Una de las características más notables –genialidad pura– del Judaísmo ha sido su capacidad para entender que todo cambia, incluso nuestra percepción de D-os. No es algo sencillo, porque la religión es –por definición– un tipo de institución humana que se resiste al cambio. Está en su naturaleza. Su razón de ser es, en muchos aspectos, el tradicionalismo. Pero el Judaísmo se cocina aparte en este rubro. Desde la antigüedad, sus líderes están perfectamente conscientes de que los cambios son inevitables.

14 VayeráIRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – La Parashá (sección) de la Torá Vayerá inicia con uno de los párrafos más impresionantes de toda la Biblia:

“Y D-os habló a Moisés diciendo: Yo soy el Señor (Yud-Hei-Vav-Hei); y aparecí a Abraham, Itzjak y Yaacov como el D-os Omnipotente, pero mi nombre (Yud-Hei-Vav-Hei) no se los di a conocer” (Éxodo 6:2-3).

¿De qué contexto venían Abraham, Itzjak y Yaacov? Del de los antiguos clanes hebreos, grupos irregulares que no tenían un vínculo étnico, sino más bien una serie de actividades en común, generalmente de tipo sociopata: rapacería y pillaje. Lo mismo había hebreos semitas que cananeos, e incluso hititas y mitanios (hurritas). Por lo tanto, sus creencias religiosas no eran distintas a las de los semitas, cananeos, hititas y mitanios de la época.

Es decir: básicamente, eran politeístas.

Pero el texto bíblico registra que, aún en ese contexto, hubo un avance: D-os se manifestó a Abraham, Itzjak y Yaacov como “el Omnipotente”.

Es muy interesante cómo esta frase denota que el Judaísmo tenía bien clara la diferencia entre el politeísmo y el monoteísmo. No se trata sólo de una lealtad unificada hacia un solo D-os, o repartida entre muchos dioses. Se trata de la clarísima concepción de que el sistema politeísta limita el alcance de cada deidad, generalmente vista como una entidad especializada o localizada (el dios del cielo, el dios de la tierra, el dios de los mares, el dios de las montañas, o el dios de los truenos, el dios de la herrería, etc.).

Eso implica que dichas deidades no son, en esencia, diferentes a los seres humanos. Sólo son entidades más poderosas. Pero al señalar sus límites (o su no omnipotencia), el Judaísmo pone bajo cuestionamiento su naturaleza como “deidades”.

La revelación dada a Abraham, Itzjak y Yaacov que aquí se menciona significa el paso de dejar de pensar en seres humanos con muchos poderes a realmente pensar en una Deidad.

Generalmente se apela a que el Judaísmo no inventó el monoteísmo, sino que lo aprendió de la reforma de Akenatón primero, y del Mazdeísmo persa después. Hay algo de cierto en ello, pero no es una idea del todo exacta. Los sistemas teológicos de Akenatón y del Mazdeísmo no son monoteístas, sino enoteístas. Es decir, aceptan la existencia de muchos dioses, pero asumen que sólo hay que rendirle adoración a uno de ellos (Atón-Ra y Ahura Mazda, respectivamente).

El texto bíblico registra que muchos israelitas pasaron por una etapa similar. Es natural, si tomamosen cuenta que salir del politeísmo hacia el monoteísmo no era un cambio que se pudiera dar de manera automática.

Por ello, el monoteísmo judío sigue siendo uno de los grandes pasos en la evolución de las ideas, y de allí la importancia de que en este párrafo inicial de la Parashá D-os le diga a Moisés que Abraham, Itzjak y Yaacov fueron capaces de entender que lo Divino no estaba fraccionado en lugares o habilidades, sino directamente vinculado con la Omnipotencia.

Pero el texto no se limita a eso. De un modo bastante claro, nos dice que ni siquiera Abraham, Itzjak y Yaacov llegaron a tener una comprensión plena de lo que significaba este cambio de ideas.

Es en esa lógica que D-os se le revela a Moshé con un nuevo atributo que, textualmente dicho, no se le reveló a los tres grandes patriarcas hebreos que generaron al pueblo de Israel.

¿Por qué? Porque Moshé tenía otras características, fruto de otras circunstancias, y estas lo hacían apto para dar el siguiente paso.

Ni modo. Son cosas que requieren de amplitud de ideas, y Moshé no era un nómada hebreo educado en la pampa cananea en medio de ganado y amorreos virulentos. Era parte de la aristocracia hebrea educada en el entorno del Egipto imperial. Si alguien conocía a fondo y por contacto directo los recovecos del politeísmo, era él; si alguien podía entender, por lo tanto, las implicaciones del cambio hacia la idea de un D-os Omnipotente, era él; en consecuencia, si alguien podía dar el siguiente paso, era Moshé y no otra persona.

El texto nos muestra cómo se le advierte a Moshé que no debe esperar comprensión por parte de nadie, ni siquiera de los demás israelitas. Moshé está tan consciente de ello que ya le había preguntado a D-os en la Parashá anterior que “con qué nombre” debía presentarlo a los demás israelitas.

Es una meta-conversación de lo más interesante. Moshé, mudo ante el D-os Absoluto y Sin Límites con el que acaba de entrar en contacto, cuestionándo “cómo rayos se los explico…”.

No hay mucho que agregar sobre el significado de las Cuatro Letras con las que D-os se revela como Nombre. Son el acróstico que en hebreo significa “el que fue, el que es, el que será”. Lo importante es que es una nueva ampliación de la comprensión de la Omnipotencia Divina. Moshé ahora entiende que eso no sólo se refiere a que D-os abarca todas las áreas o todos los territorios, sino también todo el tiempo. Por decirlo de un modo “moderno”, percibe una nueva dimensión de la omnipotencia de D-os.

¿Por qué es importante esta idea de “omnipotencia en el tiempo”? Porque si algo van a necesitar Moshé y el pueblo de Israel es paciencia. Están por terminar cientos de años de estancia en Egipto, y el regreso al hogar ancestral no va a ser inmediato. Por eso es importante que, por lo menos, Moshé entienda que D-os es alguien cuya residencia también está en el tiempo.

Es decir: a diferencia de las deidades egipcias, está presente en las ciudades, en el desierto, en las montañas, en los ríos, en el mar, en todos lados; domina el sol, la lluvia, los truenos, los terremotos, todo. Pero también es Señor Absoluto del antes, el ahora y el después. Por ello, puede confiar que la presencia de D-os estará a cada momento con Israel, tal y como lo estuvo desde la llegada a Egipto.

¿Se llegó con eso al pleno entendimiento de D-os por parte del pueblo de Israel?

No. Todo lo contrario: se sentaron las bases para entender que el ser humano no puede tener un pleno entendimiento de D-os. Nosotros sólo entendemos lo que cabe en nuestro cerebro y en nuestra alma; lo Divino, por definición, está más allá de eso. Mucho más allá de eso.

En consecuencia, lo que comenzó aquí fue una larga travesía en la que un pueblo aceptó que sus ideas sobre D-os (y con ello, sobre la naturaleza y sobre sí mismos) estarían en permanente evolución. Abraham, Itzjak y Yaacov dieron un paso; Moshé dio otro. Pero la caminata no terminó allí. Sólo comenzó.

Miles de años después, el Talmud lo plantearía con un relato tan fantástico como hermoso: Moshé está en el Monte Sinai viendo como D-os decora las letras de la Torá con “coronitas”. Le pregunta si todo eso tiene algún sentido o significado, y D-os le contesta: en el futuro habrá un hombre llamado Akiva que explicará el significado de todo esto. Moshé ruega a D-os que le muestra a ese hombre, y repentinamente se ve a sí mismo entrando a una casa donde hay mucha gente reunida. Es el lugar donde Rabí Akiva da clases de Torá. Moshé se sienta hasta atrás y escucha las explicaciones de Akiva sobre cada detalle de la Torá, y no entiende absolutamente nada. Pero una persona le pregunta a Akiva: ¿Cómo podemos estar seguros de que lo que dices es correcto? Y Akiva responde, contundente: Todo esto lo vio Moshé en Sinai. Moshé regresa a su aquí y ahora, abrumado por la visión.

Es un sorprendente relato donde se confirma que el Judaísmo entendió que la evolución y el cambio eran inevitables, al punto de que ni siquiera Moisés hubiera podido entender la Torá en tiempos de Akiva. De allí, la tradición Rabínica va a obtener una sentencia memorable: atiende a los maestros de tu generación. Lo que se haya dicho en otras generaciones –y, por lo tanto, en otros contextos y circunstancias– no puede ser la norma para lo que estamos intentando entender hoy en día. Es un referente importante, sin duda, pero no la norma.

Eso y no otra cosa es lo que significa que D-os es Omnipotente en el tiempo. Él está presente en todos los momentos de la Historia, nosotros no. Nosotros nos desplazamos de un punto a otro como única posibilidad de abarcar apenas una línea en la inmensidad del Universo. Él no necesita el desplazamiento. Está aquí y está allá, está antes y está después, siendo el mismo. Aunque nosotros nos hayamos desplazado hacia otro lugar o hacia otro momento, y por consecuencia el lugar previo y el pasado sean algo que, objetivamente, ya no existe para nosotros ni tenemos acceso a ello, Él sigue estando allí, en cada uno de nuestros “anteriores”, sean físicos o temporales.

Esto transforma totalmente la idea sobre cómo se vinculan el ser humano y D-os. El sistema politeísta es, por naturaleza, desvinculante. Si los dioses son muchos, limitados a sus áreas de poder –por mucho que sea–, en realidad están desvinculados entre ellos. A lo más que aspiran es a establecer alianzas.

La tentación inherente al pasar al monoteísmo es creer que esta distancia se mantiene, aunque sólo sea con un solo D-os. Sorprendentemente, sigue siendo la visión de mucha gente hasta la fecha: D-os, aunque sea sólo uno, como alguien lejano y en principio ajeno a lo que hacemos o nos sucede.

Pero el verdadero monoteísmo no puede asumir semejante idea. El que es Omnipotente no sólo en todos los lugares, sino también en todos los momentos, está presente desde nuestro propio interior no sólo en todo lo que hacemos, sino que SIGUE PRESENTE en todo lo que hicimos o haremos.

Es decir, nos movemos en Él, somos en Él.

En su momento, la Torá coronará esta idea al decirnos que los mandamientos de D-os y la posibilidad de obedecerlos no están en el cielo ni del otro lado del mar, sino en nuestro propio interior. En nuestra boca y en nuestro corazón.

¿Hasta que punto Moshé estuvo consciente de que las palabras “Yo soy el Señor D-os; y aparecí a Abraham, Itzjak y Yaacov como el D-os Omnipotente, pero mi nombre no se los di a conocer” no eran la culminación de una revelación, sino apenas la puerta de entrada a un proceso que, en realidad, todavía no acaba?

No lo sabemos. De hecho, no nos toca saberlo. Sólo nos toca entender nuestro momento y nuestra participación en ese proceso.

Por eso también dice el Talmud que lo importante no es obtener las respuestas, sino seguir planteando preguntas.

Así empezó el diálogo de Moshé con D-os: preguntas, preguntas, más preguntas.

Así seguimos siendo los herederos de Moshé. Está en nuestra alma, es nuestra voación más profunda.