cuba existía un régimen político que teóricamente había derrocado al dictador Batista, sin embargo, en la práctica; el régimen socialista era igual o más represor que Batista.

Con el automóvil recorrimos todo el Malecón de la Habana y el centro de la ciudad, que se asemejaba a la zona de la merced de la ciudad de México, el conjunto ofrecía una visita atractiva, aunque parecía que en cualquier momento toda la ciudad se iba a desplomar por falta de mantenimiento.

La escasez de bienes era evidente en Cuba. Una camarera me pidió que adquiriera en la tienda del hotel algunos productos que necesitaba; los cubanos no tenían acceso a esos establecimientos. La mesera que nos atendía, con turbación nos pidió un día que le obsequiáramos los tenis de mi hijo para su nieto. El día que fuimos a rentar el automóvil en el barrio residencial de la Habana, la empleada que nos atendió, una joven guapa con tipo español, reflejaba una gran tristeza, y le pregunté qué le pasaba; me comentó que en la mañana de ese día fue a recoger al tendedero de su casa la ropa de sus hijos, pero se la habían robado. Su desolación era completa, ¿Cuánto tiempo tardaría en reponerla?. Le pregunté cuántos años tenían sus hijos y con una sorprendente agilidad, observó a los míos y dijo; como de la edad de los suyos; cuando fui a entregar el automóvil, antes de partir a México, le llevé toda la ropa de mis hijos.

En este contexto de escasez, viene a mi memoria, un día en que en el elevador del Hotel Riviera, su operadora, una señora de edad mediana, mostraba un rostro compungido; le pregunté qué le pasaba; me contestó que tenía un fuerte dolor de cabeza; le dije que por que no tomaba un analgésico, y simplemente me contestó que no había. En ese tiempo yo padecía de una jaqueca, que afortunadamente desapareció al comienzo de mi tercera edad, y siempre llevaba conmigo pastillas para el dolor de cabeza; mismas que le obsequié a la mujer.

Cuando volamos de México a Cuba, en el trayecto conocí, a través de mis pequeños hijos, a unos diplomáticos búlgaros, que ya estaban en funciones en la Habana; nos invitaron a pasear a un “parque de diversiones” para niños; los juegos eran pocos y simples; era triste el panorama de subdesarrollo del parque. Posteriormente nos llevaron al club de diplomáticos; un lugar muy atractivo donde tomamos unas copas acompañados de los niños quienes bebieron refrescos. Al club sólo tenían acceso los diplomáticos y sus invitados así como la alta burocracia cubana.

Disfrutamos de las Playas de Varadero, similares a las de Cancún y del espectáculo artístico del Cabaret Tropicana; para ir a este último, dejamos a nuestros hijos encargados con una familia de mexicanos que paseaban en Cuba; al otro día nosotros cuidamos a sus hijos y los padres se fueron al Tropicana. El espectáculo era colorido y con el sabor de los viejos tiempos de gloria en que se presentó; aunque daban tristeza las mallas zurcidas de las esculturales bailarinas.

En vísperas del año nuevo en 1991, varios empleados del hotel y de otros sitios, nos expresaron que corría un rumor en la Isla que todo iba a cambiar para bien al inicio del año; quizá fue una fantasía que se generalizó. Han pasado 23 años de esa visita y he visto documentales que evidencian mejoras substanciales en las edificaciones para evitar su derrumbe y para atraer un mayor flujo de turistas foráneos. Cuba parece transitar con cautela a una economía capitalista, incluso ahora se permite salir sin restricciones a los cubanos al exterior. No obstante, las carencias de la población aún son muchas y el camino por recorrer es largo; ¿de qué ha servido medio siglo de socialismo en Cuba y sus avances en la medicina y la educación?