Este artículo es parte de una serie que cuenta con 4 partes. Si tienes ganas de leerlo desde el principio, puedes ver empezar por la Parte I


IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Seguimos con nuestro análisis de lo que es el Talmud, y en esta nota vamos a revisar qué significa la idea tradicional de que el Talmud es la puesta por escrito de la Torá Oral.

Comencemos por la comprensión errónea e inadecuada: suponer que en el Monte Sinai D-os entregó la Torá Escrita tal y como la conocemos, y que como complemento le reveló a Moisés todo el contenido del Talmud, mismo que fue milagrosamente preservado de generación en generación y de boca en boca.

Respecto a la Torá Escrita tal y como la conocemos, ya vimos en la nota pasada que la propia evidencia interna revela que mucho de su contenido primero se transmitió de manera oral. Respecto al Talmud, si hubiese sido un contenido oral ya conocido desde tiempos de Moisés, el proceso de transcripción se hubiera tomado varios años, pero no tantos como 350 (sí, tres siglos y medio).

Más aún: el Talmud no estaría claramente enfocado en una transcripción de discusiones donde los protagonistas son sabios relativamente recientes (la abrumadora mayoría, posteriores al siglo II EC). Si se tratara de una información preservada a lo largo de 15 siglos, lo lógico es que se transcribieran las enseñanzas de sabios de esos 15 siglos.

El no entender esta situación de sentido común ha hecho que muchos crean que el Judaísmo cree que “Talmud” es sinónimo de “Torá Oral”, y que esta es una especie de “texto paralelo” al de la Torá Escrita.

Pero no. El asunto no va por allí.

¿En qué sentido el Talmud es la compilación de la Torá Oral? Para empezar a dilucidar el asunto, comencemos por una pregunta simple: ¿Por qué es necesario el Talmud?

La respuesta también es simple: porque la Torá Escrita no se puede obedecr de manera literal. La Torá está inmersa en un contexto socio-cultural arcaico en el que resultan normales muchas cosas que hoy son totalmente inaceptables, como el esclavismo, la poligamia, la condición de la mujer como propiedad del varón, o la aplicación de la pena capital en asuntos que hoy no se considerarían lo suficientemente graves como para algo tan drástico.

Otro detalle es que la religiosidad “normal” para el texto bíblico –por época y lugar– se basa en los sacrificios de animales, algo que también resulta imposible actualmente.

Por eso (y ya lo señalé desde la primera nota) es obligatorio un trabajo de interpretación, cuyo objetivo no es otro sino detectar los elementos esenciales del texto para buscar de qué modo se tienen que aplicar a nuestra realidad objetiva e inmediata.

Pongamos un ejemplo concreto: la Torá enseña que las esquinas de los campos de cultivo deben dejarse para que las cosechen los pobres y los extranjeros, y de ese modo ellos puedan garantizar su subsistencia. Se trata de una perspectiva maravillosa de solidaridad social, que no sólo abre la puerta para que el pobre tenga sustento, sino que además lo hace de tal modo que ese mismo pobre no queda reducido a un parásito social que depende exclusivamente de la misericordia de los que sí tienen recursos. Al contrario: lo dignifica, porque le ofrece la posibilidad de sobrevivir, pero lo obliga a trabajar.

Bien. Maravilloso, pero ¿eso en qué me atañe a mí, si no vivo en un contexto agrícola antiguo? No tengo campos de cultivo. Y si los tuviera, la moderna legislación no me permitiría simplemente dejar ciertas zonas para que las cultiven otros.

¿Estoy obligado a obedecer esta ordenanza de la Torá? Por supuesto. ¿Cómo?

De eso se trata el trabajo de interpretación y contextualización del texto escrito de la Torá. Es decir, de eso se trata el Talmud y, por lo tanto, la Torá Oral.

Ahora bien: ¿existe en el Talmud un párrafo en donde se explique de qué modo se tiene que aplicar la Torá Escrita (no sólo en este caso, sino en todos donde su aplicación literal resulta imposible) en el mundo de hoy? Seguro. Toda la Torá es analizada, desglosada y explicada por el Talmud, pero sucede algo extraño y por partida doble.

Lo primero es que no se ofrece algo así como una “norma oficial” para contextualizar el texto escrito. De hecho, lo que se ofrecen son –inequívocamente y siempre– varias opiniones (generalmente contradictorias) sobre cada tema.

Lo segundo es que todas esas opiniones están inmersas en un contexto que, hoy por hoy, también resulta antiguo. Es decir: ya no son los párrafos ubicados en el Israel semi-nómada del siglo XIII AEC, pero son párrafos ubicados en los siglos II al VI del Israel devastado por los romanos. Al caso, la situación es la misma: si la normatividad del siglo XIII AEC es imposible de aplicar hoy en día, la del siglo VI EC tampoco resulta viable. Necesitamos una normatividad para el siglo XXI.

Si el Talmud fuese algo tan sencillo como “la puesta por escrito de lo que originalmente fue la Torá Oral”, sería un fracaso absoluto. ¿Por qué? Porque esa Torá Oral se necesitaba para contextualizar el texto de la Torá Escrita, un texto anclado a su realidad de hace 3300 años; pero al ponerse por escrito, el Talmud ahora sería otro texto, a su vez anclado en su realidad de hace 1700 años.

Pero no. Talmud y Torá son dos cosas completamente diferentes, empezando por el tamaño. La diferencia más relevante es que mientras el contenido central de la Torá son sus ordenanzas (prescripciones de conducta), el del Talmud son sus inacabables discusiones en las que sus protagonistas nunca se ponen de acuerdo.

Eso ya nos da la pista para saber de qué se trata el Talmud: su objetivo no es descifrarnos la Torá, sino ENSEÑARNOS A DISCUTIR.

La solución lograda por quienes le dieron forma al Talmud es una genialidad. Repasemos: el problema es cómo obedecer un texto antiguo que ya no puede aplicarse literalmente a la realidad inmediata. Desde Yehudá Hanasi hasta quienes completaron las dos versiones del Talmud (babilónica y jerosolimitana), la estrategia fue compilar discusiones hechas por rabinos que habían vivido siglos antes.

Parece no tener lógica: tengo un texto anacrónico, y trato de solucionar eso por medio de discusiones llevadas a cabo por rabinos anacrónicos.

Por eso lo importante no es tanto lo que esos rabinos dicen, sino CÓMO LO DICEN. Y por eso es que el Talmud no presenta NUNCA algo similar a una “opinión oficial” o “interpretación definitiva”. Por el contrario: presenta opiniones divergentes respecto a todo. ¿Por qué? Porque lo importante no es nada más aprender QUÉ DICEN los rabinos anacrónicos sobre cualquier tema de la Torá, sino CÓMO LLEGARON a esa opinión.

Sí: son rabinos del siglo III o IV y por ello sus opiniones son tan anacrónicas como las de la Torá Escrita, un texto que se remonta al siglo XIII AEC. Pero lo que no es anacrónico es el modo de analizar las cosas, y menos aún la obsesión por cuestionarlo todo. Absolutamente todo.

Son rabinos buscando ese meollo, esa esencia del contenido de la Torá Escrita, esa que está por encima de cualquier circunstancia y cualquier época y que se puede aplicar en el tiempo de Moisés, en el tiempo de Akiva o en el tiempo actual. Por eso, lo importante va más allá de su opinión ubicada en su propio contexto: lo verdaderamente importante es aprender de qué manera buscaron ese contenido esencial, porque lo que nosotros tenemos que hacer no es repetir lo que ellos dijeron, sino BUSCAR lo que ellos buscaron.

Se trata de un portentoso mapa de ideas: en vez de describirnos lo que encontraron al final de su búsqueda, nos describieron la ruta que los llevó a su destino.

Si Yehudá Hanasi, por ejemplo, se hubiera dedicado a exponer sus propias interpretaciones del texto bíblico, o incluso de lo dicho por otros rabinos, sus contemporáneos las hubieran encontrado bastante lógicas y accesibles. Es obvio: eran explicaciones dadas por un sabio vivo, vigente, contemporáneo, que entendía la realidad en la que estaban inmersos todos, él como autor y los demás como lectores.

Ello hubiera provocado la tentación de sacralizar la opinión de Yehudá Hanasi, y muchos hubieran asumido que esa –y sólo esa– era la forma de entender y aplicar las ordenanzas de la Torá.

Por contexto histórico, tal vez dicha normatividad hubiese funcionado potablemente bien unos 200 años, suficiente tiempo para consolidar la idea de que las cosas eran así y punto, no hay más que discutir. Pero al cabo de otros 200, 300 o 400 años las soluciones habrían comenzado a envejecer. Sin embargo, lo lógico es que los núcelos académicos de la religión se hubieran aferrado a ellas. Le funcionaron bien a Yehudá Hanasí hace 500 años. ¿Por qué no habrían de funcionarnos a nosotros?

Inevitablemente, el Judaísmo habría caído en un fundamentalismo ideológico chato y sin futuro.

Pero no: Yehudá Hanasí sentó las bases de un modo muy simple, tomando un texto antiguo y luego explicándolo por medio de interlocutores antiguos explicándolo. Así fue como surgió la Mishná. Luego vinieron las siguientes generaciones de compiladores, y su labor demuestra que entendieron perfectamente bien el objetivo de Yehudá Hanasí: todas las discusiones transcritas son sostenidas por rabinos antiguos. De ese modo, el verdadero estudioso del Talmud termina por entender que la labor de interpretar, discutir y contextualizar NUNCA TERMINA.

El Talmud no es un libro para aprender conceptos, sino para aprender a pensar.

Por decirlo en otras palabras, no es un libro donde podamos buscar las respuestas, sino uno que nos enseña a formular las preguntas.

El verdadero erudito en Talmud no es alguien con un cúmulo impresionante de información sobre tales o cuales temas, sino alguien con la capacidad de cuestionar la vida desde todos los ángulos posibles. Eso lo convierte en la persona más adecuada para encontrar las respuestas, porque sabe formular las preguntas.

En gran medida, ese ha sido el secreto de la sobrevivencia del pueblo judío: una sorprendente capacidad para entender el entorno. Pese a los momentos en los que la tragedia ha sido inevitable y el daño ha resultado mayúsculo, el pueblo judío –como ningún otro– se ha levantado de sus propias cenizas para seguir adelante.

Ahora estamos listos para entender qué es la Torá Oral: no es un contenido “paralelo”, y menos aún una “interpretación oficial” de la Torá Escrita.

LA TORÁ ORAL ES LA MANERA EN LA QUE SE DISCUTE (acción que se hace hablando) el texto de la Torá Escrita, tal y como se aprende –antes que en otro lugar– en el Talmud.

Desde la perspectiva de la sociología de la religión es una explicación perfectamente verosímil. Si nos remitimos al relato tradicional, la imagen en Sinai no es la de D-os dándole un texto escrito a Moisés y, además, un cúmulo inacabable de información que habría que preservar oralmente durante los siguientes 15 o 18 siglos. Más bien, se trata de D-os dándole un texto a Moisés y luego explicándole CÓMO DEBE SER DISCUTIDO, de tal modo que en cada lugar y cada época conserve su vigencia.

La sorprendente comprensión de esto lograda por los sabios que compilaron el Talmud se hace presente en uno de los relatos más fantásticos donde se plantea ese problema de la vigencia de un texto antiguo en un contexto distinto al original.

En el relato, Moisés le pregunta a D-os por qué adorna las letras de la Torá con pequeños trazos aparentemente innecesarios. D-os le contesta que todo eso tiene un significado que él, Moisés, no puede comprender en ese momento, pero que en el futuro habrá un maestro que lo podrá explicar.

Se trata de un modo folclórico pero preciso de explicar que la comprensión de ningún ser humano puede ser absoluta: está limitada por su propio contexto, por lo que en el futuro las mismas cosas serán explicadas de un modo distinto, más rico.

Moisés le pide a D-os que le permita conocer a ese hombre, y nos cuenta el Talmud que entonces D-os le llevó hacia el futuro y lo puso frente a la casa donde Rabí Akiva enseñaba Torá. Moisés entró, se sentó hasta atrás, y comenzó a escuchar las disertaciones de Akiva –justamente– sobre los adornos en las letras de la Torá.

Después de su exposición, un alumno le preguntó a Rabí Akiva cómo podíamos estar seguros de que todo eso era correcto. Y Akiva respondió: todo esto que he explicado, Moisés lo vio en Sinai.

Lo interesante es esto: dice el Talmud que Moisés no entendió nada de la explicación de Akiva.

Eso significa, por extensión, que Akiva no habría entendido las explicaciones de Maimónides, que este no hubiera entendido las explicaciones de Yosef Caro, y que este último tampoco habría entendido las explicaciones de Aarón Soloviechik o del Rebbe Schneerson.

Pero eso también significa que lo importante no es repetir las explicaciones de Akiva, Maimónides, Caro, Soloviechik o Schneerson como si fuésemos pericos. Lo importantes es entender CÓMO LLEGARON A ESAS EXPLICACIONES, porque lo que tenemos que repetir ES EL CAMINO Y EL RAZONAMIENTO, no las explicaciones.

El panorama va quedando más claro: la revelación de la Torá fue algo infinitamente más complejo que entregar un libro y su interpretación oficial. Fue la entrega de un reto a conocernos a nosotros mismos como individuos y sociedades en permanente cambio y evolución, así como la necesidad imperiosa de nunca dar por concluida la labor de investigar, cuestionar, preguntar.

El Texto Escrito es el eje alrededor del cual gira todo lo demás, pero tuvo que ser redactado en un lenguaje adecuado para la gente de su tiempo. De lo contrario, habría sido completamente inútil.

Por eso, la revelación obligada tenía que incluir algo que no se puede poner por escrito, porque de hacerse se fosiliza de inmediato y queda limitado al contexto, momento y lugar, de quien lo transcribió. Es algo que sólo puede referirse de una generación a otra por medio del habla, de la boca, porque se trata de eso que no se ve en el texto escrito: el criterio con el que se analiza, se desglosa, se interpreta, se cuestiona.

Eso es lo que los judíos hemos aprendido de generación en generación desde hace miles de años.

¿Funciona? Seguro. Aquí seguimos, más vivos que nunca. La Torá ordena: escoge el camino de la vida.

No cabe duda de que ese es el camino que hemos escogido.


Para leer la siguiente parte de esta hermosa serie de artículos, haz click aquí: Parte IV