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JONATHAN PELED*

Este documento innovador y significativo insta a olvidar las dificultades del pasado entre el catolicismo y las otras religiones.

Este domingo tuvo lugar un importante evento conmemorativo en la Catedral Metropolitana de la ciudad de México: el 50 aniversario  de la histórica declaración Nostra Aetate, un documento señero del Concilio Vaticano II que cambió de un modo radical y revolucionario la actitud de la Iglesia católica hacia los judíos.

Otro memorable domingo, el 13 de abril de 1986, en una jornada histórica, Juan Pablo II realizó la primera visita papal a una sinagoga, la Gran Sinagoga de Roma. Recibido por el Gran Rabino de Roma, Elio Toaff,  y ovacionado por más de mil personas el Pontífice, que en algunos momentos habló en hebreo, condenó el antisemitismo y se refirió a los judíos como “nuestros hermanos mayores”.

Esa visita fue, en muchos sentidos, la culminación de un milenario y difícil camino de reconciliación entre la Iglesia católica y el pueblo judío; el proceso comenzó al fin de la Segunda Guerra Mundial con quien sería el Papa Juan XXIII. Como delegado apostólico en Turquía durante la guerra, Ángelo Roncalli ayudó a salvar niños judíos de Hungría y Bulgaria. Al finalizar la guerra  actuó para rescatar a los niños judíos escondidos en conventos e iglesias y para que recuperasen su religión judía.

Al ser elegido Papa en 1958, y con base en sus experiencias durante la Segunda Guerra Mundial,  Juan XXIII convocó a un proceso de introspección y re-evaluación profunda de las posturas de la Iglesia católica hacia los judíos y su religión. Fue bajo su liderazgo que se comenzó a redactar el texto del documento Nostra Aetate (nuestra época, en Latín), para marcar y definir la relación de la Iglesia católica con las otras religiones. No logró completar la tarea, que sería concluida por  su sucesor Paulo VI, de modo que la declaración finalmente salió a la luz en 1965.

Este documento innovador y significativo insta a olvidar las dificultades del pasado entre el catolicismo y las otras religiones y llama a promover los valores comunes de la justicia social, la paz y la libertad, apelando a la fraternidad universal. Con mayor referencia a la religión judía, el documento destaca y afirma la raíz común del cristianismo y el judaísmo poniendo fin al anti-judaísmo cristiano, con la afirmación de que la elección del pueblo de Israel por Dios no ha caducado.

Sobre esa base, se pudo iniciar un diálogo interreligioso importante y se abrió el camino al establecimiento de relaciones diplomáticas entre el Estado de Israel y la Santa Sede, así como a una serie de visitas de los Sumos Pontífices a Israel (Juan Pablo II, Benedictus XVI, Francisco I).

Ese hito marcó un parteaguas en la milenaria historia ecuménica y una revolución en la relación entre las religiones monoteístas. De allí su relevancia y el gran significado para México y sus 120 millones de creyentes.

Es por ello que se organizó en la Ciudad de México un solemne evento encabezado por el cardenal y arzobispo primado de México, Norberto Rivera, con líderes religiosos y autoridades de la comunidad judía en el país y dirigentes del American Jewish Committee (AJC), para destacar la hermandad entre las religiones y de manera singular entre el catolicismo y el judaísmo.

Como Representante del Estado judío en México, participé con emoción y orgullo en este importante acto, para manifestar el compromiso de mi país y el mío de seguir el camino por la paz y la reconciliación entre las religiones y entre los pueblos. Nuestro deber hoy, medio siglo después de este acontecimiento, es difundir en México y en todo el mundo este mensaje y el espíritu de esta declaración histórica de reconciliación. Su pertinencia y relevancia nos hablan de un tiempo, el nuestro, nuestra época, en la que el diálogo y el entendimiento reafirman la voluntad de continuar construyendo puentes que consolidan la convivencia.

*Embajador de Israel

Fuente:excelsior.com.mx