Enlace Judío México – Salir de tu burbuja y abrirte a una mente radicalmente diferente a la tuya requiere coraje.

RABINO JONATHAN SACKS

Hace unos 20 años, con la ayuda de la Fundación Ashdown, dí una serie de conferencias en la Universidad Hebrea de Jerusalén sobre el futuro de la juventud judía. Temía las divisiones cada vez más profundas entre laicos y ortodoxos en Israel, entre las diversas denominaciones en la diáspora, y entre Israel y los judíos de la diáspora.

Era una brillante colección de mentes: académicos de 16 países que representaban todos los matices de la identidad judía. Profesores de Harvard, Yale y Princeton, así como de las universidades de Israel. Fue un éxito y, al mismo tiempo, un fracaso total.

A la mitad del segundo día, miré a mi esposa Elaine y le dije: “Se habla brillantemente, pero no hay escucha”. No pude soportarlo más. “Vámonos”, dije más tarde. No podía soportar más presentaciones de mentes hábiles, lúcidas, coherentes, pero totalmente cerradas a ideas diferentes, fuera del ámbito de sus ideas preconcebidas. Lejos de ser un conjunto de soluciones a las divisiones dentro de la judería, la conferencia reflejó perfectamente el problema.

Decidimos viajar a la ciudad de Arad en el sur de Israel para encontrarnos con el gran novelista (y muy secular) Amos Oz por primera vez. Cuando le mencioné esto a un amigo, hizo una mueca. “¿Qué esperas lograr? ¿Realmente quieres convertirlo?” preguntó “No. Quiero hacer algo mucho más importante. Quiero escucharlo”, respondí.

Y así fue. Durante dos horas, nos sentamos en el estudio del sótano cubierto de libros de Amos, al borde del desierto y escuchamos. Creo que de esa reunión surgió una verdadera amistad. Él siguió siendo secular y yo seguí siendo religioso. Pero algo mágico, transformador, sucedió de todos modos. Nos escuchamos el uno al otro.

No puedo hablar por Amos, pero sí por mí mismo. Sentí la presencia de una mente profunda, un intelecto sensible, un maestro del lenguaje. Amos es incapaz de pronunciar una frase aburrida y es alguien que ha luchado a su manera por lo que significa ser judío. Desde entonces, he mantenido un diálogo público con él, y con su hija Fania Oz-Salzberger. Pero comenzó con un acto de escucha prolongada y enfocada.

Shemá es una de las palabras clave del libro del Deuteronomio, donde aparece no menos de 92 veces. De hecho, es una de las palabras clave del judaísmo como un todo. Es fundamental en los dos pasajes que forman los dos primeros párrafos de la oración del Shemá, uno en la parashá de la semana pasada, el otro en la de esta semana.

Es un término difícil de traducir. Significa muchas cosas: oír, escuchar, prestar atención, comprender, interiorizar y responder. Es lo más cercano al verbo “obedecer”.

En general, cuando encuentras una palabra en cualquier idioma que no se puede traducir al tuyo, estás cerca del latido de esa cultura. Para entender una palabra que no es traducible, debes estar dispuesto a salir de tu zona de confort e ingresar a otra mentalidad diferente a la tuya.

En el nivel más básico, Shemá representa un aspecto del judaísmo más radical: que Dios no puede ser visto, sólo puede ser escuchado. Una y otra vez, Moisés advierte al pueblo no hacer o adorar cualquier representación física de Dios. Como le dice al pueblo: es un tema que se refleja en toda la Biblia. Moisés le recuerda insistentemente al pueblo que en el Monte Sinaí: “el Señor les habló desde el fuego, y ustedes oyeron el sonido de las palabras, pero no vieron forma alguna; sólo se oía una voz” (Deuteronomio 4:12). Incluso cuando Moisés menciona haber visto, se refiere a haber escuchado. Un ejemplo clásico se encuentra en los primeros versículos de la parashá de la siguiente semana:

“Hoy les doy a elegir entre la bendición y la maldición: bendición si obedecen los mandamientos que yo, el Señor su Dios, hoy les mando obedecer; maldición si desobedecen los mandamientos del Señor su Dios”. (Deuteronomio 11: 26-28)

Esto afecta a nuestras metáforas más básicas del conocimiento. Hasta el día de hoy, en inglés, prácticamente todas nuestras palabras relacionadas con la comprensión o el intelecto se rigen por la metáfora de la vista. Hablamos de percepción, retrospectiva, perspicacia, visión e imaginación. Hablamos de personas perceptivas, de hacer una observación, de adoptar una perspectiva. Decimos, “parece que …” Cuando entendemos algo, decimos “ya veo”. Toda esta constelación lingüística es el legado de los filósofos de la antigua Grecia, el ejemplo supremo en toda la historia de una cultura visual.

El judaísmo, por el contrario, es una cultura del oído más que del ojo. Como el Rabino David Cohen, discípulo del Rav Kook conocido como “el nazareo”, señaló en su libro, Kol Hanevuá, el Talmud de Babilonia usa la metáfora del oído consistentemente. Entonces, cuando se presenta una prueba, dice Ta shma, “Ven y escucha”. Cuando habla de concluir dice: Shemá minah, “Escucha esto”. Cuando alguien no está de acuerdo con algo, dice Lo shemiyah leih, “él no podía escuchar esto”. Cuando se llega a una conclusión dice, Mashmá, “de aquí entendemos”. Maimónides llama a la tradición oral, mipi hashemuá,” de la boca de lo que se escuchó”. En la cultura occidental, la comprensión es una forma de ver; en el judaísmo, es una forma de escuchar.

Lo que Moisés nos está diciendo en el Deuteronomio es que Dios no busca la obediencia ciega. El hecho de que no haya palabras para “obediencia” en el hebreo bíblico, en una religión de 613 órdenes, es deslumbrante (el hebreo moderno tuvo que tomar prestado el verbo, letzayet, del arameo). Él quiere que escuchemos, no sólo con nuestros oídos, sino con nuestras mentes. Si Dios hubiese buscado obediencia, habría creado robots, no seres humanos con voluntad propia. De hecho, si hubiese buscado obediencia, le habría bastado la compañía de los ángeles, quienes constantemente cantan las alabanzas de Dios y siempre hacen su voluntad.

Al crear a los seres humanos “a Su imagen”, Dios creó alteridad. Y lo que une entre uno mismo el otro es la conversación: hablar y escuchar. Cuando hablamos, decimos a otros quiénes y qué somos. Pero cuando escuchamos, permitimos que otros nos digan quiénes son. Este es un momento sumamente revelador. Y si no logramos escuchar a otras personas, entonces ciertamente no podemos escuchar a Dios, cuya alteridad no es relativa, sino absoluta.

De ahí surge la urgencia del doble énfasis de Moisés en la parashá de esta semana, el inicio del segundo párrafo del Shemá: “Si obedecieres cuidadosamente a mis mandamientos que yo os prescribo hoy, amando a Jehová vuestro Dios, y sirviéndole con todo vuestro corazón y con toda vuestra alma “(Deuteronomio 11:13). Una traducción más contundente podría ser: “Si escuchas, es decir, si realmente escuchas”.

Uno casi puede imaginarse a los israelitas diciéndole a Moisés, “Muy bien, basta ya. Te escuchamos”, y Moisés respondiendo: “No es así. Simplemente no comprenden lo que está sucediendo aquí. El Creador de todo el universo se interesa en su bienestar y su destino: ustedes, la más pequeña de todas las naciones y de ninguna manera la más justa, ¿tienen idea lo que eso significa?” Quizás aún no.

Al escuchar a otro ser humano, y a Dios, nos abrimos a una mente radicalmente diferente a la nuestra. Eso requiere coraje. Escuchar es hacerme vulnerable. Mis más profundas certezas pueden sacudirse al entrar en la mente de alguien que percibe el mundo de otra manera. Pero es esencial para nuestra humanidad. Es el antídoto contra el narcisismo: la creencia de que somos el centro del universo. También es el antídoto contra la mentalidad fundamentalista caracterizada por el difunto profesor Bernard Lewis: “yo tengo razón; tú estás equivocado; vete al infierno”.

Escuchar es un acto profundamente espiritual. También puede ser doloroso. Es cómodo no tener que escuchar, no ser desafiado, no salir de nuestra zona de confort. Hoy en día, gracias a los filtros de Google, los amigos de Facebook, es fácil vivir en una cámara de resonancia en la que sólo escuchamos las voces de quienes comparten nuestras opiniones. Pero, como dije en una conferencia de TED el año pasado, “las personas distintas a nosotros son las que nos hacen crecer”.

Escuchar es el mejor regalo que podemos darle a otro ser humano. Ser escuchado, es saber que alguien más me toma en serio. Ese es un acto redentor.

Hace veinte años, escuché a una serie de grandes mentes que no se escuchaban entre sí en una sala de conferencias de una universidad en Jerusalén y llegué a la conclusión de que las divisiones en el mundo judío no sanarán hasta que entendamos la profunda verdad espiritual del desafío de Moisés: “Si escuchas, es decir, si realmente escuchas”.

Fuente: The Times of Israel / Reproducción autorizada con la mención: © EnlaceJudíoMéxico