FÁTIMA URIBARRI

Tres jóvenes armados con una pistola y un farol detuvieron en Bélgica el convoy número XX con destino a Auschwitz. Un total de 233 prisioneros lograron saltar en una fuga masiva única, entre ellos, Simon Gronowski.   

El maquinista frena al ver una luz roja sobre la vía. Los soldados alemanes que custodian el convoy se bajan para indagar qué pasa. Mientras tanto, Robert Maistriau -belga de 22 años- corta los cables de uno de los furgones y abre la puerta corredera. Se encuentra con 50 rostros asustados y deslumbrados por la luz. «Sortez, sortez», grita Robert. Tras un breve desconcierto escapan 17 ocupantes de ese vagón del convoy número XX cargado de judíos con destino a Auschwitz-Birkenau.

Aquella operación de la resistencia belga logró algo insólito: que 233 prisioneros saltaran del tren que los llevaba a la cámara de gas. Fue una acción muy preparada en la que fue crucial la temeraria acción de detener el tren. Lo lograron tres jóvenes: los estudiantes Robert Maistriau y Jean Franklemon y el médico judío Youra Livschitz, y lo hicieron armados solo con una pistola y un farol.

Era la primera etapa de un plan urdido hacía semanas. Antes de que ese tren partiera hacia Auschwitz aquel 19 de abril de 1943, varios judíos que llevaban meses retenidos en el campo de tránsito de Mechelen, en Bélgica, tramaron la insumisión. Eva Fastag, una de las empleadas judías del campo, manipuló las listas del convoy para reunir en varios vagones a activistas judíos provistos de herramientas robadas de los almacenes.

La mayoría de los 1631 pasajeros de aquel convoy desconocía el plan de evasión. Lo ignoraba Simon Gronowski, de 11 años, que viajó en aquel tren con su madre, Chana. «El vagón me parecía enorme y estaba muy oscuro. Yo no sabía que me habían condenado a muerte y que el tren me llevaba a mi ejecución. La gente creía que íbamos a campos de trabajo», cuenta desde su casa en Bruselas, donde lo ha conseguido localizar XLSemanal.

Simon había escuchado los disparos de los soldados tras el primer parón cuando lograron saltar los 17 liberados por los resistentes belgas. Luego, el tren reanudó la marcha y se quedó dormido en brazos de su madre. «Habría pasado como una hora cuando mamá me despertó. Noté una brisa fría: la puerta corredera estaba abierta», cuenta. La habían abierto los activistas judíos que viajaban en su vagón. Y ya habían saltado varias personas.

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Disparaban hacia mí. «La primera parada del tren, los disparos, los gritos de los soldados despertaron en muchos prisioneros la esperanza de escapar», explica Simon. Cuando vio la puerta abierta, su madre reaccionó con astucia y valentía. «Metió un billete de 100 francos en mi calcetín y me llevó hacia la puerta. Me sujetó por la ropa cuando me coloqué en el escalón exterior del vagón. Me dijo en yidis ‘der tsug geyt tsa shnell’, el tren va demasiado rápido. Son las últimas palabras que escuché de ella. No las olvido», cuena Simon.

El tren disminuyó de velocidad y el niño saltó. «No me hice daño. Me quedé de pie junto al tren esperando a mi madre», dice. Pero ella no pudo saltar. El tren se detuvo de nuevo. Los soldados bajaron. «Venían hacia mí disparando y gritando. Mi primera idea fue volver a subirme al tren para reunirme con mi madre y que no me cogieran», cuenta. Pero los alemanes se interpusieron entre él y el convoy. Instintivamente echó a correr hacia el bosque. «Pensaba: ‘saltar del tren es fácil, pero… ¿ahora qué hago?’ Además, no sabía si estaba en Alemania», recuerda.

Corrió toda la noche. Para ahuyentar el miedo y acelerar el ritmo iba cantando por dentro In the mood, de Glenn Miller. Cuando llegó al primer pueblo, sobre las seis de la mañana, decidió pedir ayuda. Llamó a una casa. A la mujer que abrió la puerta le dijo que estaba jugando en el bosque con otros niños, se había perdido y necesitaba volver a Bruselas. Lo llevaron a Borgloon, el pueblo de al lado. Lo dejaron en casa del gendarme Jan Aerts.

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Cuando vio a aquel hombre con uniforme y pistola, Simon tembló de miedo. «Pensé que me iba a devolver a la Gestapo», dice. Repitió que se había perdido, pero el gendarme no le creyó. Sabía que varios prisioneros habían escapado del convoy XX. Agarró al niño por los hombros y le dijo. «Estabas en el tren de los judíos, pero no te voy a denunciar, soy un buen belga».

Simon se echó en sus brazos y rompió a llorar. La mujer de Jan Aerts lo bañó, tiró su ropa sucia y le puso un traje de su hijo. Los Aerts le dieron de comer, lo escondieron en su casa todo el día, luego lo llevaron a la estación de otro pueblo y lo subieron a un tren de vuelta a Bruselas que Simon pagó con el dinero que le había dado su madre. Los Aerts se jugaron la vida por él.

Cuando llegó a Bruselas, Simon se fue a casa de los Rouffart, amigos de su familia. Hizo bien. Los Rouffart habían escondido a su padre, que se había librado de la detención porque no estaba en casa cuando la Gestapo fue a por ellos. «Viví durante 17 meses, hasta la liberación de Bruselas, el 3 de septiembre de 1944, acogido por tres familias católicas belgas que me trataron como a un hijo», dice Simon. Cada vez que sonaba un timbre se sobresaltaba, apenas salía a la calle y siempre había prevista una vía de escape por los tejados. Así se salvaron él y su padre, ocultos por separado.

Leo Gronowski murió en 1945 poco después de la liberación, destrozado al confirmar la muerte de su mujer y su hija. La madre de Simon murió en la cámara de gas al llegar a Auschwitz: como el 70 por ciento de las mujeres del convoy XX como represalia por las fugas del tren. De los 233 evadidos solo sobrevivieron 153: a 26 los abatieron enseguida y a 89 los capturaron.

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A los héroes que detuvieron el tren los apresaron. A Youra Livschitz lo ejecutaron, Robert Maistriau y Jean Franklemon estuvieron en campos de concentración y sobrevivieron. A Ita, la hermana de Simon, la enviaron a Auschwitz en el convoy 22B el 19 de septiembre de 1943. Ita estuvo seis meses retenida en el cuartel de Dossin. Desde allí partieron hacia los campos nazis 28 trenes con 25.496 judíos y 353 gitanos: solo sobrevivieron 1218 judíos y 33 gitanos. ¿Por qué no se atacó a otros trenes?, preguntamos a Simon. «No tengo respuesta. No tengo palabras», responde abatido.

“Estoy vivo gracias a los héroes”

Simon Gronowski tenía 11 años en abril de 1943, cuando saltó del tren que lo llevaba a la cámara de gas. El convoy lo detuvieron tres activistas de la resistencia belga (abajo). A Jean Franklemon lo arrestaron y enviaron al campo de Sachsenhausen, murió en 1977; a Robert Maistriau lo encerraron en Bergen-Belsen, falleció en 2008; a Youra Livschitz lo capturaron y ejecutaron en 1943.

Del cuartel de Dossin, en Bélgica, viajaron a Auschwitz 28 trenes con 24.896 judíos y 353 gitanos. sobrevivieron 1218 judíos y 33 gitanos. «No entiendo por qué no atacaron otros trenes», se lamenta Simon Gronowski, uno de los que escapó del convoy XX. Apenas hubo fugas de los transportes. Se dio una rebelión en uno que partió en 1942 también de Dossin, pero la protagonizaron trabajadores forzados que se resistían a una segunda deportación. No es equiparable a la fuga del convoy XX, que transportaba hombres y mujeres de todas las edades, desde Suzanne Kaminski -de cinco semanas- hasta Jacob Blom -de 90 años-.

La ruta del convoy XX: desde Bélgica hasta Auschwitz-Birkenau

De los 1631 judíos que el 19 de abril de 1943 subieron al convoy XX en el cuartel de Dossin, en Mechelen (Bélgica), con destino a Auschwitz-Birkenau, en Polonia, 233 lograron saltar; 17 de ellos lo hicieron en Boortmeerbeek, donde 3 rebeldes belgas pararon el tren. El resto saltó durante el trayecto. habían subido herramientas a los vagones para abrirlos desde dentro. El convoy XX protagonizó una fuga masiva única. A 26 de los evadidos los abatieron enseguida, a 89 los capturaron de nuevo. De los fugados, sobrevivieron 153. Al llegar a Auschwitz enviaron directos a la cámara de gas a los 237 niños del convoy y al 70 por ciento de las mujeres.

Fotos: Carlos Luján; Getty Images / Sergio Arango; Kazerne Dossin – Mechelen – Fonds S. N. C. B.

Fuente:xlsemanal.abc.es