Jacobo Zabludovsky llora al relatar su vida en la Sinagoga Histórica Justo Sierra/ Ponencia completa

ELENA BIALOSTOCKY PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – El pasado 9 de junio en la Sinagoga Histórica Justo Sierra 71, el periodista Jacobo Zabludovsky presentó la plática “La Merced, mi barrio” con más de 250 personas en asistencia, en la que explicó que creció en el barrio de La Merced, y recordó  las vivencias de su infancia y juventud. 

 “Nací en la colonia Doctores el 24 de mayo de 1928. Mis padres nacieron y se casaron en Bialostock, una ciudad industrial de Polonia con 200,000 habitantes, de los cuales más de la tercera parte eran judíos. En 1925, cuando ya habían nacido mis hermanos Elena, ocho años mayor que yo y Abraham cuatro años mayor, mi padre viajó a México para ver si encontraba trabajo y si se acomodaba para, posteriormente, traer a la familia. Esto sucedió en un gran parte de la inmigración de los judíos ashkenazim entre 1925 y 1930. En esa época, había un clima antisemita en Europa Central y acababa de ocurrir la Revolución Bolchevique.

Al llegar a México mi padre se encontró con los hermanos León y Elías Sourasky que eran burgueses judíos, también de Bialostock. Se instaló en la colonia de los Doctores, en esa época era un llano sin banquetas y con mucho polvo. Ellos tenían una fábrica de colchones, era textileros en Bialostock, le dieron trabajo a mi padre. Al paso de los días, don Elías le dijo a mi padre que si seguía trabajando como empleado no iba a crecer y le aconsejó ‘si recoges los retazos de tela que usamos para hacer colchones, te vas al mercado Hidalgo, los vendes y comercias’. Así comenzó mi padre en la industria textil.

Muchos años después, conocí a don Moisés Cosío, uno de los hombres más ricos del México; entre sus empresas se encontraba la fábrica de toallas La Josefina. Mi papá también le compraba sus retazos textiles.

Mi padre se instaló junto a la fábrica de los colchones en la colonia de los Doctores, decidió traer a mi madre y mis hermanos, yo nací ya en México, en 1928, en plena Guerra Cristera, dos o tres meses antes de que fuera asesinado Álvaro Obregón; esto da una idea de lo tumultuoso del momento.

Nací en la vecindad con una asistente de partera. Unas monjas que estaban ocultas en la vecindad, se acercaron a la casa, se hicieron entender por medio de un intérprete y se ofrecieron a bautizarme. Al principio mis padres no entendieron, y cuando se dieron cuenta de lo que se trataba por poco se desmayan, de buena manera convencen a las monjas que no me iban a bautizar, luego supe que las monjitas dijeron que ‘este niño no se va a lograr’. Hasta la fecha creo que tuvieron razón.

En mi casa siempre hablamos idish, nunca en español, pero nunca fui a una escuela israelita, mi padre me inscribió en la escuela, gratuita, laica y general en la calle de San Jerónimo en el Centro Histórico, cerca de la casa. Ahí aprendí a caminar y hablar español, fuera de la casa.

Mi padre murió en el ’78 y mi madre en el ’87, hasta el último memento solo pudimos hablar entre nosotros en idish, pero soy un analfabeto idish, no sé leer ni escribir pero puedo mantener una conversación en este dialecto. Poco a poco vamos siendo los interlocutores de este idioma, cultivado a través muchos años en la Europa Central y que fue el idioma de las víctimas del Holocausto.

Fui un niño muy feliz, éramos lo que hoy podemos llamar pobres, de eso me di cuenta después, no cuando era niño, todos teníamos más o menos lo mismo. En la escuela no sentí ninguna discriminación de ninguna especie, por lo menos no por ser judío, más bien por güero: no me bajaban de conejo, me preguntaban que si con los ojos claros veía yo borroso. En el colegio con magníficos maestros, todavía inspirados con la mística de la revolución que llevó la educación a todos los lugares, ciudades y el campo. Pasé a la secundaria Nº 1, que está en la calle de Regina, que a la fecha sigue conservada y es un tesoro nacional. Luego entré a la escuela Nacional Preparatoria en 1943 en San Idelfonso; aquí conocí a la que desde hace 63 años es mi esposa, ella entró cuando yo ya estaba en la facultad de Derecho, nos cruzamos, ella me miró y ya no quiso soltarme, lo cual le agradezco toda la vida.

En una vecindad, en un cuarto de azotea, conocí a un amigo que era corrector de pruebas en el Periódico El Nacional (es una especialidad que la electrónica ha dejado fuera). Este hombre que tenía la confianza de mis papás me llevaba al periódico, que ya no existe porque lo tiró el temblor del ’85. Ahí yo le ayudaba sábados y domingos a corregir la pruebas del periódico, en los talleres- es un trabajo de taller, no de redacción. Fue así que me gustó el ambiente periodístico. Al mismo tiempo, los locutores de la radio eran unos personajes como fantasmas, siempre presentes en las casas,. El aparato de radio era una especie de altarcito, todo el día encendido, los hombres que hablaban por radio, con esas voces de barítono, eran personajes que imaginábamos como milagrosos, de ahí quise hacerme locutor de radio.

En la Preparatoria presenté mi examen en la Secretaria de Comunicaciones y Obra Públicas, así obtuve mi permiso de locutor con fecha del 3 de enero de 1945. Esto explica porque entré a profesiones en las que yo quería crecer, era locutor de radio y periodista, sin tener ningún antecedente familiar, excepto que mi padre en su juventud, siendo soltero se ganó la vida como agente viajero de una empresa editorial de libros en idish, en Bialostock; los judíos eran ávidos lectores, gente con cultura, un tío mío Moishel era famoso como maestro en el Gimnasium, que era como la preparatoria. En esa aventura de vender libros por la Rusia profunda, había toque de queda para los judíos; mi padre, en los largos recorridos en tren, aprovechaba para leer los libros que iba a vender; luego nos involucró en el amor a la lectura y a los autores que él leyó, Dostoievski, Tolstoi, Pushkin y de los autores judíos, Shalom Aleijem, Sholem Asch, I.L. Peretz, Jabotinsky, éste último un personaje del sionismo.

Hago un paréntesis para contar esta historia: Iba yo en la escuela pública y frecuentaba muy poco los medios judíos; mi mamá estaba preocupada, quería que yo fuera a un club a conocer niñas judías, pero resulta que ya las conocía. Una prima mía que se llamaba Rebeca Loboselsky me llevó a un club con el propósito de conocer niños de mi edad judíos, hombres y mujeres. Resulto de otra manera, se llamaba Betar Hatzioni, era un club sionista con ciertos toques como parafernalia fascista, estaba en la calle de Donceles. Así me fui quedando en La Merced, nunca me he salido”.

En éste momento a Jacobo se la corta la voz y lágrimas corren por sus mejillas. Al mismo tiempo comenta : “Yo mismo me dije en la mañana, ‘no vayas a hacer un numerito’…”.

“Estudié leyes porque no había la carrera de periodismo, mi bachillerato fue en humanidades era el camino para estudiar leyes, me pareció lo más afín, se necesitaba una cultura general para poder ser periodista, llamarse Jacobo Zabludosky no era una gran ventaja en aquella época. En ese lapso tan largo de mi vida cambiamos de casa muchas veces, luego me pregunté a mí mismo ¿Por qué cambiamos de casa tantas veces? Así, vivimos en la calle de Mesones cundo dejamos la colonia de los Doctores, luego en San Jerónimo. Primero fui a un kínder, que era una novedad en la educación, en la esquina de 5 de febrero y El Salvador, después de todos los cambios de casa dentro del Centro Histórico nos fuimos a la Condesa.

Boceto general de mi niñez y mi desarrollo en La Merced:

Convivimos en La Merced íntimamente en las mismas vecindades con libaneses, uno de los otros dos con los que fui a hacer mi examen de locutor, uno era mexicano el hijo del dueño de la tintorería de República del Salvador el otro se llamaba Anuar Said, fue mi mejor amigo, mi médico y lo sigue siendo porque sigue vivo y nos vemos de vez en cuando.

Tuve de amigos a personas famosas como Antonio Badú, que lo conocí vendiendo pan árabe de un horno que había en la calle de Las Cruces, luego se hizo famoso como cantante y actor de cine. También conocí a Mauricio Féres Yázbek, mejor conocido como Mauricio Garcés.

Había una convivencia en la vecindad muy buena por encima de las creencias religiosas, del problema económico que no lo sentíamos, por encima de las aspiraciones de cada quién, del origen geográfico. Mis amigos libaneses que conserva hasta la fecha, que de vez en cuando me hacen un homenaje con la comunidad libanesa.

Mis amigos católicos que me enseñaron a rezar antes de romper las piñatas y todavía me sé la plegaria que cantábamos sin ninguna intención o ningún temor de contaminarnos o de ser convencidos. Convivíamos como una comunidad ejemplar, ojalá así fuera el mundo.

Eso es en término generales, lo demás han sido años de lucha, a veces me preguntan si he sentido discriminación, debo confesar que a lo largo de toda mi vida no he sentido ninguna discriminación integrada u organizada con esos propósitos. De vez en cuando algún grito que trata de ser ofensivo, pero lo mismo de dicen gachupín un español o le dicen árabe a un libanés, no lo toman como un insulto como no lo tomo yo.

Es obvio que el antisemitismo existe y se manifiesta de vez en cuando inesperada y violentamente.

Fechas importantes de mi vida

Cómo me enteré del Holocausto. Llegó como noticia que no queríamos creer, o los padres nos ocultaban un poco para no asustarnos, nos enseñaban de vez en cundo una carta de algún pariente que se había quedado en Europa, lo fuimos descubriendo paso a paso, casi caminando con los soldados soviéticos, norteamericanos o ingleses que llegaban a los campos de exterminio, sacaban las primera fotos, testimonios de que aquellos que no queríamos creer, (el tema) iba más allá de cualquier imaginación.

Me casé, tengo tres hijos, diez nietos y tres bisnietos. Sigo ejerciendo mi profesión. Disfruto mucho mi trabajo. Me preguntan a veces ¿Qué se siente la fama? ¿Qué se siente cuando llegas a un restaurante y te digan, para usted si hay lugar? Yo no me di cuenta, porque el vértigo de las alturas te da si asciendes demasiado rápido, es un choque biológico. Yo fui subiendo ladrillo a ladrillo, no con un trampolín ni con un cohete. Eso me fue aclimatando a los efectos de las alturas, que no sentí.

Me siento muy orgulloso de la comunidad a la que pertenezco, siento que de alguna forma contribuí a fortalecer sus instituciones las vi crearse. Vi llegar al Rabino Rafalin en 1933, llegó a la calle de Mesones, una vivienda casi esquina con Correo Mayor, fue muy amigo de mi papá, no obstante que mi papá era libre pensador, profundamente devoto de la cultura judía, está muy entrelazada la religión pero son cosas distintas.

Los primeros años de nuestra comunidad se formaron con la asesoría de B’nei B’rit y otras instituciones, algunas logias masónicas prestaron sus locales para las primeras reuniones religiosas de los judíos en México. Los jóvenes recién llegados formaron la Asociación Juvenil Israelita de México en Tacuba 15, una casa de mármol que aún existe, un poco descuidada. Ahí fueron las primeras juntas.

La primera sinagoga se instaló, improvisada, en otra que ya existía de rito oriental. Los orientales que llegaron años antes a México establecieron su sinagoga y permitieron que los ashkenazim celebraran ahí sus fiestas, el rito era distinto llegando un momento en el que no se entendieron y se separaron.

La primera sinagoga que yo recuerdo, fue una vecindad aquí a la vuelta en Jesús María 3. Mi padre siempre nos llevó a las fiestas judías, a las que asistía con el mayor respeto, con la amistad y el respeto de las jazanim (cantores) y los rabinos. Cuando mi papá dejó de tener un tenderete, puso una tienda en la calle Salvador 4.

Disfruto enormemente de la compañía de miembros de la comunidad, nos hicimos muy amigos con algunos que aún los veo. Estamos en un yishuv del que podemos sentirnos orgullosos. En un principio nos valíamos de gente no judía famosa pero afín a nosotros para poder tener acceso a los niveles gubernamentales, por ejemplo se recurría al General Clark Flores para tener audiencia con algún funcionario que la Comunidad tenía interés se informar, consultar o solicitar algo. También fue un intermediario Gabriel Alarcón, que tenía muchos cines en la Ciudad de México, fundó el Periódico El Heraldo, que ya desapareció. Cuando Julio Toremberg, amigo mío, ocupó la presidencia del Comité Central Israelita, influí con él diciéndole, ‘¿Por qué estamos utilizando intermediarios? Esta comunidad es respetable por sí misma, entonces se sustituyeron los intermediario por funcionarios de la Comunidad; a los que no les agradecemos nunca los que hacen y han hecho por nosotros. Han entregado su tiempo, esfuerzo y preocupación por fortalecer todas las estructuras comunitarias, lo han logrado y todos nos beneficiamos de ello. Muchas gracias por estar aquí”.

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