Discurso en la Cámara de Diputados

JACOBO ZABLUDOVSKY

Esta mañana no vengo a otra cosa más que a dar las gracias.

Recibo hoy la más alta distinción a que puede aspirar un mexicano: una medalla con que se honra la valentía y el patriotismo de Eduardo Neri, quien hace un siglo, en esta tribuna donde hoy hablo con emoción, arriesgó la vida y perdió la libertad al pronunciar un discurso memorable de repudio a un usurpador. La medalla Eduardo Neri premia al ciudadano por sus hechos, por su conducta considerada ejemplar, por su aportación a la ciencia, al arte o al civismo y la otorgan los legisladores a un individuo perteneciente al pueblo que ellos representan, en un acto único de la máxima dimensión ética y política. Lo entiendo así y acudo a este recinto con el mayor respeto y humildad.

La democracia no puede entenderse sin un Poder Legislativo autónomo, libre y plural. Representa en nuestros días la mejor expresión del anhelo democrático de nuestro país. El Congreso se ha fortalecido al marcar los cauces legales que permiten mayor intensidad del debate en que ningún partido impone su voluntad, donde el diálogo y las negociaciones deciden los asuntos. Esta honorable Cámara ejerce sus facultades constitucionales sin consigna, para llegar a acuerdos emanados del razonamiento, conforme a derecho, sin dependencia de ningún otro poder, cuyos límites son observados con deferencia.

La actitud de Eduardo Neri y sus compañeros marca el principio de una lucha por la democracia de la que esta representación nacional es consecuencia y herramienta viva, no sólo por las facultades que le otorga la Constitución sino por ser el reflejo más auténtico de la realidad personificada en cada uno de sus integrantes. La Cámara es hoy resultado de los avances alcanzados en la vida democrática del país. Cada día la tarea parlamentaria adquiere una mayor relevancia, fortalece la división de poderes y mantiene el equilibrio indispensable para avanzar en paz hacia mejores condiciones de vida anheladas por todos los mexicanos.

En la expresión de mi gratitud alienta el reconocimiento a quienes propusieron y apoyaron mi nombre, pero también a quienes no coincidieron o al abstenerse demostraron la madurez de un México plural, en que priva el respeto a las opiniones diversas y la decisión unánime o mayoritaria es aceptada por toda la asamblea. En el proceso de discernir el destinatario del galardón se muestra un aspecto valioso de la nueva etapa democrática de nuestra sociedad.

Eduardo Neri encarna las heroicas denuncias de los legisladores hasta el sacrificio de sus vidas en aras de la libertad. Vivió con otros estudiantes en la calle de la Cerbatana, hoy República de Venezuela, becado con 25 pesos mensuales por el gobierno de Guerrero, y en la Escuela de Leyes enfrentó el contraste entre la intención de los legisladores y el criterio torcido en la aplicación de los preceptos, la corrupción omnipresente y los abusos del porfiriato que Justo Sierra concretó en una frase: el pueblo tiene hambre y sed de justicia. El diputado Eduardo Neri es en la historia de nuestro país un patriota merecedor de mejor espacio en nuestros libros de texto, porque sin él es más difícil explicar a las nuevas generaciones cómo se gestó el movimiento que orientó el camino de los mexicanos en un instante turbulento y oscuro de su trayecto.

Neri percibió como estudiante los problemas nacionales que no distan mucho de los que todavía padece nuestro México. Neri vio y vivió las injusticias del porfiriato. Escribió: “había comercios de lujosa ropa, predominando los franceses en el de abarrotes, panaderías, establos, lecherías y montepíos. Era notoria, y origen de reproche y descontento, la diferencia existente entre las clases sociales. Lujo y ostentación de esplendor por los privilegiados, frente a la miseria y escasez hasta de lo más indispensable, padecidas por nuestras multitudes indigentes”.

No es muy distante esta percepción autobiográfica de Eduardo Neri de la que planteó aquí en este recinto, en ocasión similar a ésta, el maestro Miguel León Portilla, quien señaló que las desigualdades, las mismas de hace 100 años, son causa de confrontaciones, quebrantamientos de la seguridad, y en ellas están fincadas la pobreza, la miseria y la marginación de gran parte de la población. El camino para atisbar una solución que a muchos podría parecer quimérico es el de la educación, la capacitación y la formación de todos los mexicanos.

Antes de la imprenta los guardianes del saber y sus usufructuarios eran los religiosos. Los dueños de la información, de la palabra culta y sus significados eran los monjes copistas que reproducían en el claustro los manuscritos sabios. Los dueños de la palabra vulgar eran los juglares placeros y los heraldos reales. Los religiosos devinieron poderosos del medioevo, y los poderosos del medioevo controlaban estrictamente la palabra del bufón o la proclama del heraldo.

Pero he aquí que Gutenberg saca de los claustros el conocimiento a golpes de imprenta. La posibilidad de la reproducción mecánica de las palabras modifica la perspectiva cultural y cambia fundamentalmente las estructuras del poder. El libro, primero, el periódico después y, últimamente, los medios electrónicos, pulverizan el poder tradicional al diseminar la voz.

Cuando los significados de las palabras son fijados por quienes usan de ellas; cuando las masas y los pueblos aceden a una mayor información, se empieza a dar cuerpo al bello sueño que llamamos democracia. En efecto, se mantiene relación entre poder y palabra, pero cambia un poco el sentido de su movimiento. Quien ejerce la palabra y le da significados, el pueblo, tiene derecho a ejercer el poder.

Vista así, la fórmula de la democracia se antoja sencilla: a un ejercicio más intenso de la palabra por parte de los más, corresponde una legitimación de las instituciones populares.

Un vez que los pueblos satisfacen sus necesidades primarias de alimento, vestido, casa y escuela y muchas veces aún sin satisfacer éstas, aspiran a cumplir esa sencilla fórmula de la democracia. La historia de la democracia es la historia del desarrollo de los medios de comunicación, de la masificación de los significados de las palabras. Un pueblo bien informado es un pueblo bien gobernado. Buen gobierno es el que bien comunica. El que nada teme nada oculta.

Twitter y Facebook abren al acceso gratuito a millones que al usarlos sin límite establecen un contrapeso benéfico, a pesar de los excesos, frente a medios tradicionales de información.

Quiero darles las gracias como practicante de un oficio.

Quien diga que México no ha cambiado no conoce nuestra historia, ni siquiera la más reciente. El cambio va de la mano del tiempo, es innegable y esta ceremonia solemne es prueba: se premia a un periodista sin otro mérito que haber ejercido el oficio durante siete décadas en que hemos transitado de los controles absolutos a la libertad irrestricta, de la que incluso se puede abusar cuando el derecho a la libre expresión se interpreta como patente de impunidad para difamar. Aun así, a pesar de los excesos, es preferible la multiplicación de las opiniones que la más leve restricción al derecho de publicarlas. No hay duda: en este México nuevo se vive mejor la libertad.

Alexis de Tocqueville escribió en su célebre tratado de ciencia política “La democracia en América” que el único medio de neutralizar los efectos de los periódicos es el de multiplicar su número”. Esta admonición del siglo XIX, resulta actual cuando hemos presenciado, en México y en el mundo, una concentración de la propiedad de los medios en unas cuantas manos, así como una conexión de intereses económicos que puede resultar legítima desde un punto de vista jurídico-formal pero que podría vulnerar la obligación de informar con veracidad, sin predilección o parcialidad. Este efecto de la concentración mediática ejerce una influencia política que puede alterar la majestad del Estado, o la neutralidad que exige y merece el público lector, radio escucha, televidente o cibernauta y evidentemente atenta contra un principio que es sustento de la democracia social y fortaleza de nuestro sistema político. Ese principio es el de la libre competencia que garantiza la Constitución. Por ello me parece que la Legislatura cumple una misión al abordar reformas que el país reclama.

Gracias a nuestra tierra. La labor personal y profesional que en esta ceremonia se premia, hubiera sido imposible sin el abrigo de un México que abrió sus puertas a una familia deseosa solo de vivir sin miedo. Sin dinero, con idioma distinto, con otra religión y sin oficio, mi padre fue vendedor de retazos de tela por kilo. Un año antes de la edad mínima me inscribió en la escuela que reunía tres cualidades: gratuita, popular y laica y una ventaja: era la más cercana: la Escuela Primaria República del Perú que, en la misma manzana de nuestra vecindad, colindaba con la Secundaria Uno. Recuerdo esos nueve años con alegría por el empeño de los maestros a lograr que fuéramos felices en las aulas. Lo lograron y aprendimos contentos.

De ahí pasé, hace 70 años, a la Universidad Nacional Autónoma de México por las puertas de la Escuela Nacional Preparatoria, frente a Facultad de Derecho en San Ildefonso. Desde entonces la universidad fue mi casa y nunca he salido de ella. Ahí la fortuna me presentó a mi esposa. Ahí hallé la riqueza de las disciplinas humanísticas y supe el valor del tiempo entregado a la educación y la lectura.

Fuente:vanguardia.com.mx

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