¿Puedo juzgarme a mí mismo?

ESTHER CHARABATI

La serpiente interior

“Cada uno de nosotros alberga a una serpiente”, afirma Yasushi Inoué en su novela El fusil de caza. ¿A cuál serpiente se refiere? ¿A la que confundió a Eva y corrompió a la humanidad, aquella que nos costó el paraíso y nos hizo merecedores del peor de los castigos? ¿A la que nos permitió (al menos eso dicen) distinguir el bien del mal? No.

Inoué tampoco habla de la serpiente engañosa que nos hace elegir el camino equivocado del que nos arrepentiremos eternamente. Ni de aquella, audaz, que nos hace pronunciar una palabra absolutamente prescindible que nuestro interlocutor nunca perdonará. No de la serpiente superyóica que nos atormenta con culpas y pecados, y nos pone de rodillas ante nuestros verdugos. Tampoco la de la ira, que despierta nuestros peores instintos y nos vuelve adictos a la violencia, ni de la serpiente mendicante que nos invita a arrastrarnos por la vida en busca de un poco de lástima.

No es la serpiente cegadora que nos deslumbra momentáneamente y nos lleva, en un impulso, a rechazar lo bueno que nos ha dado la vida, aquella que nos ofrece un desierto inhóspito como un verdadero Edén. Ni la serpiente detractora que nos lleva a odiarnos a nosotros mismos, a permitir el abuso y el maltrato.

No es —al menos no sólo eso— la serpiente de la envidia que sigilosamente se desliza en nuestras relaciones y nos distancia de amigos y hermanos, incluso de los hijos, que repentinamente se convierten en adversarios o enemigos.
Tampoco es la serpiente del egoísmo que cierra la puerta de salida y nos obliga a convivir con nuestra soledad, huyendo de la mirada del otro que pide ayuda o amor, o bien los ofrece. Aquella que sólo nos permite percibir el mundo cuando nosotros estamos incluidos, y excluye y castiga a los demás por el delito de ser otros, ajenos.

Es en parte la serpiente del destino, la que nos acompaña en nuestra travesía y a menudo, en contra de nuestra voluntad, toma el timón y maneja nuestras vidas a su antojo. La que nos lleva a creer en la libertad y a pensar que cada uno diseña su futuro con las coordenadas que traza. Una serpiente que introduce el azar, lo inesperado en nuestras vidas y, con un pequeño soplo, derrumba el edificio que con tantos esfuerzos y sinsabores construimos.

La serpiente a la que se refiere Inoué es un segundo yo, otro yo, inseparable, cuya existencia desconocemos y que, de pronto, se manifiesta con todo su peso. Descubrimos, al verlo, la levedad de nuestras convicciones y la ligereza de nuestros sentimientos. Nos damos cuenta de que nunca hemos estado solos. De que el otro yo, el único que conoce la verdad, siempre ha sido una voz en off. O quizá nuestra única voz.

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