Enlace Judío México.- Aquel 29 de marzo de 1944 fue de un gran significado histórico.

JOSÉ LUIS MORRO

Aquel día quedó marcado en el calendario mundial. Ocurrió en la antigua Estación Central Ferrocarrilera de Buenavista en la capital mexicana.

Miles de personas aguardaban impacientes la llegada de un ferrocarril procedente de la ciudad de Nueva York. El gobierno de los Estados Unidos había puesto dicho ferrocarril, a disposición del cuerpo diplomático mexicano que finalmente regresaba a su patria.

El cuerpo diplomático había sido prisionero de los Nazis por 15 meses en el “Hotel prisión de Bad Godesberg”, un pueblecito cercano a Bonn (Alemania).

Hombres, mujeres, ancianos y niños de múltiples países y credos…así como alumnos del Colegio Madrid, del Colegio Luis Vives y de la Academia Hispano Mexicana, esperaban con ansia la llegada de estos personajes que finalmente se reintegrarían a su patria.

El estruendo que ocasionó la máquina , con sus tres largos silbatazos anunciando su llegada, causó un gran revuelo pleno de emociones en todos aquellos que aguardaban en los pasillos del patio donde el ferrocarril finalmente descansaría después de su travesía.

Lentamente la máquina se detuvo. Miles de gargantas juveniles lanzaron un: ¡Viva el Profesor Bosques!

Primero resonó en el patio como un grito atronador, pero después aumentó su volumen, tanto que el techo y el suelo parecían retumbar al unísono. Mozos de la estación, vestidos de blanco, finalmente abrieron las puertas de los vagones.

Fue entonces cuando los gritos hicieron ensordecer a toda la ciudad al pronunciar el nombre de Don Gilberto Bosques Saldívar.

Miles de personas, arrollándose las unas a las otras, se desplazaban hacia el vagón del cual descendía el maestro dando rienda suelta a sus ahora desencadenadas emociones, a su alegría convertida en un torrente de exaltación.

Los niños españoles comenzaron a cantar y ese fue su homenaje para Bosques y sus compañeros.

“No tengo palabras, no puedo decir más, pues tiemblo de emoción y lloro de alegría. Nuevamente estoy en México”

Fueron las primeras y las únicas palabras pronunciadas por Gilberto Bosques, a quien le fue imposible continuar hablando.

Miles de manos intentaban tocarlo, palparlo, abrazarlo. La cara morena del diplomático se teñía de rojo ante la emoción, el brillo salado de las lágrimas en sus ojos enrojecidos por las vigilias vividas.

Trémulo y sudoroso, Don Gilberto Bosques, junto con su gabinete (formado por cuarenta y cuatro mexicanos) retornaban a su tierra, a su cielo… limpio y transparente, tal como lo describió alguna vez Carlos Fuentes. A su México, aquel México de oscuro paisaje, con sus simbólicas y azarosas azoteas… y a su casa, a su hogar, situado en la calle Pilares de la Colonia del Valle.

La misma casa que debió abandonar el 17 de diciembre de 1938, cuando viajó a París ilusionado para tomar posesión de su nuevo cargo como Cónsul General de la Legación Mexicana. Iba cargado de innumerables planes y proyectos, pensando en aquel entonces que tan sólo sería por un año, sin embargo su estancia en Francia se prolongó por más de cinco largos años que marcaron su vida, la de su familia, la de la delegación y la de miles de exiliados y perseguidos que gracias a él pudieron salvar sus vidas.

 

 

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