Enlace Judío México e Israel – El pasado 5 de febrero, en las instalaciones de la Comunidad Sefardí, la historiadora griega Hella Malaton dio la conferencia “Salónica: la presencia judía a través de los siglos”, una emotiva e ilustrativa lección de la historia judía de esta ciudad mediterránea cuya población judía sefardí alguna vez representó la mitad de la población total de la ciudad.

“Estoy aquí para conectarlos con esta ciudad y su glamoroso pasado judío”, dijo la historiadora ante un público que la escuchó atentamente por cerca de una hora. La presencia judía en la ciudad griega es casi milenaria. Hay registros históricos que dan fe de una población judía en la época bizantina. Pero no fue sino hasta la expulsión de los judíos de España, en 1492, que los judíos comenzaron a migrar en masa a la también llamada Tesalónica.

La influencia económica, cultural y comercial de los judíos en la ciudad alcanzó un clímax en el siglo IXX: “(…) una pequeña parte de la población, la de clase media alta, desarrolló una muy fuerte red de instituciones asistenciales para ayudar a los necesitados: orfanatos, clínicas, hospitales, escuelas abiertas una detrás de otra… 18 escuelas fueron construidas en Salónica, solo para la población judía, 23 periódicos, en más de cinco idiomas…. Más de 60 sinagogas operaban en la ciudad”, recordó la experta.

Luego, la ciudad vivió una gran tragedia cuando, en 1917, un enorme incendio que duró cuatro días consumió gran parte de la urbe, especialmente la zona habitada por la comunidad judía, lo que afectó particularmente a esta población. Pero la verdadera tragedia llegaría años más tarde, cuando la sombra del nazismo alcanzó a Grecia y se cernió contra la numerosa población judía de Salónica.

 

De la humillación al asesinato en masa

“El 11 de julio de 1942 fue el primer momento en que sentimos que los alemanes no estaban jugando. A todos los hombres judíos de entre 18 y 45 años de edad se les ordenó presentarse en la Plaza de la Libertad, en el centro de Salónica. Ese día puede considerarse el Día Negro de los judíos en Salónica”, narra Malaton, y agrega que, luego de registrar a los hombres, los obligaron a hacer ejercicio durante horas bajo “el extremadamente caliente sol de julio”.

Alrededor de la plaza, en los balcones de los edificios que la rodeaban, oficiales alemanes y sus esposas observaban la escena riendo y celebrando con champaña, lo que constituyó una tremenda humillación para un pueblo que, hasta entonces, había disfrutado de una posición digna e incluso privilegiada dentro de la sociedad de Salónica.

“Mucha gente perdió la consciencia y fue acabada. Los que resistieron fueron enviados a realizar trabajos forzados en diversos sitios de Grecia. De las 9 mil personas registradas, 3 mil quinientas empezaron a trabajar al día siguiente, bajo condiciones muy duras e increíbles, sufriendo mucho. Como resultado, muchos de ellos murieron.”

Preocupada por el destino de los hombres, “la comunidad inició una recaudación de fondos para ir a pedirle a Max Merten, que era el gobernante militar alemán de la ciudad para pedirle que trajera a la gente de vuelta. El pidió algo así como 200 millones de dólares de hoy. La comunidad no tenía esa cantidad”, dice la historiadora, pero recaudó la mitad unos días después. Y él trajo de vuelta a la gente que había sobrevivido. Unas semanas después, sin embargo, ellos fueron los primeros en ser enviados a Auschwitz-Birkenau.

“A finales del mismo año, en diciembre, las autoridades alemandas de ocupación confiscaron los vienes de los judíos y destruyeron el cementerio judío, que contenía más de 350 mil tumbas de mármol de gran valor histórico y sentimental. Lo que siguió fue el principio del fin.”

Narra Hella Malaton que en febrero de 1943 las autoridades alemanas confiscaron las instituciones judías y tomaron medidas restrictivas contra la comunidad. Entraron al hospital más importante de la ciudad y echaron a la calle a todos los pacientes judíos. Y es ahí donde la historia de un pueblo se convierte en la historia de una familia, la de la historiadora, cuyo padre tenía 14 años de edad cuando los alemanes ocuparon Salónica.

 

Sobrevivir al horror: una familia judía en Salónica

La historiadora inició en este punto una muy emotiva narración de la historia de su familia durante la Shoá. Al hablar sobre la familia de su padre, dice de su abuelo que “era un judío sefardí que vendía equipo fotográfico. Era una familia de clase media con una bonita casa frente al mar. Mi padre siempre recordaba los maravillosos atardeceres de Salónica desde su ventana. Su madre, mi abuela era una mujer muy activa que venía de una ciudad de habla alemana de Checoslovaquia. Una judía ashkenazí. Era una especie de matrimonio mixto, en esa época. Su lengua materna era el alemán y eso afectó mucho el destino de la familia durante el Holocausto.”

El horror desencadenado por ese primer acto de humillación contra los judíos, muy pronto afectó a la familia de Malaton. “Mi padre y su familia fueron arrestados en ese primer grupo, en marzo del ’43 (….) “Fueron llevados en los llamados ‘transportes’. Iban en el mismo transporte con 2 mil 800 judíos de Salónica. El recorrido desde Salónica hasta Auschwitz duró más de cinco días.”

En ese momento, la historiadora “cedió la palabra a su padre”, al leer algunos fragmentos del libro que este escribió sobre su experiencia en el Holocausto.

“Agua, agua, los niños pedían continuamente; nuestros corazones fueron capturados por su tierna persistencia (…) No había agua para satisfacer sus súplicas. Tan pronto como el contorno del sol apareció en el horizonte, el tren comenzó a moverse (…) instintivamente, nos asomamos por las pequeñas grietas en el carro, tratando de ver nuestra preciosa Salónica por última vez, nuestra Salónica que abandonábamos tan a prisa y tan irremediablemente. Con nuestros ojos llenos de lágrimas, nos negábamos a creer que aquello fuera más que un mal sueño. Si alguien nos hubiera dicho entonces que todos nosotros seríamos terriblemente torturados y convertidos en cenizas, hubiéramos pensado que estaba loco; no sabíamos nada de los crematorios: ¡cómo pudimos estar tan ciegos! (…) Cruzamos la frontera de Serbia. Había una nueva instrucción: si aún conservábamos dinero griego debíamos entregarlo, ellos tomaron todo lo que encontraron. Todo nuestro orgullo y autoestima nos fueron arrancados. Esa fue la última imagen que tuvimos de Grecia, nuestra amada tierra natal, fuimos superados por emociones difíciles y agobiantes. Desde el momento en que entramos a los carros nos fue prohibido salir. Ni siquiera para hacer nuestras necesidades o para conseguir agua para los niños que tan desesperadamente clamaban por ella.”

La conferencista recordó que su padre y su familia tuvieron suerte porque hablaban alemán. Mi padre y su familia tuvieron suerte porque hablaban alemán. Y continúa con la lectura del libro de su padre:

“Tan pronto como llegaron al campo, los alemanes comenzaron a gritar sus órdenes. La gente, aquella que había sobrevivido el viaje, sucia tras esos terribles cinco días, fue llevada afuera de los vagones y se le ordenó ir de un lado al otro: ‘¡salgan rápido! ¡Bajen, cerdos! ¡Perros inmundos!’ Nos dimos cuenta de que esa recepción era solo una muestra de las torturas que seríamos forzados a aguantar.

“Fuimos ubicados en grupos, como si nos estuviéramos preparando para un desfile. Nos preguntaron nuestras edades, nuestro estado físico y sobre nuestra salud. Luego escuchamos las primeras frases del discurso, una especie de bienvenida que nos mostraría la fiereza de un oficial de la SS. El era imprudente y claramente estaba a cargo. Él creía que él y su raza eran superiores. No había manera de objetar.

“Caímos en las profundidades de la desesperación: ‘Han llegado al campo de concentración alemán, y no a un sanatorio donde van a sanar sus heridas. En todo el campo no hay más que una salida: esa chimenea blanca de allá, y esa densa y negra columna de humo. Todos ustedes van a pasar por ahí.’ Las chimeneas estaban al fondo, el humo negro con el profético olor de la carne ardiente, derramado en serpenteantes volutas hacia el cielo. Nos convertimos en ancianos en minutos.”

Dijo la historiadora que los nazis comenzaron a separar a la gente: los débiles de los fuertes, los hombres de las mujeres, “las familias separadas enfrentaron un problema sin saberlo: nadie entendía una sola palabra de Alemán. Este era el primer transporte llegado de un área sefardí. La gente hablaba solo ladino. Solo después de mucho tiempo alguien preguntó: ¿alguien aquí habla alemán? Y las únicas cuatro personas en todo el transporte de dos mil ochocientas personas que halaban alemán eran mi familia. Entonces, ese fue su momento de suerte, pues fueron seleccionados para” ser traductores de los nazis.

Eso le permitió a la familia de la historiadora obtener trabajos menos duros, lejos del gélido frío que hacía afuera. “Hay muchos testimonios que describen a mis dos abuelos tratando de motivar a la gente que llegaba, tratando de calmarla y de darle el valor que necesitaba para continuar en esta nueva realidad para que viviera más tiempo”.

La invitada dijo que “no estoy en posición de describir por lo que pasaron mi padre y su familia, puesto que pertenezco a la siguiente generación, sin embargo, mi padre siempre me habló sobre el horror y su deseo de sobrevivir para hacerle saber al mundo lo que ocurrió en los campos del infierno: las golpizas, los castigos, los pobres diablos que dormían en la misma cama con otras seis personas, una pequeña porción de sopa y 60 gramos de pan, como el título del libro.”

Y sobrevivió. Da fe de ello la presencia de esta mujer en México, muchas décadas más tarde. “En enero de 1945, y mientras los alemanes perdían los territorios ocupados uno tras otro, después de dos horribles años, él fue obligado a participar en la marcha de la muerte hacia territorio alemán. En estas marchas de la muerte, cientos murieron en las heladas tierras de Polonia y Alemania, pero mi padre y su padre sobrevivieron”.

Malatón relató entonces la llegada de su padre y su abuelo al campo de concentración de Mauthausen, Austria, donde debieron trabajar como mineros. Su padre “estaba débil, pesaba solo 34 kilos (…) pero sobrevivió para contarle a la gente que estas cosas pueden pasar. Fue liberado en Austria, el 8 de mayo de 1945, por las tropas estadunidenses. Solo un mes mas tarde, él y su padre hicieron el viaje de vuelta a Salónica, solo para descubrir que esta era una ciudad diferente de aquella que habían dejado atrás hacía dos años y medio. La ciudad bíblica con el maravilloso atardecer.

“Vacía de su población judía, 48 mil personas perdidas. Propiedades robadas, sin una casa a la cual volver, sin una tienda donde vender mercancía, sin mercancía, sin familia, sin amigos. La madre y la hermana no estaban ahí. Solo mucho tiempo después ellas volvieron, por una ruta diferente, sanas y salvas. Y eso fue suficiente para que él comenzara de nuevo.”

Pero la suerte y el conocimiento de diversas lenguas ayudaron no solo a su padre sino también a su madre, que vivió la persecución nazi de una forma diferente, traumática pero mucho más benigna que el sino de la familia paterna.

“Era (su madre) una niña de nueve años cuando los alemanes ocuparon Salónica. La única hija de Salomón y Regina Cohen. Una familia de clase media que administraba su propio negocio de fabricación de libretas, variedad de mercancía, papel usado por los alemanes para su propaganda, para imprimir periódicos, y sus máquinas fueron confiscadas por los nazis. Mi abuelo estuvo presente en aquel incidente de la plaza principal del que les hablé antes, cuando la gente fue humillada. Entonces esto pasó en julio del 42. Después de eso, mi abuelo perdió su fábrica y fue encarcelado. Entonces, cuando se le ordenó a los judíos mudarse a los “guetos” de Salónica (un invento de los alemanes, pues Salónica nunca tuvo guetos antes de eso), se les pidió hacer preparativos para ser reubicados en Polonia.”

Agudo como no muchas víctimas de la época, su abuelo no creyó las mentiras de los nazis. Estaba seguro que quienes lo habían tratado como bestias en su propia tierra natal, serían por lo menos tan despiadados en tierras lejanas. Eso lo llevó a buscar una solución para sí y para su familia.

Recuerda la historiadora que, en esa época, Atenas estaba ocupada por los italianos, lo que suponía una relativa tranquilidad para los judíos, quienes no eran perseguidos entonces. Aunque el viaje a Atenas era extremadamente peligroso, esa ciudad representaba la única esperanza de sobrevivir.

La que a la postre se convertiría en la madre de la conferencista fue subida a un tren con destino a Atenas. Como hablaba un griego perfecto, podía pasar por griega sin levantar las sospechas de los nazis en los controles de seguridad. Semanas más tarde, los abuelos de Malaton hicieron el mismo recorrido.

Atenas les sirvió como refugio hasta que los alemanes ocuparon la ciudad en septiembre de 1943. Entonces “se empezaron a ocultar, cambiaron de escondite 18 veces. (Vivieron) hambre, agonía. Ellos solo se dieron cuenta de que su sufrimiento no era comparable con el de los sobrevivientes a los campos de concentración, cuando los primeros comenzaron a regresar a Grecia, contando horribles e increíbles historias.”

Hella Malaton cerró su conferencia recordando que 96% de los judíos de Salónica fueron asesinados por los nazis o murieron a consecuencia de las condiciones impuestas por la ocupación. “Solo 1950 personas sobrevivieron y solo menos de la mitad de ellos pudieron empezar de nuevo en Salónica. El reinicio fue extremadamente difícil. Tanto desde el punto de vista económico como, sobre todo, desde el emocional. ‘Una ciudad de fantasmas’, como dijo Mark Mazower en el inicio de su libro.

“Como sea, la vibrante presencia de los judíos en la ciudad dejó su huella y todavía lo hace, atravesando todos los aspectos de la vida: negocios, historia, rabinos famosos, escolásticos… todavía estamos ahí. Con una muy activa comunidad judía, pese a su pequeño número de miembros, Salónica será siempre la Madre de Israel.”

 

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