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ARI SHAVIT

Mientras que la respuesta a Al-Qaida destruía el viejo orden sin sustituirlo por uno nuevo, se generaba un desorden violento y salvaje.

De todas las personas, los neoconservadores parecen haber comprendido. Cuando 19 jóvenes fanáticos atacaron a Estados Unidos hace 14 años, la extraña secta intelectual que rodeaba al presidente George W. Bush comprendió que no se trataba de un suceso aislado.

Los filósofos de la derecha radical entendieron que detrás de los aviones que se estrellaron en Manhattan y Washington había más que la pequeña e ingeniosa organización terrorista de Osama bin Laden. Detrás de los ataques está la enfermedad política que padece Oriente Medio, por la que no puede proporcionar a sus jóvenes libertad, prosperidad y esperanza.

Luego de diagnosticar la enfermedad, los neoconservadores la intensificaron. Su guerra sin sentido en Irak no sanó a la región ni fortaleció la democracia en el oriente, sino todo lo contrario. La guerra ocasionó una serie de reacciones catastróficas que generaron el ascenso del Estado Islámico, el grupo terrorista que ha conquistado extensas áreas de Irak y Siria, además de golpear en París.

El proceso que comenzó el 11 de septiembre de 2001, y continuó con la guerra, la retirada y el caos, luego volvió el 13 de noviembre de 2015, poniendo en claro que nos encontramos ante el colapso de Oriente Medio. Durante años, la región fue gobernada por un orden corrupto basado en un despotismo ignorante. Este orden generó la desesperación que estalló en forma de Al-Qaida.

Pero mientras la respuesta a Al-Qaida destruía el viejo orden sin sustituirlo por uno nuevo, se generaba un desorden violento y salvaje. Este desorden se ha propagado a Irak, Siria, Yemen, Sudán, Libia, la península del Sinaí. La desintegración de los estados-nación árabes da lugar a una región disfuncional; el Medio Oriente se encuentra en medio de un espiral incontrolable.

Mientras tanto, el occidente aún se niega a comprender lo que está pasando. En un principio, intentó arreglar el mundo árabe agresivamente. Luego trató de huir de ese mundo de manera dispersa. Entonces trató de fingir que no existe.

Pero el mundo árabe está vivo y coleando, dañando, gritando, sangrando. Es por ello que 2015 es el año del juicio. Primero surgieron los ataques terroristas de enero en Charlie Hebdo y Hyper Cacher, luego vino la ola de refugiados durante el verano, y ahora el Viernes Negro del onceavo distrito.

Cualquiera que aún piense que una mejor inteligencia, una seguridad hermética e intensos ataques aéreos resolverán el problema, no comprende su esencia.

Lo realmente peligroso del Estado Islámico no es su estructura, sino el espíritu que representa. Lo realmente amenazante es que el grupo es un síntoma espeluznante de la bacteria política que devora a la región entera. Sin una visión integral del colapso de Oriente Medio, no hay manera de detener la barbarie y el derramamiento de sangre.

Así que ahora debemos volver a donde estábamos el día después de que las Torres Gemelas se derrumbaron. Por un lado, debemos entender lo que los neoconservadores ya han comprendidonos encontramos ante el fracaso político de la nación árabe moderna para crear un estado que integre la democracia con el bienestar.

Por otro lado, debemos hacer lo contrario de lo que hicieron los neoconservadores. Debemos colaborar con la región, no salir en su contra. Debemos escuchar, no coaccionar, encontrar las fuerzas estabilizadoras, unirlas para trabajar juntos y forjar un pacto entre el occidente, árabes e israelíes que lucha contra el Estado Islámico, pero también seca los pantanos de la desesperación que genera a grupos como ISIS.

No será fácil. Esto no sucederá de la noche a la mañana. Pero ha llegado el momento de que la comunidad internacional reconozca el desafío de Oriente Medio y decida confrontarlo con determinación y creatividad.

Fuente: Haaretz

Traducción: Esti Peled

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