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Benjamín Netanyahu ha salido tocado de las elecciones anticipadas que convocó. Su partido, el viejo y conservador Likud, que acudía a las urnas en coalición con la ultraderecha liderada por Avigdor Lieberman, ganó el pasado día 22 los comicios (31 escaños), pero no ha logrado el objetivo de sumar una mayoría absoluta con los partidos religiosos y el panorama que se le presenta para formar gobierno no es fácil y, en todo caso, depende más que nunca de los demás. En un Parlamento aún más atomizado, la sorpresa ha sido el expresentador televisivo Yair Lapid, que, con un mensaje renovador, ha situado al nuevo partido Hay Futuro en segundo lugar, con 19 escaños.

Las elecciones han dibujado un Israel partido en dos mitades iguales. La derecha, sumada a los partidos de la ultraderecha, los colonos y los partidos religiosos, obtiene 60 escaños, la mitad de la Kneset. La izquierda, desde el centro del mencionado Lapid, lo que queda del laborismo y los restos de aquel Kadima de Sharon dividido en pedazos, hasta la izquierda de Meretz y los partidos árabes, suma otros 60 escaños. Netanyahu adelantó un año las elecciones ante las dificultades que tenía para aprobar los presupuestos. Ahora, estas dificultades han aumentado y, por supuesto, deberá hacer concesiones. Pero ¿hacia dónde?

Repetir un gobierno con la ultraderecha, después de haber perdido la mayoría que tenía en la Kneset, no parece lo más apropiado. Abrirse al centro de la nueva estrella de la política, Yair Lapid, parece lo más aconsejable. En la primera reunión entre Netanyahu y Lapid, el primero ofreció al segundo que escoja entre las carteras de Finanzas, Exteriores o Defensa, tres caramelos envenenados para un recién llegado a la política y que le podrían eliminar del panorama en tan sólo unos meses. En Israel están acostumbrados a ver cómo se desmoronan estrellas fugaces que llegan a la política con las mejores intenciones y a quienes la toma de decisiones sepulta en pocas semanas. Y más en un país en el que, por razones de supervivencia, sólo hay dos principios, la guerra o la paz. Lo demás son matices, siempre negociables. De ahí la permanencia de viejos elefantes de la política, desde Shimon Peres hasta el propio Netanyahu, por citar sólo dos casos.

El problema para Netanyahu será casar los intereses del ultraderechista Lieberman con los del centrista Lapid, enfrentado radicalmente el primero a cualquier acuerdo con los palestinos y partidario el segundo de abrirse a pactos. O furibundo partidario uno del ultraliberalismo en economía, mientras que el otro propone políticas de igualdad. Dos mundos radicalmente distintos que no parece fácil que puedan llegar a compartir mesa de gobierno. Por esa razón también los hay que aconsejan paciencia a Lapid para dejar que Netanyahu se queme con un gobierno débil de la derecha y, al mismo tiempo, para que consolide sus bases con los jóvenes que le vienen apoyando desde hace un año y que esperan que Lapid emplee toda su energía en los cambios prometidos. Parece razonable que el nuevo político se dé tiempo, pero es sabido que la juventud tiene prisa y una parte no parece dispuesta a concedérselo.

Si difícil lo tiene Netanyahu, tampoco lo tiene fácil Lapid. En las próximas semanas, este recién llegado a la política deberá tomar decisiones que pueden catapultarle o hundirle, y a fe que puede parecer que va del canto de una moneda lanzada al aire.