Daniel J. Elazar nos dice: “La forma en que los judíos, como comunidad en la diáspora, crearon un modo de vida propio, con un calendario con cada día claramente especificado, fue lo que estableció un ritmo propio de la vida judía y los separó de sus vecinos.

MARCOS GOJMAN

Hay una creencia generalizada de que la diáspora judía se inició en la época del dominio romano, cuando estos destruyeron Jerusalem y el Templo en el año 70 EC y derrotaron a Bar Kojba y sus hombres en el año 135 EC. Esto no es correcto. El fenómeno de la diáspora judía empezó en el año 733 AEC con el exilio de las diez tribus del reino de Israel en manos de los asirios y continuó con el exilio a Babilonia de una parte de la población del reino de Judá, en el año 597 AEC. En el 539 Ciro el grande, rey de Persia, conquista Babilonia, y emite un decreto que permite el regreso de los exiliados de Judá a la tierra de Israel, pero muchos decidieron quedarse en Babilonia.

Al imperio persa lo sustituye el imperio griego con Alejandro Magno y a su muerte, en el 323, queda dividido en dos, encabezados por dos generales: Ptolomeo y Seleuco. El primero gobierna la parte sur, que incluía Egipto y la Tierra de Israel y durante su reinado muchos judíos van a Egipto como mercenarios y otros en busca de fortuna. Ya en el siglo II AEC, según Flavio Josefo, en Egipto vivían cerca de un millón de judíos y su presencia se extendía hasta Cirenaica, en la actual Libia. Pronto la Tierra de Israel cayó en manos de los seleucidas, que también dominaban Siria, lo que ocasionó una migración de judíos hacia ese territorio. Con la revuelta macabea, los judíos lograron una cierta autonomía, pero en el año 63 AEC, los romanos invadieron Jerusalem y el pueblo judío perdió su independencia y soberanía. La respuesta romana a la rebelión judía, incluía el que muchos fueran llevados como esclavos a Roma, donde ya existía una comunidad judía importante.

Ya en la mitad del siglo II AEC, el autor judío del tercer Oráculo Sibilino, una colección de profecías, al hablar de los judíos decía “Cada tierra y cada mar están llenos de ti”. Estrabón, un geógrafo griego, Filón, Séneca, Lucas, Cicerón y Flavio Josefo, mencionan la existencia de poblaciones judías en la cuenca del Mediterráneo, además de las comunidades en Mesopotamia. El rey Agrippa I, en una carta a Calígula, enumeró las provincias en donde se encontraba la diáspora judía y estas incluían países helenizados y no helenizados del oriente. Sólo le faltó Italia y Cirene en Libia.

Daniel J. Elazar nos dice: “La forma en que los judíos, como comunidad en la diáspora, crearon un modo de vida propio, con un calendario con cada día claramente especificado, lo que estableció un ritmo propio de la vida judía y los separó de sus vecinos, merece un estudio más profundo. De manera paralela, es posible estudiar la forma de cómo fueron excluidos los judíos de las sociedades cristianas y musulmanas, a través de una combinación de actitudes y medidas antijudías, por un lado, y el principio mutuamente aceptable de que los judíos eran una nación en el exilio y, por lo tanto, merecedora de autonomía corporativa, por el otro”.

El desplazamiento de los grandes centros de la vida judía, de la tierra de Israel a Babilonia, después a España y el norte de África, luego a Europa, especialmente Polonia y los países vecinos, para continuar a Estados Unidos y otros países de América, hasta llegar hoy en día al Estado de Israel, nos da la imagen de un pueblo en movimiento. Estas migraciones constantes fueron, por un lado, perturbadoras, pero, por el otro, ofrecieron a los judíos la oportunidad para renovar la vida y adaptarse a nuevas condiciones. La diáspora, es un proceso de renovación constante del judaísmo.

Bibliografía: Daniel J. Elazar “The Jewish People as the Classic Diaspora: A Political Analysis” y otras fuentes.

Fuente:alreguelajat.com