Enlace Judío México – En menos de una semana empieza Janucá, durante ocho días las casas de todos los judíos del mundo se llenarán de luces que recuerdan el milagro ocurrido hace decenas de siglos en Jerusalén. Sin embargo, esas luces no sólo nos recuerdan la salvación a manos de los griegos, ni recuerdan únicamente la época en que los griegos hundieron al pueblo judío en la oscuridad, sino también son un símbolo de nuestro tiempo y un recordatorio del reto más grande que enfrentamos hoy como judíos: el reto de la fe. En tiempos tan turbios como los nuestros, Janucá es una de las festividades que más se dirige a las generaciones de hoy en día.

Hoy gracias al Exilio vivimos en la oscuridad. Hoy a diferencia de otras épocas no hay Revelación Divina; tampoco tenemos un Sanhedrín que dictamine la ley que seguimos, ni un Templo que nos unifique ni siquiera un líder tan poderoso como lo era Moisés o Yoshua. Sin duda alguna vivimos en épocas oscuras y esa oscuridad es representada por Janucá a través de la noche que rodea a la fiesta.

Si bien Janucá es la fiesta de las luces, trae consigo también mucha oscuridad. Llega en el mes más oscuro del año, después de un tiempo largo del que no celebramos ninguna festividad y en la época en que las noches duran más que el día. Es la festividad que nos recuerda los múltiples Exilios de los que hemos sido presa y constantemente se refiere y celebra el ocultamiento divino. Ya que es precisamente a través de la oscuridad que uno debe aprender a ver a D-os en el mundo que lo rodea. Janucá guarda en sí misma la correlación que la oscuridad y la luz tienen entre sí; es precisamente la oscuridad quien nos permite ver y apreciar la luz, la que nos permite encender un fuego. D-os nos manda al Exilio para que nos acerquemos a Él, D-os se esconde para que aprendamos a buscarlo. Y ese es el aprendizaje más importante de Janucá.

La festividad con todas sus particularidades nos exige que veamos a D-os en el mundo que nos rodea y de forma no revelada. A diferencia de otras festividades donde celebramos milagros sobrenaturales que hizo D-os frente a todo el pueblo y el mundo entero, en Janucá festejamos los milagros ocultos, aquellos que son la manifestación de la Presencia Divina en una forma natural, por medios que no alteran el orden de las cosas. Festejamos las batallas que ganaron los macabeos contra los griegos y que el jarro de aceite que duró encendido en el templo más de lo que debía. Ambos milagros se manifestaron de forma oculta, a través de medios humanos. Finalmente como nos dice rab. Sacks el verdadero milagro de Janucá es el milagro de la fe.

Para cuando los macabeos llegaron al templo, el Ejército griego ya había saqueado por completo el lugar. Habían profanado el Arca Sagrada; habían roto y contaminado todos los frascos de aceite puro; habían puesto la estatua de su ídolo en el centro del templo y habían hechos sacrificios rituales con puercos para él. Era impensable que en una situación así hubiera siquiera el más pequeño rastro de algo puro, mucho menos un frasco de aceite apto para prender la menorá. Sin embargo, los macabeos aun así buscaron y encontraron el frasco de aceite, que duró más de lo que debía.

Hoy en día se nos presenta el mismo reto diariamente; no sólo tenemos que aprender a ver a D-os en los detalles y las cosas pequeñas que rodean nuestra vida diaria, aparte debemos tener la fortaleza de verlo incluso en la hora más oscura, en el momento de mayor devastación. Cuando sintamos que no podemos estar más perdidos, ni más solos, tenemos que buscar a D-os; saber que Él está ahí y tener fe que nos va a acompañar. Si logramos hacer esto las profecías nos prometen que encontraremos nuevamente un aceite y nuestra luz arderá.

Esto es lo que ha hecho el pueblo judío a lo largo de toda su historia. El pueblo judío ha sobrevivido pogromos, persecuciones y genocidios y en ningún momento ha dejado de buscar a D-os. “¿De dónde nos llega esa fuerza?” pregunta la rebetzin Sarah Cohen “Surge de nuestro interior porque cada uno de nosotros sabe adentro de sí, muy profundamente, que tiene una relación personal y directa con D-os” responde. Sabe que D-os lo ha escuchado y que guía su vida.” Según ella, el reto actual de nuestra generación es meter a D-os a nuestra vida, saber que ahí está y ha estado siempre. Al prender las velas de Janucá tenemos la intención de llevar a cabo está misión, y por ello mismo no es sino Yosef Hatzadik (hijo de Jacobo) quien se para junto a nosotros al prender la menorá.

Yosef, de entre todos los personajes del Tanaj es al que más se le relaciona con la festividad de Janucá. Aparte de diversos eventos de su historia que tuvieron lugar en Janucá, se le asocia con la fiesta porque personifica el reto de la misma. Yosef a diferencia de su padre, su abuelo y su bisabuelo no habla con D-os. Sin embargo, es el primero de nuestros antepasados en tener fe completa en Él. Es el único de los hijos de Jacobo que en todo momento tiene a D-os en la boca.

Menciona a D-os cuando sus hermanos han decidido meterlo a la cueva antes de venderlo como esclavo; cuando Potifar lo acusa de seducir a su esposa; cuando es apresado injustamente; cuando interpreta los sueños del faraón y cuando finalmente asciende al poder y se reúne nuevamente con sus hermanos. No hay un solo evento importante en su historia en que D-os no sea mencionado por él. Yosef era capaz de dirigir su vida entera a D-os y de verlo en cada momento; en la alegría, como en la tragedia; en la abundancia como en la escasez; en el poder como en la miseria. D-os para él, era el único principio moral bajo el cual regía sus acciones. Fue un hombre que en vez de doblarse frente a la soledad del ocultamiento divino, decidió salir a buscar a su creador. Fue un hombre que no se dobló ante la oscuridad, sino que frente al abismo encendió una llama. La luz que trajo al mundo con su perseverancia y determinación fue la luz que inspiró a los macabeos a pelear en las batallas y a buscar el último frasco de aceite; es la luz que hoy no inspira a seguir caminando y prender durante ocho noches las velas de Janucá.