PILAR RAHOLA

No quería hacer este artículo, ni presentar el libro al que hace referencia. No quería, ni querría, porque sé que me cuesta reprimir el ahogo que me atenaza por dentro, pero el luto por la memoria no debe impedir la obligación del testimonio. Y es así, comprometida con la denuncia, como enhebro con dificultad este artículo sobre una niña asesinada, metáfora trágica de tantas niñas como ella.

Eva Heyman 13 años Hungría cámara de gasAGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO  – Se llamaba Eva Heyman y NED ediciones lo acaba de publicar ¡He vivido tan poco!, el diario que empezó a escribir el 13 de febrero de 1944. Acababa de cumplir los trece años. Tres meses después, el 30 de mayo del 44, dejó de escribir. Fue el día en que la enviaron a Ausch­witz, donde Mengele la seleccionó para sus experimentos y donde, cuatro meses después, ya muy enferma, fue gaseada el 17 de octubre de 1944. El diario es tan conmovedor que me parece uno de los textos más extraordinarios para entender, en propia voz, cómo debieron ser aquellos momentos terribles, los días previos a la deportación, los vecinos que iban desapareciendo, el silencio de los barrios, el miedo… Lo dice Vicenç Villatoro en el prólogo: “Es un texto literariamente turbador”, porque nos recuerda que detrás de las estadísticas había, una a una, cada una de las personas que murieron en aquel horror, con sus familias, paisajes, esperanzas, ilusiones. Muchos de ellos, como Eva, vivieron muy poco, pero estuvieron aquí, y este diario pone voz a su humanidad.

El último día antes de la deportación, Eva escribió: “¡Pequeño diario mío, ahora sí que todo se ha acabado! Han dividido el gueto en zonas y nos llevarán a todos”. Y el día 30, poco antes de subir al vagón, todavía nos dejó un texto final: “¡Pequeño diario mío, yo no me quiero morir, yo quiero vivir! Aunque en toda nuestra zona yo fuera la única que se pudiera quedar aquí. ¡Resistiría en un sótano o en cualquier guarida hasta el final de la guerra e incluso dejaría que aquel guardia civil bizco que nos cogió la harina me besara mientras no me maten, mientras me dejen vivir!”.

En el Holocausto murieron un millón de niños como Eva y desaparecieron tres cuartas partes de la población judía que vivía en Europa desde hacía siglos. En el pueblo de Eva no quedó ninguno. Cada vez que algún personaje de los que pululan por nuestra casa –o por cualquier lugar– usa el Holocausto para despreciar una opinión, cada vez que tildan de nazis a otros para poder matar sus ideas, cada vez que nos nombran la Kristallnacht para criticar una situación, o la solución final, o el resto de barbaries del nazismo –como tan a menudo pasa–, cada vez que se banaliza el horror, todos estos que lo hacen ensucian, desprecian y pisotean la tragedia de Eva y, con ella, la memoria de los millones de asesinados. La banalización del Holocausto es culpable, es perversa y es cómplice. Y… es el síntoma de una inhumana indiferencia con el asesinato masivo.

Fuente: La Vanguardia – Reproducción autorizada con la mención: © EnlaceJudíoMéxico