Enlace Judío / Aranza Gleason – Cuando queremos describir algo que realmente nos importa puede ser difícil encontrar las palabras que honren la esencia de lo que sentimos y más difícil aún ponerle un nombre.

El nombre es como una navaja de doble filo, guarda una relación traicionera con el que lo escoge: por un lado, es una muestra de intimidad, sólo nos relacionamos con aquello que podemos concebir y podemos nombrar; al mismo tiempo, es una forma de limitación, todas las posibilidades que tenía el ente se cierran a la característica que su nombre resalta.

Cada vez que escogemos un nombre corremos el riesgo de eliminar y dejar fuera todo lo otro que conforma a lo que nombramos. Por eso es tan difícil poner nombres a nuestros hijos: Queremos que suene bien, queremos que les guste más adelante y sobre todo queremos que tenga un significado y un sentido tan profundo que los pueda acompañar desde que nacen, a lo largo de su vida y tras su muerte.

En el judaísmo, el nombre tiene un peso singular: se considera que es el canal por el medio del cual el alma entra al cuerpo; define el origen y el carácter de la persona, así como su esencia y su misión espiritual.

El Talmud constantemente repite dos midrashim (historias toraicas o talmúdicas) que se refieren a los nombres. El primero sucedió en el jardín del Edén. Hashem le pidió a Adán que diera nombre a todas las criaturas que había formado. Antes de nombrarlas, Adán vio la esencia de cada uno de los seres, la razón por la cual D-s los había creado, y luego escogió la palabra que las definiría para siempre. El segundo midrash dice que los judíos fueron salvados de Egipto porque conservaron sus nombres hebreos, ello implica que mantuvieron presente su pasado y su origen.

Estos dos midrashim enseñan lo que es el sentido del nombre. El nombre no sólo revela el carácter de la persona y augura su futuro, también es una marca de su procedencia: es el nombre de su familia y la síntesis de su historia personal, lo que ha hecho.

Dado que es un asunto tan importante, hay varios elementos a considerar antes de escoger un nombre:

Profecía y nombre en hebreo

Como el nombre tiene significados espirituales tan importantes, se considera que D-s ayuda a los padres en la elección. Cuando los padres escogen el nombre de sus hijos reciben un sextavo de profecía. De tal forma que, aunque los padres se hayan equivocado al mencionarlo, el nombre que tomó la persona es el adecuado, ya que D-s mismo fue partícipe de esa decisión.

Sin embargo, esto sucede únicamente cuando el nombre se escoge en hebreo, ya que es la lengua de la Torá, la lengua de nuestro pasado y nuestra identidad.

Escoger nombre de parientes

Debido a la carga espiritual que tiene el nombre se ha vuelto tradición entre las familias judías escoger el nombre de un familiar o pariente muy querido. Es una forma de conectar espiritualmente al niño que nace con su antepasado, esperando que influya en su formación, de honrar la memoria del ser querido y que el nombre perdure a través de los años.

Los ahkenazíes escogen el nombre de un familiar que haya fallecido. Jamás se pone el nombre de un familiar vivo, porque se piensa que el nuevo integrante puede robarle la suerte y el destino al pariente vivo.

En cambio, los sefardíes casi siempre escogen el nombre de un familiar vivo para sus hijos, especialmente el nombre de los abuelos, porque es una forma de identificarse como familia y de mantener el nombre de los antepasados siempre vivos.

Jamás se pone el mismo nombre a dos hermanos ya que puede ocasionar rivalidad y envidia entre ellos.

Dos nombres

Antes de la diáspora, los nombres de las personas eran tomados de las escrituras y no existían los apellidos; la forma de distinguir a una persona de otra era mencionando a su padre o a su madre. Para decir hijo se usaba el acrónimo “ben” y para decir hija “bat”. Por ejemplo para buscar a David que era hijo de Isaac en el pueblo se decía “David ben Isaac” o a Lea, hija de Tamar, se decía “Lea bat Tamar”.

Conforme la diáspora fue sucediendo, gracias a la asimilación que hubo a las otras culturas se empezaron a usar nombres que no fueran judíos y se adoptaron los apellidos. Aunque la gente los usaba de forma cotidiana, para la religión esos nombres no tenían validez legal, ya que era necesario un nombre hebreo.

En la cultura ashkenazi se hizo costumbre usar dos nombres; uno en hebreo que es el nombre con el que la familia identifica a la persona y que se usa para cualquier evento religioso: para rezar, para leer de la Torá, para firmar la ketubá (contrato matrimonial) y para ser enterrado, que al mismo tiempo es el nombre que se anuncia públicamente frente a la comunidad en la ceremonia correspondiente, y, aparte se escoge un nombre no judío, con el cual la persona se identifica en espacios menos íntimos como el trabajo, la escuela o trámites civiles. Durante mucho tiempo esta práctica ayudó a los judíos a escapar del antisemitismo sin sacrificar sus tradiciones.

¿Cuándo se asigna el nombre?

Si el bebé es varón, su nombre se anuncia en el día de su circuncisión, si es niña se le pone en el primer día en que el padre sube al arca a leer de la Torá. En ambos casos se hace una celebración.

Tomar un nuevo nombre

En algunos casos cuando la persona está enferma gravemente se le cambia el nombre o se le da un nombre nuevo, esperando que tenga efecto en su destino. Igualmente cuando se recupera de una enfermedad que casi lo hace fallecer se le da un nombre nuevo que signifique vida o salvación, como forma de agradecimiento a D-s por haberlo salvado.