¿Quiénes son los enemigos del Islam radical?

AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO

Los brutales atentados terroristas ocurridos en Francia esta semana a manos de militantes del Islam radical vuelven a poner sobre la mesa la reflexión acerca del origen, motivaciones, métodos, objetivos y consecuencias del activismo asesino de esta corriente religiosa e ideológica marcada por un fanatismo extremo y una carencia total de escrúpulos sobre el trato que hay que dar a sus presuntos enemigos. Estos, según su convicción, no merecen menos que el exterminio total, para lo cual hay que emprender una Yihad global. ¿Y quiénes son tales presuntos enemigos?

El secularismo, los principios liberales y democráticos, la libertad de credo y de expresión, la igualdad de derechos para las mujeres y para los homosexuales, el pluralismo político y de pensamiento, la legitimidad de la disidencia, en fin, todo aquello que caracteriza a la “sociedad abierta” es anatema para el Islam radical. Por ende, todo eso debe ser combatido a muerte debido a que conforma un mundo que vive en el error, que contamina, que obstruye el reinado de la perfección, tal como la entiende a partir de su particular lectura e interpretación de los textos sagrados, en este caso, el Corán. Bajo este patrón, quienes no se pliegan a su estricta línea de pensamiento, califican como enemigos, de tal suerte que en primera línea estarán los evidentemente ajenos al Islam, es decir, judíos, cristianos o cualquier otra denominación religiosa distinta, lo mismo que quienes se revelan como críticos desafiantes de esa clase de fanatismo, léase caricaturistas, periodistas, literatos y voces satíricas e irreverentes, para las cuales no existen temas ni asuntos tabú.

Pero es muy importante recordar que también una gran proporción del mundo musulmán es considerada por el radicalismo islámico un enemigo a combatir. En los últimos tres lustros, Al-Qaeda y demás organizaciones afines llevaron a cabo muchos más atentados terroristas en tierras árabes y musulmanas que los que perpetraron en países occidentales. A los miles y miles de árabes y no árabes seguidores de Mahoma que fueron asesinados en una multiplicidad de operativos contra mercados, mezquitas, escuelas y demás, se suman ahora, también, las decenas de miles de vidas chiitas y musulmanas no ajustadas al modelo sostenido por los fanáticos que está cobrando el ISIS o Estado Islámico en su macabra empresa de creación del Califato, lo mismo que las del Boko Haram en Nigeria o Al-Shabab en Somalia, por citar sólo algunos de los casos más recientes e impactantes por su brutalidad.

Todo esto, agregado a los daños que actos como los de esta semana provocan en los millones de musulmanes que radican en Occidente con calidad ciudadana legal, constituye una verdadera tragedia. El racismo contra ellos ha recibido una formidable inyección de fuerza —los partidos de ultraderecha xenófobos están de plácemes— y el miedo reina así, tanto en la población europea no musulmana como entre la musulmana. Trágicamente, el veneno inoculado por los islamistas radicales a partir de sus actos salvajes permea a la totalidad social volviendo víctimas potenciales, tanto a unos como a otros. En este contexto nada más destructivo que la polarización extrema que se vislumbra a partir de las generalizaciones viscerales, para las cuales todos los musulmanes o todos los que están en el bando opuesto están cortados por la misma tijera y forman parte de un bloque uniformemente satánico.

Está así bajo la responsabilidad de los poderes estatales y sociales, tanto en países occidentales como en naciones musulmanas, no caer en el juego de los extremistas cuyo objetivo es justamente la Yihad global, es decir, la guerra total conceptualizada en algún momento como “choque de civilizaciones”. Porque tal guerra implicaría también, más allá de sus ominosos daños inmediatos, el efecto colateral de la erosión y quizá destrucción de muchos de los valores esenciales sobre los que se erige el funcionamiento de las democracias liberales.

Fuente: Excelsior

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