Cultura y civilización

ARNOLDO KRAUS

Muchas muertes han sido anunciadas. Algunas por grandes pensadores, otras por la cruda realidad. “Dios ha muerto” escribió Nietzsche en La Gaya ciencia; Dostoyevski aseguró, “Si Dios ha muerto, todo está permitido”.

La realidad, mirada a través “del prisma de la culpa y de la pobreza” como dijo el Nobel de literatura Joseph Brodsky, y no con las gafas del Poder, cuestiona las bonanzas del progreso, y de sus vecinos, cultura y civilización. Cuando las bondades de la ciencia, la tecnología y la cultura sólo llegan a unos las diferencias entre humanos se ahondan.

Entre una miríada, tres ejemplos: Alrededor de mil 100 millones de personas perviven con menos de un dólar al día; la justicia distributiva brilla en el papel, no en la realidad: 900 millones carecen de agua potable; el gobierno debería conllevar bienestar, pocos cumplen, México como muestra: ¿Son veinte mil, treinta mil o cuántos los desaparecidos por la incapacidad de gobernar y/o por la connivencia entre políticos y narcotraficantes? Los datos anteriores cuestionan los legados del progreso y preguntan acerca de la asociación, no siempre clara, entre progreso y cultura.
Los ciudadanos de a pie poco podemos frente a los abusos del Poder, cuya idea acerca del progreso se aleja de la realidad de quienes no lo usufructúan. ¿Y qué con la cultura y con la civilización en 2015? Nada bueno. Dos sucesos.
Primero. El Estado Islámico ha mostrado su poderío al eliminar la presencia de valores occidentales milenarios. No sólo se trata de su desdén por nuestra cultura, se trata también, como ha ocurrido en otras épocas, de la incapacidad occidental para frenar la barbarie. Basta recordar, durante el nazismo, la quema de sinagogas centenarias, y la destrucción de la catedral de Coventry, edificio gótico del siglo XIV. En los últimos días hemos presenciado su afán por borrar —borrar significa desaparecer, despreciar— fragmentos de nuestra civilización. Sus excavadoras destruyeron los restos del yacimiento arqueológico de Nimrud, cuyas ruinas tienen 3 mil años de antigüedad, y las de Hatra.

Antes, sus comunicadores difundieron un video donde los vándalos destruían los tesoros de los museos de Mosul. Algunos de los vestigios habían sido declarados Patrimonio de la Humanidad. Las grotescas escenas, por más lejanas que parezcan las satrapías del Estado Islámico, son aves de mal agüero: Arrasar con pilares de nuestra civilización siembra odio y nos empobrece.

Segunda. En Vida sin cultura (El País, 6 de marzo), Rafael Argullol asevera, “Casi han desaparecido el acto de leer y la mirada reflexiva sobre el arte construidos hace milenios. Cuando el mundo de la palabra y el de la imagen quedan invalidados al mismo tiempo, interrogarse es más difícil”. Argullol tiene razón: Ha disminuido el tiempo dedicado a la lectura y a la mirada reflexiva sobre el arte, a lo que agrego, y a la escucha de música clásica y al placer de regodearse con la danza, los títeres o los mimos.

Preguntar, incomodar y dudar son valores culturales. Si no se ejercen esos atributos, el ciudadano, al no cuestionar las acciones del Poder facilita su reproducción ad nauseam. ¿Desde cuándo, cómo, y por qué corren hacia el despeñadero esos valores? Aunque no es tácita la asociación, fomentar el uso de medios donde pensar no es necesario como sucede con el WhatsApp, eliminar de los currículos escolares de primaria —México como mal ejemplo— materias fundamentales para construir al ser humano —ética y civismo—, y encumbrar programas de TV dedicados a difundir basura, son instrumentos invaluables al servicio del Poder. Sin ética y civismo, los pequeños crecen amputados. La trascendencia del humanismo, de la justicia, de la libertad y de la urgencia por comprender al otro se aprenden, o no, durante la etapa formativa. Sin ellos, la capacidad para inquirir y auto interrogarse desaparece.

Los crímenes cometidos por los radicales islamistas y la caída de valores propios de la cultura presagian malos tiempos. Aunque parezcan eventos no relacionados, la desvalorización de la cultura y la destrucción de porciones de nuestra civilización auguran un nuevo esquema humano donde quienes “mueren un poco”, no son los vecinos ni las deidades, somos todos.

Fuente:tiempoenlinea.com.mx

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