MARK ACHAR, EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO-  Dicen que cualquiera que no conoce su historia está condenado a repetirla. Eso dicen, desde que estudiamos en el colegio. Al principio suena como un consejo, pero realmente la frase proviene de una advertencia. Una cita textual que parece amigable, sin embargo deriva del arrepentimiento de nuestros maestros.

Estamos condenados a la historia. Si pensamos en reversa, segundo a segundo podemos retroceder hasta las primeras palabras de nuestros padres, los primeros pasos de nuestros abuelos e incluso las decisiones más firmes de nuestros ancestros. Cada una de las decisiones que tomaron ellos nos trajeron, momento a momento, a este instante en el que las letras que escribo se dejan mostrar como el punto medio entre mis ideas y sus ojos, querido lector.

Por más que no conozcamos detalle a detalle las historias que le sucedieron a nuestros ancestros, cada decisión que tomaron nuestros antepasados, nos pusieron frente a frente. Eventos aparentemente aleatorios que nos condujeron aquí.

Cada acción tiene una reacción, algunas veces de mayor magnitud, otras con menor. Sin embargo, nunca sabemos cuál de nuestros aleteos, desencadenará un tornado del otro lado del mundo. No podemos negarlo; un error involuntario, una palabra mal escrita en un mensaje de texto o un paso en falso, nos puede cambiar nuestras rutinas y a la larga nuestras vidas. ¿Hasta dónde llegan las consecuencias de nuestras decisiones?

Tomar en cuenta esta perspectiva es complicado, pues le carga mucho más peso de lo que pensábamos a cada una de nuestras acciones. No solamente por la responsabilidad de toda nuestra ascendencia y su lucha por hacer llegar sus palabras hasta mí, sino también porque cada acto, por más pequeño que sea, afectará a esas personas que crecerán escuchando historias sobre cómo fuimos. Lecciones que dejaremos con cada acción.

Sabiendo la carga que cada decisión representa pone en duda la existencia de nuestra libertad. Así como todas las cosas en la tierra son esclavas de la gravedad, nosotros también estamos destinados a caer sin excepción en cada decisión que tomemos, ya que incluso la indecisión es una decisión por sí misma.

En la tradición judaica actual, el concepto de esclavitud se remarca más en el interior de uno, con recuerdos de Egipto, que en el exterior; pues es más fácil romper cadenas que se pueden ver y tocar, que rebelarnos en contra de nuestro instinto, pues éste nos acompaña hasta en el momento más íntimo de soledad.

Otro nombre de esta esclavitud a las consecuencias es destino. Una aparente línea de sucesos que nos guían subliminalmente paso a paso, a través de esto que llamamos coincidencia.

El concepto de destino y el judaísmo son viejos conocidos. Se han encontrado en las promesas divinas, entre las palabras de varios profetas y en el regreso a una tierra prometida en la modernidad. Es evidente que el judaísmo no solamente piensa en el destino, sino que lo considera un concepto fundamental.

Entonces, si no conocemos éste camino que ya se pavimentó con casualidades, entonces ¿qué decisión tomar?¿Cómo saber qué está escrito? o en las palabras de Kundera en la “Insoportable levedad del ser”, ¿qué hacer de nuestra vida, el peso de las decisiones o la levedad que propone el caos? 

El psicólogo y sobreviviente del Holocausto Viktor Frankl propone a la elección como respuesta. El propósito que cada uno elige conduce no solamente a un destino; nos otorga entendimiento y perspectiva. Un sentido a través un mundo que clama caos. La decisión que nos deja pavimentar una ruta entre la suerte y el azar, es decir un camino.

Y aunque no existe una forma certera de saber dónde van a terminar nuestras acciones, lo importante es hacer. El azar seguirá existiendo, pero no debería causarnos incertidumbre la falta de certeza.

Nahum Ish, también conocido como Gam Zu LeTová – un nombre que literalmente significa “También esto es para bien”– fue uno de los maestros más grandes que ha tenido la tradición judía. Su filosofía formulaba que “todo era para bien”, es decir, que cada acción que se realizaba en éste mundo (accidentes incluídos), tenían una consecuencia positiva. Pues si Dios creó el universo desde una perspectiva de amor, en ese caso sus consecuencias finales también lo serán.

Por más que el mensaje suene proveniente de la perspectiva optimista forzada de un hombre irracional del Siglo 1 dc. Tuvieron que pasar casi 2,000 años para que la ciencia alcanzara el elevado concepto que proponía.

El hombre moderno la conoce como “Entropía”. Una noción de orden en el caos – el punto de partida del universo y el estado predeterminado al que inevitablemente regresará. Una idea que también está incluida en la óptica judaica.

El concepto de entropia, propuesto hasta 1977, propone que “para que ésta suceda, son necesario dos elementos dialécticos: un elemento creador de desorden, pero también un elemento creador de orden. Y los dos están siempre ligados”. En este caso, la entropía principal judaica a la que regresa constantemente el universo es el primer cuadro de la creación, es decir retorna a la vida – o en otras palabras “observar que el cosmos es bueno”.

Gam Zu LeTová, después de pasar tanto tiempo entre los complejos conceptos de la Torá, llegó como los grandes sabios, a una respuesta que conecta tanto la perspectiva humana como cósmica: aunque cada acción tiene su consecuencia y así como podemos acertar o fallar, lo importante es buscar que nuestras acciones tiendan hacia nuestro estado predeterminado, dicho de otra manera encontrar el orden del caos hacia la vida.

Así como lo plantea el gran guía de versos cuánticos José Gordón, si uno se acerca a observar detenidamente el universo, es prácticamente imposible no encontrar la poesía entre sus formas, la música entre sus cuerdas o incluso la gracia de un orden dentro del caos y viceversa.

Nuestras acciones tienen consecuencias. No se trata de forzar el orden o negarse hacia el caos, sino que es el contraste de los dos lo que hace que la vida destile su belleza. El sabor de la vida diría mi padre – un agridulce. Ese encanto que grita en silencio a través de paisajes complejos pero que se muestran simples a la vez. Una contradicción entre lo esclavos que somos de nuestras acciones y una certeza incierta de que al final todo será para bien… o más bien para la vida.


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