Enlace Judío México.- Celebro el tono apasionado con el que Leonardo Cohen se expresa, sobre todo porque demuestra un sincero amor por Israel. Pero cae en una serie de imprecisiones que me veo obligado a comentar (supongo que por las mismas razones que él se vio obligado a plantear una serie de cuestionamientos hacia -o contra- Netanyahu).

IRVING GATELL EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

Comienzo por las de carácter general.

Primero dice que “… entre muchos de los temas que me ocupan de la realidad israelí, tiene un lugar importante la relación que tenemos con nuestros vecinos árabes-palestinos, y el destino que nos espera en los próximos años tras medio siglo de ocupación…”.

Debo recalcar que no existe ninguna ocupación. Ni desde el punto de vista histórico, ni desde el punto de vista jurídico (dato confirmado por la Corte de Apelaciones de Versalles en 2016, cuando dictaminó, como parte de un juicio interpuesto por la Autoridad Nacional Palestina, que el único país que tiene derechos legítimos para construir en Jerusalén, incluyendo “Jerusalén Este”, es Israel). El discurso de “la ocupación israelí de territorio palestino” es un argumento inventado por la propaganda árabe para deslegitimar al Estado de Israel y promover la idea de que debe ser destruido.

Debo recordarle a Leonardo Cohen que los palestinos, cuando hablan de “terminar con la ocupación”, no se refieren nada más a la Margen Occidental, sino a todo el territorio. Arafat y Abás han sido muy claros muchas veces: la bandera palestina también tiene que ondear en Tel Aviv y Eilat.

¿Realmente Leonardo cree que si Israel “pone fin a la ocupación” en Cisjordania, los palestinos van a darse por satisfechos? No. Van a exigir entonces que también “devolvamos” lo demás. Van a insistir en que todavía hay una ocupación israelí mientras Tel Aviv siga siendo Israel. Ese día, Leonardo va a despertarse con la molesta realidad de que estará de mi lado: acusando que el discurso palestino sobre la ocupación es falaz y se basa en un mito.

Pero que quede claro: no será falaz en ese momento. Ya lo es.

Mientras nadie me explique por qué nunca se habló de una “ocupación jordana y egipcia de territorios palestinos entre 1949 y 1967”, seguiré convencido de que los hechos históricos son contundentes y no dan cabida al concepto de “ocupación israelí”.

Luego sigue: “… y carencia de derechos civiles para la población palestina que habita al otro lado de la línea verde”. No quiero llegar al extremo de recomendarle a Leonardo (aunque es lo que estoy haciendo) que lea a Khaled Abud Toameh, un periodista e intelectual palestino que se ha dedicado a documentar la penosa realidad de que las más agresivas violaciones a los derechos humanos de los palestinos son cometidas por la propia Autoridad Palestina, o por Hamás.

Toameh ha demostrado también que en las áreas donde Israel mantiene el control, los propios palestinos prefieren que sea Israel quien siga manteniendo el control. No quieren ser gobernados por la gente de Mahmud Abás, porque saben que su condición empeoraría en ese caso.

¿Que hay muchas irregularidades en el terreno? Sí. Las hay. Hay muchas cosas absurdas que se viven alrededor de los llamados “asentamientos”, pero resulta un severo error de concepto cargarle siempre la culpa a Israel. Es irracional.

Cierto que por dedicarse a proteger a los “colonos”, el ejército israelí altera mucho la vida de los palestinos. Cierto que los propios “colonos” también lo hacen. Pero hay que decir las cosas como son: eso sucede porque los palestinos son los únicos en el mundo a los que todo mundo les aplaude su proyecto de estado genocida.

Porque eso, y no otra cosa, es lo que ellos proponen al decir que quieren una Palestina “libre de judíos”. Así, “judenrein”, como en la Alemania Nazi. Y por eso consideran que la pura presencia de judíos en esa zona es “un obstáculo para la paz”. No les entra en la cabeza que así como siempre hubo árabes viviendo en Israel y con nacionalidad israelí, podría haber judíos viviendo en Palestina y con nacionalidad palestina.

No. Ellos exigen una limpieza étnica, y el mundo se los aplaude. En consecuencia, generan un ambiente tenso que por un lado exacerba el radicalismo de muchos “colonos”, y por el otro obliga al ejército israelí a intervenir para salvaguardar la seguridad de los judíos, aunque eso signifique alterar la vida de los palestinos.

Se supone que todo eso debe solucionarse con una negociación. Pero la exigencia palestina para regresar a la negociación es que se acepte su proyecto racista, judeófobo y genocida.

Un tercer punto es recordarle a Leonardo que su punto de vista, no por ser él mismo un habitante de Israel que vive y sufre las cosas directamente, es el único correcto. Él mismo menciona que muchos en Israel no comparten sus ideas (de hecho, una amplia mayoría que ha preferido que durante los últimos 34 años, Likud gobierne 17, Kadimá gobierne 8, y la izquierda dirigida por Avodá gobierne sólo 9).

Y eso dice mucho. Nos habla de que la percepción general de la sociedad es que es preferible el pragmatismo de Netanyahu.

No es accidental: el más violento episodio de enfrentamientos entre israelíes y palestinos fue la Segunda Intifada (2000-2005), y estalló cuando estaba en el gobierno Ehud Barak, laborista que le ofreció a Arafat en las negociaciones de Camp David lo que ningún otro israelí le habría ofrecido. Una oferta muy similar fue hecha en 2008 por Ehud Olmert, un moderado. Y, pese a ello, los palestinos en las dos ocasiones dijeron que no.

Por eso la población mayoritariamente sigue votando por la “derecha”. Se han topado una y otra vez con que el discurso pacifista que viene de la izquierda tiene poco o nulo contacto con la realidad, porque la única realidad que existe en el terreno es que los palestinos no quieren negociar.

Eso me lleva al cuarto punto: simpática la anécdota que nos cuenta sobre Etgar Keret y su esposa, pero totalmente irreal, inconexa, fuera de lo que se vive realmente en la política local (cosa que, personalmente, no me extraña de Keret).

La respuesta de la esposa de Keret es catastrófica: “No, lo que digo es que podríamos haber negociado una solución pacífica hace mucho tiempo, y que todavía podemos…”.

No. No es cierto.

No sé cuándo dijo eso la esposa de Keret, pero en primer lugar falla porque Barak y Olmert ofrecieron esa solución pacífica, y los palestinos -ya lo dije- la rechazaron. Claro, tenemos la oportunidad de asumir, en plena coherencia con el discurso palestino, que “ofrecer una solución que no incluya la desaparición de Israel” no debe ser considerado “ofrecer una solución pacífica”.

¿Y de dónde saca ella que “todavía podemos”? ¿Con quién? Hay dos bandos. Peleados a muerte. Uno dice que hay que destruirnos y exterminarnos, y el otro… bueno, el otro dice que no cuando se trata de hablar ante los líderes occidentales, pero dice que sí cuando imprime sus libros de texto donde Israel no existe, donde sólo hay Palestina para los palestinos, y que luego se queja amargamente cuando le señalan que esa incitación debe terminar, porque considera que “están agrediendo la memoria histórica palestina”.

Es decir: ¿de verdad tenemos que negociar con alguien que, por muy moderado que se presente, dice que tienes que aceptar su idea de que Israel debe desaparecer, o si no estás violando su memoria histórica?

Abás sigue pagando millones de dólares al año a los terroristas o a sus familias. Mantiene el discurso de que los palestinos deben intentar matar judíos. O, mejor aún, matarlos. Tiene programas de apoyos y estipendios para fomentar eso.

¿Y con él se puede negociar una solución pacífica? Digo, porque los otros son peores. Literalmente. Punto por punto. O tal vez no sean peores. Tal vez sólo sean honestos.

Ahora, algunas precisiones sobre el tema Netanyahu.

Yo sé que cada quien escucha y entiende las cosas de manera distinta, pero no entiendo la queja de Leonardo respecto a que “no sabemos qué quiere Netanyahu”.

Apela a una aparente contradicción donde Netanyahu no decide si quiere un estado palestino o no.

Mi muy personal opinión es que Netanyahu y su gente han sido muy claros: se requiere un estado palestino, porque Israel no tiene por qué cargar con la responsabilidad de los palestinos. Es mejor que ellos sean autónomos y que ellos mismos resuelvan sus asuntos internos. Pero el estado palestino no es viable en este momento.

En primer lugar, por lo ya señalado: los palestinos están divididos en dos bloques que entrarían en guerra civil tan pronto hubiera un estado palestino independiente.

En segundo lugar, porque los políticos del grupo moderado (imagínense…) no están dispuestos a renunciar al mejor negocio de su vida: el mito de los refugiados.

Los refugiados palestinos son algo rarísimo: viven en su territorio, son gobernados por sus dirigentes, tienen documentos oficiales y obligaciones fiscales con su gobierno, pero por alguna extraña razón, siguen siendo refugiados.

Por supuesto, la ONU y muchos países sueltan mucho dinero en “apoyos” a esos refugiados. Y es obvio que cuando esa condición de refugiados termine, esos apoyos acabarán y la Autoridad Palestina tendrá que sentarse a negociar si quiere seguir recibiendo dinero regalado.

Por eso no quieren, ellos mismos, fundar el Estado Palestino. En el momento en que lo hagan, automáticamente van a desaparecer cuatro millones de refugiados y van a aparecer cuatro millones de ciudadanos que, junto con su gobierno (si no empieza la guerra civil) tendrán que hacerse responsables de sí mismos.

Demasiado pedirles. A los palestinos se les ha concedido la gracia de solapar que nunca se hagan responsables de sí mismos. Se les ha regalado casi 32 billones de dólares (a Alemania sólo le dieron 1.2 billones después de la II Guerra Mundial, pese a que en ese entonces tenía diez veces más población que Palestina en la actualidad) y no se les ha exigido cuentas de lo que hacen con ese dinero.

Ahora díganme: ¿Por qué habrían los palestinos de cambiar su modo de comportarse? No importa cuántos errores cometan. De todos modos les dan dinero. No importa que mantengan el discurso de incitación para matar judíos o para destruir Israel. De todos modos la moda, lo cool, lo progre es exigir que sea Israel y Netanyahu quienes se rindan.

Máxime, cuando es la propia izquierda israelí -o las esposas de los escritores- los que dicen “¿por qué no negociamos pacíficamente?”

Netanyahu ha sido muy claro en su posición: acepta que el Estado Palestino es la alternativa óptima, pero entiende que sería contraproducente fundarlo en este momento (y, probablemente, en los próximos 30 años, dadas las circunstancias).

El asunto se explica de otro modo, terrible y ominoso, pero lamentablemente corroborado por los hechos:

Israel no tiene socio para la paz.

Su actual gobierno lo sabe, y por eso actúa en coherencia con ello. Lejos de lo que dice Leonardo Cohen respecto a que se hace todo en detrimento de la seguridad y la paz, la simple comparación de las políticas (y sus resultados) en relación al terrorismo en Europa y en Israel, demuestran contundentemente que las cosas se han logrado. Pese a todo, Israel es un lugar seguro. Sorprendentemente, hoy es cuando mejor relación tiene con otros países árabes (no sé si Leonardo esté enterado). Fuera de las catastróficas predicciones de la izquierda israelí, el Estado Judío está menos aislado que nunca.

Y, por cierto, lo demuestra que ahora Netanyahu pueda pasearse en misiones diplomáticas por África y América Latina. Algo nunca antes visto.

¿Mucho por corregir? Seguro. Siempre. Máxime siendo nosotros, los judíos, un grupo tan exigente y molón.

Pero hubo momentos peores. Concretamente, cuando estaban en el poder los que creían que se podía confiar en Arafat o Abás y su banda de rufianes para negociar la paz.