Corbata-azul1

DAVID HOFFS*

Rara vez me ha tocado ser “bateado” por mi apariencia al intentar entrar a algún lugar. Ni el baño matutino ni la loción me salvaron de que el Concierge del Club de Industriales del Hotel JW Marriot me viera feo por no traer corbata. “¿Acaso es usted proveedor o algo “así”?” me pregunta con aires de grandeza (¿“así” como en pelafustán?). La verdad me sentí en el sur de los EU a principios del siglo XX solo faltándome ser más moreno para recibir el rechazo racista-clasistoide característico del pasado norteamericano. Si bien estas prácticas son más vestigio que realidad, creo que intentan conservar lo que se debería olvidar, en vez de rescatar lo que se puede olvidar. Protegen la forma a ultranza y tratan al fondo con descuido (Toledo y sus trazos no serían bienvenidos… aunque que no le vendría mal una peinadita).

La formalidad es comúnmente reducida al aspecto visual, es decir a una imagen. Sin embargo, la formalidad implica educación, cumplimiento de obligaciones y compromisos, así como estructura. Es verdad que EU es más formal que México, pero no por su forma de vestir sino por su forma de actuar (no son muy formales que digamos las bermudas, gorras ladeadas y shorts a media pompa). No es coincidencia que el sector informal mexicano sea mayor al 40% de la economía. Nuestra informalidad se genera por la cultura alejada de la educación en donde el 90% carece de título universitario. Una cultura alejada del cumplimiento de obligaciones y compromisos en donde la variación en los tiempos de entrega de proveedores (incluyendo tiendas establecidas) varía con la frecuencia de los “esque” y los “fíjese que”. El 47% no paga impuestos (y el Gobierno mal utiliza los que se pagan). Finalmente reconocemos una cultura alejada de la estructura, en donde las instituciones cambian cada sexenio según la estrategia política.

Transitar hacia la formalidad seguramente nos haría crecer y desarrollarnos mucho mejor y más rápido. Nos serviría para confiar en los negocios pequeños en vez de depender de las grandes marcas, pues sabríamos que nuestro interlocutor no nos puede hacer fraude ya que las leyes sí nos amparan, fomentando un mercado más competitivo. Nos serviría para saber que una fecha límite, un horario y una cita son para cumplirse y no meras recomendaciones, lo que incrementaría nuestra productividad y de paso los salarios. Nos serviría para prepararnos y estudiar más, incrementado las patentes, las investigaciones, los posgrados y que con certeza jurídica, confianza en el interlocutor, tanto en su trato como en sus tiempos, detonarían emprendimientos, empresas, desarrollo y bienestar.

Bajo este contexto las tranzas (pues no hay como avanzar un trámite a ritmos aceptables), los mil trámites (para evitar las mañas), los pretextos (para justificar los trámites) y las mañas (para darle la vuelta a los pretextos) resultan ser vicios y males necesarios que hacen que las cosas funcionen ante la falta de formalidad.

Pretender que un saco y corbata nos convierten en personas formales es una ilusión y solo nos convierte en mañosos, burócratas, tranzas y procrastinadores que se ven muy formales. Por su lado, la costumbre del Club de Industriales del JW Marriot solo representa los vestigios penosos de un arcaico despotismo norteamericano (pero no endémico), que poco orgullo debería generarles. Eso sí, despotismo muy formal, “encorbatado” y trajeado…

*Ingeniero Industrial y Maestro en Administración y Finanzas.
Profesor en el TEC de Monterrey y asesor financiero para el sector público y privado.
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Fuente:capitaldemexico.com.mx