Enlace Judío México e Israel.- No es de extrañar que ciertos grupos o elementos ultraortodoxos se autoimpongan e impongan restricciones y derechos, que en ocasiones van contra la Torá o el espíritu de la misma, sin tomar en cuenta —conforme a lo dicho por Maimónides— que Dios ya había puesto bastantes prohibiciones como para que la gente y los rabinos agregaran más.

ELBA SZCLAR

Me refiero a “…Rabinos que pertenecen al organismo judío más fanático y oscurantista, el Neturei Karta, que aun cuando existe en Israel, cuenta también con algunos simpatizantes en el extranjero y se niegan, entre otras cosas, a efectuar el servicio militar obligatorio y exigen —y han logrado— que sus jóvenes no trabajen y se eduquen de tiempo completo en las Yeshivot (academias religiosas)”. (1)

Este último punto, el del Trabajo, me llama la atención, ya que esta gente desconoce lo que dice la Torá al respecto o hace caso omiso de ella, o quieren tergiversarla a su favor. Ya en Bereshit (Génesis) se menciona que Dios puso al hombre en el huerto del Edén para que lo trabajase y lo guardase (2:15), aun antes de que Adán y Eva hubieran recibido el castigo por haber comido del fruto prohibido.

En la Torá se menciona que el hombre tiene que trabajar y que tiene derecho, también, a disfrutar del producto de su trabajo. “…El hombre vivirá pacíficamente hasta los 100 años y aprovechará el fruto de sus labores. Nadie trabaja en vano” (Yeshayá [Isaías] 65:20-23). En el judaísmo se considera que Dios bendice sólo a los que trabajan considerando indignos a los perezosos.

Pero, creo yo, el mejor ejemplo para hablar sobre el Trabajo en la Torá es el caso de nuestro Patriarca Yaakob (Jacob): el Tzadik (Justo), quien no era un regañador profesional y sus cualidades eran de rectitud y de lealtad, pero su enojo sale a flote al ver el ocio de los trabajadores a la mitad del día y darse cuenta de cómo los pastores tratan su trabajo con desprecio; si son empleados, están robando a sus patrones, y si son dueños, no hacen lo que deben.

La esencia de Yaakov era su fidelidad absoluta hacia su deber; nunca engañó en su trabajo durante los 20 años en casa de su tío Laván, aunque éste fue un patrón explotador y tramposo que se aprovechó de él. La lealtad de Yaakov por el trabajo pasó duras pruebas, pero a pesar de ellas, él trabajó con total entrega porque así lo había decidido, porque tal era su naturaleza.

Cuando ya no pudo soportar la conducta agresiva de Laván, todo lo que había guardado en su corazón irrumpió con ardor contra él. Estos versículos (Bereshit [Génesis] 31:36-42) nos presentan la imagen del primer empleado hebreo en la Biblia. Los Midrashim ampliarán la lealtad de Yaakov a su trabajo, al grado de ponerle como modelo en su celo extremo de no robar a su patrón, y parte de su conducta se convirtió en la normatividad en la Halajá (ley). Así, la actitud de Yaakov servirá de base para la ética laboral judía.

Por eso se puede entender la Halajá que expresó Maimónides, con base en la conducta de Yaakov: “Así como la Torá nos advierte no robar el salario del pobre ni detenerle el jornal, advierte al pobre que no puede robar al patrón en el trabajo perdiendo el tiempo aquí y allá, porque así está engañando todo el día. Debe ser puntual y cuidadoso de cumplir con su trabajo durante todo el tiempo que lo realiza. Y también debe trabajar con todas sus fuerzas, como lo hizo Yaakov, quien dijo: ‘Con todas mis fuerzas trabajé para vuestro padre’. Por ello recibirá su recompensa en este mundo, pues está escrito: ‘Y el hombre se enriquecerá en gran manera’. Vemos, entonces, que para la Halajá el trabajo real es un valor supremo, al grado de decir: “El que hace su trabajo con lealtad, éste se convierte en su corona y santifica el Nombre de Dios con su conducta. Bienaventurado sea él y la que le dio a luz”. Inclusive, el Rey Salomón alaba el trabajo, ya que sin él el hombre cae en el vicio.

El Talmud y los Midrashim exaltan, también, el valor del trabajo, y los mismos doctores de la ley daban el ejemplo, puesto que cada uno practicaba un oficio. Así, Rabí Yehoshúa vendía carbón; Rabí Meir era escriba; Rabí Yojanán, zapatero; Rabí Yitzjak, herrero; Rabí Yosef Ben Jalafta trabajaba con cueros; Aba Saúl era panadero, o según algunos, sepulturero.

Los verdaderos Rabinos, inclusive aquellos que se dedican principalmente al estudio de la Torá, aconsejan la práctica de un trabajo físico. Rabán Gamliel, hijo de Rabí Yehudá Hanasí, decía: “Es bueno el estudio de la Torá con una ocupación temporal, pues ambas evitan la iniquidad, y todo estudio que no sea acompañado de una profesión es vano y lleva a la persona al pecado” (Pirké Abot 11:2).

Si retomamos las acciones de todos los Neturei Karta y de otros organismos ultraortodoxos y sus simpatizantes, encontramos que, además de que los jóvenes se niegan a ir al ejército y a trabajar para dedicarse exclusivamente al estudio –como ya se dijo–, repudian al gobierno de Israel porque “no ha llegado el Mashíaj”, ni festejan Yom Haatzmaut (Día de la Independencia de Israel), ni dentro ni fuera del Estado; son amigos solidarios de los palestinos; otros grupos crean los inútiles asentamientos en Gaza y Cisjordania –con lo que tienen como rehén a la sociedad israelí– obstaculizando el proceso de paz y con el consecuente derramamiento de sangre de ambas partes. Algunos más no pagan impuestos y están también los que muestran una gran intolerancia basada en la no aceptación de los movimientos Conservador y Reformista.

Estos diferentes sectores religiosos cuentan con la protección y todos los servicios, derechos y facilidades que les corresponden como ciudadanos israelíes y, sin embargo, están causando conflictos en la convivencia interna del país, creando cada vez más problemas, aparte de los que ya había.

Ellos tienen derecho a pensar lo que gusten o convenga a sus intereses, mas no lo tienen a implementar sus acciones o ideas cuando lesionan los intereses del Estado Israelí –que tanto les da–, o el bienestar y la seguridad de sus habitantes.

A estas personas, por tener “su razón”, por su falta de juicio y de criterio, además de su intransigencia, ya sea por arrogancia o por ganancias políticas y personales, les falta una gran dosis de tolerancia y aceptación hacia los demás judíos que no piensan o actúan como ellos, de mentchlejkait (humanitarismo) y de conocimiento de la Torá, ya que el amor y el respeto al prójimo constituyen la piedra angular de la Biblia hebrea, y uno de los preceptos que Dios más exige a Su pueblo, haciendo caso omiso, además, a las sabias palabras del Rabino Kook: “No hay una sola verdad; la verdad se construye de muchas verdades”.

“Todo lo anterior –menciona José Krauze– muestra claramente que los grandes enemigos de Israel no se encuentran únicamente en el exterior. Los peores, los más acérrimos, se localizan y actúan en las mismas entrañas de la Mediná (el Estado)”.(2)

Los judíos constituimos “un pueblo especial”, ya que con toda justicia y razón nos hemos pasado gran parte de la Historia exigiendo la tolerancia, el reconocimiento y el respeto que nos corresponde como a todo ser humano, y ya que lo hemos logrado, no lo practicamos entre nosotros mismos.

 

Bibliografía:
(1) José Krauze, Inesperada y vergonzosa mancha. Foro, octubre de 2001.
(2) Ibidem.
Revista Foro; abril de 2002.

 

 

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