Enlace Judío México.- Pasión, determinación, memoria. Mantener una conversación con Mónica Unikel-Fasja (Ciudad de México, 1963) contagia entusiasmo.

MANU VALENTÍN

Hace ya más de veinte años comenzó a rastrear el viejo barrio de La Merced, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, en busca del legado judío de principios del siglo XX. Mónica ha sabido captar de forma admirable la alegre melodía, el tono enigmático de aquel México en el que convivieron armenios, libaneses, españoles y judíos, entre otros grupos de migrantes. “Es algo vivo. Han sido ellos, los antiguos vecinos, los que han compartido sus historias conmigo. Soy una mera transmisora de su legado”, apunta. Mónica obra el milagro, revive en un paseo la existencia de aquel barrio, como si toda aquella existencia se hiciera de pronto presente, la tienda de abarrotes, las vecindades de las calles Jesús María, Loreto y Moneda, la carnicería kosher, la laboriosidad shami, el humor asquenazí, la solidaridad halevi…

Nos sentamos con Mónica Unikel para hablar del proyecto que emerge de “La Sinagoga Histórica Justo Sierra 71”, cuyo principal objetivo es la difusión de la historia y cultura judía desde el corazón del Centro Histórico de CDMX.

En palabras de Mónica, el proyecto pretende rescatar la historia de la inmigración a través de las experiencias personales de los recién llegados que se instalaron y construyeron sus vidas en el barrio de La Merced, el emblemático barrio de inmigrantes de la Ciudad de México. Realzando el profundo papel que la inmigración ha jugado y continúa desempeñando en la configuración de la identidad nacional mexicana.

Mónica nos transporta a un mundo donde el teatro de la vida se impone, desplegándose sin remilgos, como si tras llamar a la puerta de una casa cualquiera de la vecindad se aparecieran ante nosotros los muebles, las cazuelas, las voces, los pasos e incluso los latidos de unos vecinos adormilados, inmóviles, dispuestos tan sólo a despertar si a alguien, como a Mónica, se le ocurre creer por un momento en su existencia.

Escuchándola nos damos cuenta que no tan solo ha sabido asimilar la vida de aquellos judíos recién llegados, sino que ha conseguido atenuar los prejuicios que envuelven a la comunidad a día de hoy. El hecho de que más de 21.000 visitantes, la mayoría de ellos no judíos, participasen el año pasado en las actividades organizados por “Justo Sierra 71”, nos ayudan a evaluar el impacto de su actuación.

Manu Valentín: El 13 de diciembre de 2009, bajo tu dirección, la Sinagoga Histórica Justo Sierra, se reinauguró para albergar diversas actividades culturales. Háblanos de aquellos inicios. ¿Cómo fue el proceso de recuperación y restauración del espacio? ¿Qué ocurrió con la sinagoga entre su cierre y la reapertura?

Mónica Unikel-Fasja: Han pasado veintidós años desde que empecé a hacer visitas guiadas por el barrio de los inmigrantes. Por entonces se trataba de un proyecto personal. Quería rastrear el pasado de la comunidad y sobre todo darlo a conocer. El highlight de aquel paseo era precisamente la visita a la Sinagoga Nidjei Israel, situada en el número 71 de la calle Justo Sierra. Durante aquella época se trataba de un lugar abandonado, cerrado al público. Vivía allí una familia que se dedicaba a mantenerlo limpio. Eran ellos los que me abrían las puertas en las visitas. Y eso resultaba un fastidio ya que en muchas ocasiones no estaban en casa. Fue entonces cuando conseguí que la comunidad asquenazí, propietaria del lugar, me diera una llave.

La sinagoga estaba en muy malas condiciones, en completo desuso. Habían pasado muchos años desde que la comunidad asquenazí se hubiera trasladado en masa a vivir a otras zonas de la ciudad: a la Hipódromo, a la Condesa, a la Álamos, donde habían fundado otras sinagogas. Desde entonces la rehabilitación de Nidjei Israel nunca había sido prioridad para la comunidad.

Pero de repente, alrededor del año 2007, todo cambia gracias a los trabajos que lleva a cabo el gobierno citadino en pro de la recuperación del Centro Histórico. Fue una mujer maravillosa, Alejandra Moreno Toscano, quien ideó las acciones a fin de lograr no sólo la recuperación de los espacios públicos, sino también de mejorar la situación de vida de quienes transitaban y habitaban en el Centro Histórico. Y fue en una de aquellas reuniones cuando Alejandra coincide con el ingeniero Raúl Pawa, miembro de la comunidad asquenazí, y le propone la restauración de la sinagoga para que fuese integrada en la nueva ruta del Centro. Fue entonces cuando me invitan a una junta para, como fiel conocedora de la sinagoga, aportase mi opinión. Lo primero que les dije fue que urgía la rehabilitación, ya que la sinagoga corría el peligro de caerse; lo segundo, que debíamos abrir las puertas al público en general, ya que los judíos ya no vivían en el centro y no iban a usar el espacio como espacio litúrgico; y lo tercero, como la comunidad no podía sufragar el gasto debían ser donadores los que financiaran la obra. Y así ocurrió. El señor Bernardo Weiss , miembro de la comunidad, se encargó de recaudar los fondos. Fue una recaudación básica, ya que nunca se pensó en el mantenimiento. De hecho, existe otro edificio que nunca se restauró, y por esa misma razón tiene un encanto especial. Ahorita lo utilizamos para diversas actividades como Cuentacuentos, cursos de Kabalah, conferencias, danza, intervenciones artísticas y más. El espacio es muy atractivo para cualquier tipo de espectáculo.

M.V: ¿Con qué vocación nace el proyecto? ¿Cuál es su misión?

M.U: Por un lado queremos recuperar un espacio histórico para la comunidad, que sirva como referente de sus raíces. Pero por encima de eso quizás esté nuestra voluntad de apertura. Queremos abrir las puertas para toda aquella gente que sienta curiosidad sobre la cultura e historia judía. Todos son bienvenidos. Queremos crear vínculos con los vecinos, crear comunidad. Lo interesante de este lugar es que no solamente te habla de los judíos, te habla también de una parte de la ciudad durante mucho tiempo olvidada, que tiene que ver con inmigrantes de diversos orígenes.

M.V: Háblanos de un poco de aquellos judíos asquenazis que llegaron en los años 20 y, tras mucho esfuerzo, fundaron la Sinagoga Nidjei Israel. ¿Cómo fue su convivencia con el resto de vecinos de La Merced (libaneses, armenios, españoles, etc.)? ¿Cómo era aquel barrio de los 20 y 30? ¿Qué pervive de entonces?

M.U: En 1912, en plena Revolución Mexicana, se crea la primera comunidad judía. Se trata de la Sociedad de Beneficencia Alianza Monte Sinaí, que agrupó a todos los judíos de la ciudad. Son en su inmensa mayoría judíos procedentes del Imperio Otomano: Siria, Líbano, Grecia, Turquía, y algún que otro asquenazí…puros hombres, las mujeres llegarán más tarde. Establecen la sede – dato interesante – en un Templo Masónico. Seis años más tarde, en 1918, Monte Sinaí obtiene el reconocimiento oficial del gobierno y compra el solar donde construirá la primera sinagoga en suelo mexicano, ubicada también en la calle Justo Sierra, en el número 83. Curiosamente el templo mantendrá rasgos masónicos. Lo mismo ocurrirá con varias lápidas del panteón de Monte Sinaí, fundado en 1914.
A los diez años los judíos asquenazís crearán su propio congregación, la asociación Nidjei Israel. En 1923 los sefarditas optan también por crear su propia comunidad, lo mismo ocurre con los judíos originarios de Alepo. De ese modo Monte Sinaí acaba siendo una congregación exclusiva de los judíos de Damasco – se les unirán también los judíos libaneses-, hasta el día de hoy.

M.V: ¿Cómo esos judíos se hicieron parte de México, cómo se convirtieron en judíos mexicanos?

M.U: El inicio fue muy difícil y angustioso: sin dominar el idioma, sin dinero, sin conocer la cultura mexicana, sus sabores, sus costumbres. México les fue extraño los primeros años, pero les fue bien. Ahorraron y trajeron a sus familias, mujeres, hermanos, primos. Tuvieron hijos mexicanos. Echaron raíces. Abrieron tiendas, fundaron industrias, estudiaron carreras. Y se mantuvieron fieles a sus tradiciones mientras adoptaban las mexicanas. En las calles aledañas al Zócalo se fueron estableciendo en vecindades donde compartían el patio con vecinos no judíos, por lo que la integración se aceleró. Judíos, armenios, españoles, mexicanos de Puebla o Oaxaca, todos compartían el mismo flujo incesante que los envolvía.

Toda una “judería” surgió en la calle Jesús María: carnicerías Kosher, tiendas de abarrotes donde se vendía arenque en barriles de madera, pepinillos agrios…En el barrio se representó teatro idish, escribieron poesía, crearon clubes juveniles. En los 30 se enfrentaron con determinación a los grupos fascistas que demandaban su expulsión del país.

M.V: En 1941, después de mucho esfuerzo, fue inaugurada la sinagoga de Nidjei Israel en Justo Sierra 71. El interior de la sinagoga era una copia fiel de un templo de Shavel, en Lituania. Háblanos de este hecho.

M.U: En efecto, esta fue una condición impuesta por el principal donador de la obra. Y no fue el único caso, de hecho, era costumbre. Las primeras sinagogas de México, todas y cada una de ellas, son réplicas de templos de las ciudades originarias de los promotores. Por ejemplo, la primera sinagoga de la comunidad sefardí es una copia de un templo de Vidin, en Bulgaria; la primera sinagoga de los judíos halevis es una copia de un templo de Alepo; la sinagoga asquenazí de la colonia Los Álamos es otra réplica de un templo de Lituania. Es fascinante.

M.V: ¿Qué perdura de aquella comunidad asquenazí, qué ha cambiado, qué rescatarías de aquella época, qué echas en falta?

M.U: Han cambiado muchas cosas, son épocas tan distantes como distintas, las necesidades cambiaron como también las prioridades. No sé, tal vez echaría de menos aquel sentimiento que suele aparecer en momentos de extrema necesidad, cuando los recién llegados apenas tenían para alimentarse y salían adelante gracias al apoyo incondicional de otros miembros de la colonia judía. Aquella solidaridad estaba muy asentada en el espíritu comunitario, quizás hoy también lo está pero de otro modo, más institucionalizada.

Por otro lado, la comunidad no se libra de la crisis de valores que azota la sociedad. Quizás perdimos, como judíos, aquella conciencia natural del que se ve obligado a huir, nos acomodamos y olvidamos que nuestros padres y abuelos llegaron con los bolsillos vacíos en busca de una vida mejor. Aquellos inmigrantes enfrentaron desafíos que quizás, a día de hoy, nos cuesta entender. Quizás perdimos la noción de ser inmigrantes y dejamos de valorar el esfuerzo que aquella vida suponía, un idioma por aprender, unas costumbres ajenas, una ciudad extraña.

La transmisión de esas vivencias se tornan indispensables para torcer esa tendencia. Cada año, por ejemplo, organizamos tours para las escuelas judías en los que intentamos concienciar a las nuevas generaciones sobre el esfuerzo de aquellos inmigrantes.

M.V: Según el propio Walter Benjamin, la ciudad es un vector esencial de la experiencia moderna. Él mismo nos incita a perdernos, a sumergirnos para comprender las infinitas potencialidades silenciadas por la historia. ¿Cómo enfocas los tours?

M.U: Me encanta esto que dices de Benjamin pues mi actividad favorita es literalmente perderme por las calles del Centro, dejarme llevar. Y a pesar de los años que llevo recorriéndolo siempre me topo con sorpresas.

En los tours trabajo con varios elementos, por un lado el espacio físico contrapuesto con alguna imagen del pasado, por otro lado, y también muy importante, la memoria oral de sus habitantes a través de entrevistas, memorias, etc. y ahora, últimamente, me ha ayudado muchísimo la prensa histórica, me refiero, por ejemplo, a los periódicos en idish editados desde finales de los años 20. En su sección de anuncios encontramos joyas imperdibles: “Jesús María dcha, tienda de abarrotes “La Palestina”. ¡Venga a comprar sus arenques! ¡Los mejores precios! Entregamos a provincias.” Gracias a esos anuncios se puede reconstruir todo el barrio, es maravilloso.

Cabe mencionar además que ya hay muchos libros de Historias de Vida, así como libros de Historia de los judíos de México en los que también he encontrado referencias.

Recuerdo, por ejemplo, a los hermanos Lisker. Tenían una ferretería en la calle de Corregidora. Conocemos la historia de la familia porque la nuera y el hijo han guardado el maletín con el que el abuelo salía a provincia a vender. A día de hoy el maletín sigue conteniendo las pantuflas, la pijama, el cepillo de dientes, etc. Además, gracias a la hemeroteca, sabemos que hubo un incendio en la ferretería donde muere uno de los hermanos. La prensa de la ciudad anuncia el altercado. Tenemos el maletín, los recortes de prensa, las fotos de la familia, con todo ello podemos reconstruir la historia de los Lisker en el Centro Histórico.

M.V: ¿Qué rol juega la Memoria en el proyecto? Háblanos de “Comparte tu recuerdo”, la sección de vuestra web en la que invitáis a las familias a compartir su historia.

M.U: La verdad, y es triste reconocerlo, hasta el día de hoy no hemos recibido nada. Ni un documento. No sé por qué. Quizás este sea un buen momento para invitar a las familias a que compartan su historia. Hasta ahora he sido yo quien ha ido a la casa de las familias en busca de ese pasado. He reunido una cantidad bestial de documentación, fotografías, objetos. De hecho, estamos organizando una exposición de armenios, libaneses y judíos en el barrio de La Merced.

M.V: Háblanos del camino recorrido.

M.U: De veras ha sido un proceso mágico, maravilloso y muy satisfactorio. Sufrí mucho al principio porque estaba sola, no sabía cómo lidiar con todo. No obstante siempre he contado con el apoyo de Jorge Abraham, el enlace con la comunidad asquenazí, que me sigue ayudando con los aspectos administrativos. A pesar de su apoyo incondicional, por entonces me sentía muy sola en el trabajo del día a día. Todo cambió cuando apareció Vania Martinez. Con su generosidad habitual me dijo: “¿Cómo te puedo ayudar? Me fascina tu proyecto”. Gracias a su apoyo Justo Sierra está dónde está. A menudo, cuando se hace tarde en la oficina, le tengo que rogar que se vaya a casa. La considero un ángel. Tras el empuje de Vania fueron llegando otros voluntarios contagiados por el entusiasmo que emana del proyecto.

No quiero parecer cursi, pero el éxito de este proyecto radica en el amor, en el amor incondicional que le dedicamos cada una de las personas involucradas, en el amor que respira el espacio. Es un proyecto contagioso. Espero que todos aquellos que aún no han venido se animen a visitarnos para, tal vez, empaparse también de esta misma pasión. ¡Sean bienvenidos!

Una secreta fracción del mundo nos espera en Justo Sierra, una rincón que se halla fuera de las redes sociales, de los atascos, de los centros comerciales, que se halla en la más estricta clandestinidad de la vida real, donde lo verdad se cobija. Un lugar creado para cuestionar tópicos, donde poner en entredicho los lugares comunes y celebrar la vida, un espacio, parafraseando a Kafka, “como un hacha que rompe el mar de hielo que llevamos dentro”.

 

 

Fuente:mozaika.es