Enlace Judío México e Israel.- ¿Por qué las guerras continúan en forma interminable? Porque una parte carece de los medios para ganar y la otra carece de la voluntad.

BRET STEPHENS

Esta ha sido una semana de sacar lecciones de la Primera Guerra Mundial. Aquí está la mía: Lo que fue conmemorado el domingo en París como el centenario del fin de la Primera Guerra Mundial podría igualmente ser recordado como el inicio de la Segunda. Las guerras que no terminan decisivamente — en victoria absoluta para una parte y derrota inequívoca para la otra — tienden a no terminar en lo absoluto.

Esta idea — que la “paz” europea que se mantuvo desde 1918 a 1939 fue realmente apenas una pausa en una sola guerra larga que terminó sólo con la rendición de Alemania en 1945 — es difícilmente original para mí. Pero vale la pena considerarla cuando Estados Unidos libra guerras para siempre en Afganistán, Irak y Siria (donde todavía desplegamos miles de tropas), e Israel libra de igual manera guerras eternas contra Hamás en Gaza y Hezbolá en Líbano.

¿Por qué ellas continúan en forma interminable? Porque una parte carece de los medios para ganar y la otra carece de la voluntad.

Una de esas guerras estalló nuevamente esta semana cuando Hamás atacó a Israel con unos 460 cohetes y morteros e Israel respondió con ataques aéreos a más de 100 objetivos en Gaza. Desafiando su reputación por la dureza, el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu aceptó rápidamente otro cese del fuego de Hamás, llevando a su ministro de defensa a renunciar en protesta y a Hamás a afirmar una victoria táctica.

Netanyahu no ve mejor resultado para Israel en Gaza que aceptar lo que equivale a un tipo de fiebre de grado bajo en el régimen violento pero relativamente controlado y predecible de Hamás. En todo caso, Gaza le sirve como una especie de cartelera política — una advertencia al público israelí de lo que puede esperar de un Estado palestino si es que alguna vez entra uno en existencia.

Esta es una política de paliativos, y quizás es mejor que las alternativas concebibles: acción militar israelí más fuerte que resulte en más víctimas palestinas, y más condena internacional; una guerra para quitar por la fuerza al liderazgo de Hamás, la cual sería considerablemente más sangrienta sin garantizar que Hamás no retornará al poder una vez que se vaya Israel; o una reocupación de la Franja a gran escala, lo que deja a Israel con la responsabilidad por las vidas de unos dos millones de palestinos.

Entonces, nuevamente los israelíes también pagan un precio exagerado por la restricción. Las víctimas en el lado israelí de la última ronda de combates pueden haber sido relativamente leves — 18 heridos y un muerto — pero cientos de miles de israelíes fueron obligados a ir a espacios seguros durante el combate; Israel gasta vastas sumas tratando de defenderse militarmente contra cohetes, túneles y turbas palestinas; y los israelíes que viven cerca de Gaza existen en un estado permanente de precaución y miedo.

Peor, aceptando a Hamás como la fuerza cuasi-legítima en Gaza, Netanyahu ha ayudado a inclinar la política palestina en una dirección radical, una combinación de intolerancia islámica, intolerancia antisemita, y un culto de violencia y “martirio.” Mahmoud Abbas, el presidente de por vida de la Autoridad Palestina, es una excusa triste de un moderado, pero no puede haber ninguna esperanza de política palestina genuinamente moderada cuando Hamás es el actor preeminente en ellos.

Más allá de Gaza, Israel acortó su guerra del 2006 contra Hezbolá después de 34 días, dejando al grupo mucho más poderoso ahora de lo que era entonces. En Irak, Estados Unidos terminó en una guerra eterna en parte porque la primera administración Bush dejó a Saddam Hussein en el poder después de la Guerra del Golfo Pérsico en 1991. Barack Obama aumentó las fuerzas estadounidenses en Afganistán, pero sólo con la intención de “degradar” a los talibanes más que de derrotarlos. Hoy, los talibanes continúan ganando terreno, y los estadounidenses continúan muriendo, en una lucha que Obama una vez llamó “una guerra que tenemos que ganar.”

En cada uno de estos conflictos, había buenas razones para perseguir objetivos sin victoria, sobre todo para prevenir muertes innecesarias. Pero también es errado suponer que esa restricción no impone también costos, o que los costos finalmente no se traducirán en damnificados — damnificados que pueden empequeñecer incluso el gran sacrificio inmediato.

El 30 de octubre de 1918, el Gen. John J. Pershing, el comandante estadounidense en Europa, entregó una carta al Consejo Supremo Aliado de Guerra en la cual argumentó combatir hasta que Alemania se rindiera incondicionalmente.

“Aceptando un armisticio bajo la presente situación militar favorable de los aliados y aceptando el principio de una paz negociada en vez de una paz dictada,” escribió él, “los aliados pondrían en peligro la posición moral que detentan ahora y posiblemente perderían la posibilidad de hecho de asegurar la paz mundial en términos que garantizarían su permanencia.”

Los hipotéticos históricos nunca pueden ser probados. Pero si los aliados hubiesen tomado el consejo de Pershing y presionado su ofensiva del frente hasta que Berlín se rindiera, es improbable que los alemanes que más tarde abrazaron a Adolf Hitler pudieran haber creído el mito que ellos perdieron la guerra sólo siendo apuñalados por la espalda. La Segunda Guerra Mundial — la guerra para terminar la guerra que se suponía haber terminado todas las guerras, de haber terminado alguna vez — podría haber sido evitada.

La tragedia del 11 de noviembre de 1918, no fue que se perdió una paz. Es que, después de tanto sacrificio, jamás se obtuvo ninguna victoria para asegurarla.

 

*Bret L. Stephens ha sido columnista de opinión de The Times desde abril del 2017. Ganó un Premio Pulitzer por comentarios en The Wall Street Journal en el 2013 y fue anteriormente jefe de redacción de The Jerusalem Post.

 

 

Fuente: The New York Times
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México