El sistema de gobierno israelí tiene muchas particularidades (y muchas resultan altamente idiosincráticas), por lo que resulta un tanto extraño o hermético para la gente que no vive en Israel o no está acostumbrada a ciertos rasgos de la personalidad judía. Con motivo del reciente anuncio de la clausura de la Knesset y de elecciones anticipadas, vale la pena aclarar los conceptos básicos de cómo funciona uno de los sistemas de gobierno parlamentario más singulares del mundo.

IRVING GATELL EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

Enlace Judío México e Israel – La Knesset es el único organo de gobierno israelí que se elige por votación popular, debido a que está enmarcada en lo que llamamos Democracia Parlamentaria. Es decir: cuando la gente vota, sólo vota por los partidos políticos que buscan escaños en la Knesset. Una vez definidos los resultados, es la propia Knesset –no el público– la que decide quiénes ocuparan los cargos del Poder Ejecutivo, incluyendo el de Primer Ministro.

A diferencia de otros Poderes Legislativos del mundo (como el de México o el de Estados Unidos, donde existen dos cámaras), la Knesset es un cuerpo parlamentario único.

Hay un total de 120 escaños que se reparten proporcionalmente y se eligen en circunscripción única (es decir, en zonas electorales bien definidas), y en teoría la gestión de cada parlamentario es de cuatro años. Una vez oficializados los resultados de las votaciones, se tiene que proceder a la formación de gobierno. Esto significa que el partido ganador deberá integrar una mayoría legislativa de mínimo 61 parlamentarios, para que pueda hacerse viable el funcionamiento del Poder Ejecutivo.

Hasta aquí todo parece normal: un parlamento, elecciones en cada región en las que compiten diferentes partidos, y un gobierno resultante definido por el partido que más votos haya obtenido.

Pero las particularidades comienzan cuando vemos la gran cantidad de partidos políticos que actualmente integran la Knesset (y nótese: no estamos hablando de cuántos compiten por llegar allí, sino de cuántos han logrado conseguir por lo menos un escaño).

Oficialmente, existen diez grupos parlamentarios actualmente. Pero dos de ellos son coaliciones, así que oficialmente hay dieciséis partidos representados en el gobierno actual.

El Likud es quien tiene la mayor cantidad de escaños, con un total de 30. Le sigue la llamada Unión Sionista, que es una coalición integrada por los partidos Laborista y Hat’núa, que en total comparten 24 escaños. Le siguen, por tamaño, la llamada Lista Conjunta, que es otra coalición de cuatro partidos integrada por Jadash, Balaad, Ta’al y el Movimiento para la Renovación. Tienen un total de 13 escaños, y es el bloque donde se encuentran representados los árabes israelíes. Sigue el partido Yesh Atid, que actualmente tiene 11 representantes en la Knesset. Luego, Kulanu que tiene 10. A continuación, Habait Hayehudí con 8, Shas con 7, y Yahadut Hatorah con 6. Estos últimos tres partidos tienen la particularidad de ser religiosos. Habait es de ortodoxos sionistas, Shas es sefardita, y Yahadut es una coalición ashkenazí integrada por los partidos Agudat Israel y Deguel Hatorá. Finalmente, tenemos a Israel Beiteinu con 6 escaños, y Meretz con 5.

Esto nos puede dar un atisbo de lo complejo que resulta “formar gobierno”. Es decir, integrar una coalición que tenga más de 61 escaños para poder hacer funcional la labor del ejecutivo.

Actualmente, la coalición gobernante está integrada por Likud, Kulanu, Habait Hayehudí, Shas y Yahadut Hatorá, con un total de 61 escaños. También estaba incluido Israel Beiteinu con sus 6 escaños, pero tras los últimos episodios de violencia en Gaza, su líder Avidgor Liberman decidió separarse de la coalición.

La oposición está integrada por la Unión Sionista, la Lista Conjunta, Yesh Atid y Meretz.

Como ya se mencionó, los procesos electoras en estricto sólo involucran a los partidos. Es decir, la gente vota por partidos políticos, no por “candidatos a Primer Ministro”.

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Fotografía: Jerusalem Post

¿Por qué, entonces, siempre oímos expresiones similares a “la gente votó por Netanyahu”?

Cuando viene un proceso electoral –el próximo será el 9 de Abril–, cada partido y/o coalición debe designar a su líder, y junto con él una lista de candidatos en orden prioritario. Si ese partido resulta ganador, su líder será el Primer Ministro, y sus candidatos ocuparán tantos escaños como les correspondan por el resultado electoral. Es decir: si el partido ganó 30 escaños, entonces los primeros 30 candidatos (incluido el Primer Ministro) de su lista pasarán a formar parte de la siguiente Knesset.

Por supuesto, el líder que vaya al frente del partido es determinante en los resultados electorales. Aunque oficialmente no se vota por la persona sino por el partido, la gente sabe con anticipación quién sería elegido como Primer Ministro en caso de que ganara un partido político u otro, así que el prestigio y la confianza que pueden tener o inspirar los individuos, resulta fundamental a la hora de que el electorado decida su voto.

Tradicionalmente, la lógica ha indicado que el triunfo le corresponde al partido que obtiene más escaños, pero esto no necesariamente tiene que funcionar así.

Para entender a qué me refiero, empecemos por definir qué es un triunfo en este tipo de procesos electorales. Una vez que se han contabilizado los votos, se decide cuál es el partido “ganador” o, en otros términos, el que recibirá del Presidente (en este caso, Reuven Rivlin) la encomienda de integrar la coalición ganadora.

Si un partido ganara más de 60 escaños, este protocolo sería innecesario ya que ese partido podría gobernar por sí mismo al disponer de mayoría en la Knesset. Pero eso es algo francamente inviable. Nunca en la historia de Israel un partido solitario pudo lograr eso. Las única vez que ello sucedió fue con coaliciones y no por medio de votos, sino de negociaciones. Por ejemplo, en 1965 la coalición que luego vino a ser el Partido Laborista (integrada por los partidos Mapai y Ahdut Haavodá) obtuvo 45 asientos en la votación, pero luego se integraron más partidos, por lo que se llegó a 63 escaños al llegar la siguiente elección en 1969, pero en estas la coalición perdió 7 escaños y se quedó sólo con 56.

En consecuencia, el presidente no nada más debe tomar en cuenta qué partido tuvo más votos y escaños, sino qué partido puede integrar una coalición.

Porque pasan otras cosas extrañas. Por ejemplo, en la elección de 1981, el Partido Likud obtuvo 48 escaños en la votación, contra 47 del Laborista. Pero durante la legislatura dos parlamentarios de Likud se pasaron al Laborismo, y entonces al final de dicha legislatura los laboristas tenían 49 y Likud tenía 46. Naturalmente, desde un principio fue Likud quien recibió la encomienda de formar gobierno.

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Fotografía: SC Monitor

Evidentemente, este flujo de parlamentarios de un partido a otro fue castigado por los votantes (no debió faltar quien dijera “pero yo voté por ti porque estabas en Likud, y si no voté por los laboristas es porque no quería darle escaños a los laboristas”), y en las elecciones de 1984 ambos partidos disminuyeron su representación. De cualquier modo, Likud se impuso con 43 escaños, y el Laborista se quedó con 38.

Las cosas se complicaron más en la siguiente elección (1988), cuando Likud y Laborista empataron con 38 escaños, si bien en la votación Likud obtuvo un 1.1% más que sus contrincantes. La solución al problema fue salomónica: en aquella ocasión, Likud y Laborista formaron parte de la coalición de gobierno, si bien la encomienda de formar gobierno se le dio a Likud. Dos años después, los laboristas abandonaron la coalición, pero Likud pudo mantener la mayoría parlamentaria con otros partidos.

Otro caso singular fue en 2009, cuando Kadimá –partido recién formado por Ariel Sharón, que para entonces ya estaba en estado de coma– ganó 28 escaños, y Likud sólo ganó 27. Sin embargo, se le encomendó la formación de gobierno a Likud (pese a las protestas de Tzipi Livni, líder de Kadimá) debido a que los demás partidos ya habían dejado en claro sus posicionamientos, y era sabido que Kadimá no tenía posibilidades de integrar en una coalición a más de 35% de los parlamentarios, por lo que no tenía sentido encargarles el gobierno a ellos.

¿Qué pasa si el partido ganador no logra formar una mayoría legislativa? Para hacerlo, disponen de un mes desde que el presidente en turno les hace la encomienda. De no lograrlo, el presidente deberá designar a “otro ganador” para que haga esta labor. Eso fue lo que se evitó en 2009 cuando era evidente que Livni no conseguiría mayoría legislativa.

Lo que ha venido a complicar esta situación es que, actualmente, los posicionamientos políticos de los partidos son demasiado definidos, y eso provoca que ciertas combinaciones sean prácticamente imposibles.

En los dos polos extremos se mantiene la rivalidad histórica entre el Likud (centro-derecha) y el Laborista (izquierda moderada), si bien las crisis internas de este último han provocado que actualmente funcione sólo dentro de la coalición llamada Unión Sionista. Son, a lo largo de los 70 años que ha existido el moderno Estado de Israel, los partidos más fuertes.

En una suerte de punto intermedio están los partidos religiosos, pero debido a la evolución política de Israel en las últimas décadas es prácticamente imposible, o por lo menos extremadamente difícil, que estuvieran dispuestos a integrarse a una coalición con la Unión Sionista. Por norma general, suelen dar su apoyo a las coaliciones dirigidas por Likud.

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Fotografía: The Times Of Israel

Del mismo modo, Kulanu, Habait Hayehudí e Israel Beiteinu son partidos que, por definición, son incompatibles con el Laborismo y sus aliados naturales. Sus posturas de derecha son bien definidas, y en el caso de Israel Beiteinu incluso son bastante más radicales que Likud.

Por ello, la esfera de aliados del antiguo laborismo y hoy la Unión Sionista está en el otro espectro de votantes israelíes, los que apoyan a partidos izquierdistas tradicionales como Meretz; o a partidos centristas pero decididamente laicos, como Yesh Atid. En los últimos años, y a disgusto de un amplio porcentaje de población israelí, la Unión Sionista ha tendido ciertos lazos o, por lo menos, complicidades con la Lista Conjunta, coalición en la que se aglutinan los partidos y los votantes árabes.

El disgusto ha surgido del radicalismo de varios parlamentarios árabes que, pese a ser parte de la estructura del gobierno israelí, no han tenido empacho en definir como su objetivo principal la destrucción del Estado de Israel tal y como lo conocemos.

Por supuesto, los problemas no terminan aquí. En este tipo de circunstancias, partidos que apenas tengan 7 u 8 escaños –como los religiosos– pueden adquirir una enorme influencia y poder debido a que esos 7 u 8 escaños pueden significar la mayoría legislativa. Así que venden caros sus votos.

¿Por qué razones se puede llegar a una situación como la actual en la que la propia Knesset votó y aprobó su disolución para llamar a elecciones anticipadas? Por varias razones, pero la más frecuente es que algún partido de la coalición decida retirarse, y con ello se disuelva la mayoría legislativa. Sin esa mayoría, el gobierno en turno no tendría modo de seguir adelante con sus proyectos y el país quedaría en un trance de estancamiento indeseable.

Pero también puede suceder que haya un común acuerdo por parte de la coalición gobernante (como fue en esta ocasión), cuyo trasfondo puede ser de lo más variado.

La actual coalición liderada por Benjamin Netanyahu tuvo un serio revés cuando Avidgor Liberman anunció su retiro. Con Liberman y su partido, la coalición tenía 67 escaños. Una cómoda mayoría. Sin Liberman, se quedó con 61. Apenas lo justo.

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Fotografía: Jerusalem Post

Sin embargo, las actuales encuestas tienden a señalar que la coalición de derecha se va a imponer sin problemas en las próximas elecciones, y es probable que los votantes castiguen a Liberman, un personaje que de por sí no es demasiado popular. Naftalí Bennett, líder de Habait Hayehudí estuvo muy cerca de seguir los pasos de Liberman, pero cuando notó que los sondeos no lo estaban posicionando mejor –tampoco es muy popular–, optó por la sensatez y se mantuvo con su partido como parte de la coalición.

Son varias las ocasiones en las que la Knesset ha tenido que llamar a elecciones anticipadas. Por lo menos, en ocho ocasiones no se ha completado el lapso de cuatro años que debería durar cada legislatura. Así que este asunto se ha vuelto relativamente normal para la sociedad y la democracia israelí.

En un marco político bastante complejo, que lo mismo incluye la rebaba del conflicto que se tuvo con Hamás en Gaza hace apenas un par de meses, los enésimos intentos de la oposición por llevar a Netanyahu a un proceso judicial por acusaciones de corrupción, o el difícil panorama geopolítico en el que intervienen Irán, Siria, Hezbollá y Rusia, los votantes israelíes llegarán a las urnas con la “extraña” situación de que hoy es cuando el país está en mejores condiciones en muchos aspectos internos, como la tasa de desempleo (la menor que haya habido) o los índices de inflación (a partir de 2012 no han llegado siquiera al 2% anual).

En resumen, la democracia israelí está bastante bien consolidada. Pese a ciertos rasgos que incluso podrían definirse como extravagantes, funciona y bastante bien. Es, a fin de cuentas, la proyección de una sociedad muy plural, altamente participativa y generalmente insatisfecha. Razón por la cual siempre se comporta exigente con sus líderes.