Enlace Judío México e Israel.- El episodio en el que un grupo de ultraortodoxos atacaron a un grupo de mujeres que rezaba en el Kotel volvió a poner en la mesa de debate algo que nos afecta a todos los judíos: ¿Qué hacer con el radicalismo religioso?

IRVING GATELL EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

La parte que más me llama la atención en la actitud de este grupo de extremistas religiosos es que se comportan como si el Kotel fuera de su propiedad. Como si fuera el emblema de la religiosidad más tradicionalista y recalcitrante. En realidad, se trata del último vestigio de lo que fue la remodelación hecha por Herodes “El Grande”, alguien cuyo judaísmo era más bien cuestionable, y que nunca se caracterizó por su postura “ortodoxa”. Por el contrario, tuvo fuertes fricciones con el partido fariseo, el verdaderamente tradicionalista de la época.

Es decir (y valga la redundancia): por decirlo de algún modo, el Kotel es el último vestigio del primer templo judío reformista. Y eso quiere decir que a ciertos ultraortodoxos les urge una lección de Historia, o estarán condenados a cometer los mismos errores que cometieron los ultraortodoxos de antaño. Porque—han de saber, amables lectores—el fenómeno es bastante añejo.

Para distinguir a unos de otros, los historiadores suelen llamar JASIDEOS a los ultraortodoxos que aparecieron por ahí del siglo III AEC, y JASÍDICOS a los seguidores del Baal Shem Tov, del siglo XVIII. Pero el término en hebreo es el mismo: JASIDIM, piadosos.

Los antiguos jasideos surgieron en un momento en el que las cosas comenzaban a complicarse mucho para el judaísmo debido a la influencia de la cultura helénica. Bajo el dominio de los griegos (en realidad, primero de los egipcios helenizados y luego de los sirios seléucidas, también helenizados), amplios sectores de la aristocracia judía comenzaron a adoptar las modas griegas y generaron una versión religiosa del judaísmo casi irreconocible, demasiado asimilada a la moda imperial, pagana por definición.

Del mismo modo, el jasidismo surgió en un momento en que se estaba dando exactamente el mismo fenómeno, sólo que en el contexto de la modernidad (principalmente alemana). Así como los antiguos jasideos se dejan ver como contraparte del antiguo judaísmo helenista, los modernos jasídicos surgen como antagonismo del moderno judaísmo reformista.

Los radicalismos asimilados—Helenismo y Reformismo—fracasaron por igual, cada uno en su momento. El primer helenismo devino en una distorsión absoluta del judaísmo; el primer reformismo también. Ambos tuvieron un amplio período de desarrollo, pero eventualmente fue una guerra devastadora en la que se trató de extirpar al judaísmo, lo que les puso fin. En el caso del antiguo helenismo, la Guerra Macabea; en el del antiguo Reformismo, el Holocausto. De esas cenizas, ambas ideologías tuvieron que replantearse a fondo sus objetivos, y terminaron por definir nuevos tipos de helenismo o de reformismo, menos radicales, aunque no por ello menos incompatibles con el tradicionalismo. De ese modo, tras la Guerra Macabea floreció el judaísmo helenista que produjo a un personaje tan interesante—y tan profundamente judío—como Filón de Alejandría. En la otra vuelta de la Historia, el judaísmo reformista de la segunda mitad del siglo XX comenzó a dar cabida al sionismo, algo que anteriormente no era la regla.

Pero lo interesante es ver la evolución del sector antagónico, el ultraortodoxo. Su auge comienza en el siglo III AEC como reacción a los excesos de ese helenismo primigenio, y logra la definición de sus rasgos característicos luego de la Guerra Macabea. Podemos identificar bien tres tendencias de este judaísmo tradicionalista. La primera es netamente aristocrática, y es de la que menos información tenemos, ya que no se conservó ningún escrito suyo (si acaso los hubo). Se trata del saduceísmo, un grupo dirigido por altos jerarcas sacerdotales, cuyo tradicionalismo estaba definido por su modo de pensar. Rechazaban todo el cúmulo de tradiciones vinculadas al concepto de Torá oral, e insistían en que la única fuente de autoridad era el texto bíblico tal y como estaba escrito, es decir, en su interpretación literal. Su contraparte eran los fariseos, un judaísmo tradicionalista de perfil netamente popular. Rechazaban el fundamentalismo escritural y apelaban a que la Torá oral, preservada a manera de tradición que se aprendía de generación en generación, era la clave indispensable para encontrar el verdadero sentido de la Torá escrita. Y, finalmente, conocemos el judaísmo apocalíptico que tuvo en el grupo de esenios de Qumrán a sus más destacados exponentes. Fue el grupo judío más radical en cuanto a sus ideas, y el que llevó su práxis religiosa a los niveles más extremos—por lo menos en el caso de Qumrán—.

La evidencia documental demuestra que cada grupo tuvo sus subdivisiones. Las del fariseísmo son bien conocidas: eventualmente se consolidaron las dos grandes escuelas conocidas como Bet Hillel y Bet Shamai. Los debates entre unos y otros son proverbiales. Sus dos fundadores solían estar en desacuerdo en casi todo, pero siempre pugnaron por el debate franco, fraterno, propositivo. Por supuesto, sus herederos no lograron ser tan asertivos, y para la segunda mitad del siglo I las divisiones internas en el fariseísmo fueron uno de los tantos factores que complicaron las cosas al interior del movimiento subversivo que se levantó en armas contra Roma en el año 66.

Lo interesante es que la tensión entre Bet Hillel y Bet Shamai no era otra sino la tensión entre lo tradicional y lo liberal al interior de lo que podríamos definir como la “ortodoxia” de aquellos tiempos.

Del saduceísmo no tenemos tanta información, pero sabemos que la casta dirigente en Qumrán era de ese origen. Todo el tiempo se hacen llamar a sí mismos TZADOKIM, dando a entender con ello que eran parte de la descendencia de Zadok, Sumo Sacerdote en tiempos de David y Salomón. Es decir, saduceos.

Esto sugiere poderosamente que al interior del saduceísmo hubo un sector radicalizado que se separó notablemente de las creencias regulares del grupo, y se decantó por un fuerte misticismo apocalíptico (o, por lo menos, eso es lo que parece; en realidad y última instancia, al no tener fuentes documentales saduceas que corroboren nuestras ideas, lo poco que sabemos de ellos es lo que nos dicen escasos, magros y escuetos comentarios esparcidos entre el Talmud y el Nuevo Testamento; y no podemos descartar la posibilidad de que sean imprecisos).

Este liderazgo saduceo “bizarro” generó la consolidación de un grupo igualmente bizarro que, en sus rasgos generales, también se disoció del resto de sus correligionarios. Con ello me refiero a que la secta de Qumrán, aunque esenia por definición, no parece haber sido un tipo de esenismo típico.

De los esenios tampoco hay mucha información, salvo las descripciones hechas por Flavio Josefo, Filón de Alejandría y Plinio. De ellas se deduce que era un grupo bastante pacífico y ocupado en temas de disciplina espiritual que más nos harían pensar en hippies o new age, que en la ultraortodoxia judía.

Pero aquí hay algo que debe tomarse en cuenta: no eran una secta religiosa en el mismo sentido que los saduceos y los fariseos, sino un grupo iniciático. Es decir, no eran parte de una controversia teológica como podría ser hoy el fenómeno reformismo-ortodoxia, sino algo más bien similar a la masonería.

Para ingresar al grupo esenio había que pasar por un proceso iniciático, y la organización interna funcionaba en tres niveles equivalentes al moderno concepto de “aprendiz-compañero-maestro” propio de la masonería y otros grupos similares.

Este tipo de grupos generalmente no rechazan a nadie. Es decir: así como la masonería acepta en sus filas a cristianos, judíos o musulmanes por igual, todo parece indicar que los antiguos esenios también aceptaban a cualquier tipo de judío, fariseo o saduceo. Y es que las sociedades iniciáticas tienen objetivos que van muy por fuera de las controversias doctrinales, por lo que no es extraño que le den cabida a personas de origen ideológico completamente diferente.

Lo interesante es que en Qumrán se mezcló el liderazgo saduceo, las ideas apocalípticas de la época y el estilo iniciático de los esenios. Y por eso el resultado fue bizarro desde todos los puntos de vista.

¿Cuál era la diferencia entre el liderazgo saduceo y el fariseo? Que el saduceo era dinástico y el fariseo era meritocrático. Es decir, el poder saduceo se heredaba; lo ostentaban las familias reconocidas como descendencia directa de Zadok. En cambio, la autoridad farisea se ganaba a fuerza de estudio.

El modelo fariseo fue el que se impuso en el judaísmo rabínico desde el siglo II. Pero, curiosamente, la ultraortodoxia volvió al esquema saduceo dinástico. Si bien el judaísmo rabínico conservó discretamente esta noción de que el hijo de un prominente rabino tenía las puertas abiertas para convertirse también en otro prominente rabino, fue en el jasidismo donde esta dinámica se institucionalizó por medio de la figura de los Rebbes, líderes últimos en sus respectivos grupos cuya autoridad no se transmite, sino que se hereda directamente única y exclusivamente a sus hijos, salvo excepciones muy contadas.

Este es otro rasgo que nos señala que con el moderno jasidismo comenzó el reciclaje de ciertos perfiles de la antigua “ultraortodoxia” judía.

Y hay otro más notoriamente interesante: en la secta de Qumrán fue donde más intensamente floreció la especulación apocalíptica. Es decir, la convicción de que los textos bíblicos contenían un mensaje “oculto” que D-os podía revelar (APOCALIPSIS, en griego, significa “revelación”) por medio de ángeles o seres celestiales, y que trataba sobre el fin de los tiempos y el establecimiento de un nuevo orden político y religioso, que más tarde fue definido como “reino mesiánico”.

Del mismo modo, el jasidismo fue el primer grupo ultraortodoxo donde la especulación sobre la “inminente” llegada del reino mesiánico cobró una fuerza nunca antes vista. Hasta la fecha, el tema sigue siendo capital para muchos de estos grupos (por ejemplo, de ahí viene la célebre frase-consigna “¡Mashiaj ya!”).

Otra similitud más: los antiguos qumranitas se retiraron al aislamiento en el desierto debido a su abierta oposición al poder hasmoneo. Evidentemente, consideraban que el restablecimiento del reino de Judea a cargo de una dinastía que no era del linaje de David era, simplemente, ilegítimo y se definía como una usurpación. En consecuencia, se concentraron en una zona desértica para darle forma concreta a la convicción de que tenían que estar viviendo en un “exilio” teológico.

Exactamente del mismo modo, muchos núcleos ultraortodoxos—con muchos jasídicos—se opusieron a la creación del Estado de Israel y al sionismo por considerarlo mecanismos ilegítimos, toda vez que no había llegado “el mesías”. Es decir: un gobierno que no fuera el del linaje de David no tenía validez, y por ello muchos judíos de estas tendencias siguen creyendo que se vive en la condición de “exilio”, aunque este sea de naturaleza teológico. Por supuesto, hubo quienes optaron por el aislamiento físico para darle materialidad a su exilio, y así se consolidó la nueva etapa del barrio Mea Shearim, en el corazón de Jerusalén.

Lo evidente es esto: con la aparición del jasidismo en el siglo XVIII, se comenzó a repetir el ciclo histórico que, veinte siglos atrás, protagonizó la ultraortodoxia de los jasideos. Sus posturas son muy similares, sus motivaciones en algunos casos son idénticas, y el extremismo insano que estuvo presente en aquellas épocas ya ha hecho su aparición en nuestros días.

Pero hay diferencias sensibles, y eso es un buen síntoma de que el judaísmo sí aprende de su historia.

Por ejemplo: los antiguos qumranitas, al ser una secta iniciática, fueron un grupo profundamente helenizado. Ellos lo habrían negado, por supuesto. Juraban ser la pureza más pura de la pureza pura (valga la exageración). Pero el puro hecho de adoptar un modelo iniciático refleja que habían sido influidos por la cultura helénica, ya que las sectas iniciáticas son un rasgo cultural y religioso helénico por antonomasia. Los modernos jasídicos y ultraortodoxos nunca se afiliaron a este tipo de modelo de sociedad secreta. Uno se puede encontrar a uno que otro masón entre ellos, pero eso se queda a nivel de asunto individual. Los grupos jasídicos o ultraortodoxos no son de tipo iniciático. Son, simplemente, sectas judías (lo que no fueron los esenios, estrictamente hablando).

Por lo tanto, el poder dinástico no se ha restablecido de manera definitiva. En primera, esto sólo sucedió en los núcleos jasídicos y no en toda la ultraortodoxia. Y en segunda, aún en los núcleos jasídicos tuvo sus límites. Por ejemplo, el grupo de Breslev jamás tuvo una dinastía de líderes. Su Rebbe por excelencia sigue siendo Najmán de Breslev, que no dejó sucesores. En otro caso, tenemos a los Lubavitcher, cuyo sexto Rebbe murió sin hijos y por ello el rol de liderazgo lo heredó su yerno, Menajem Mendel. Ese giro fracturó la noción de poder dinástico. Lo curioso es que este séptimo y último Rebbe de Lubavitch llegó a ser el más célebre de todos, y hoy se le recuerda como “el Rebbe”. Murió sin hijos, y desde 1994 Lubavitch no tiene un Rebbe vivo despachando desde sus oficinas en Nueva York. Al igual que Najmán de Breslev en el otro caso, el Rebbe Schneerson es una figura que ha trascendido a su propia generación, al punto que aún en un grupo jasídico tan representativo como Jabad se ha eliminado el poder dinástico.

¿Quiénes están a cargo del liderazgo espiritual en Breslev y Jabad? Los rabinos que tengan los méritos para hacerlo. Es decir, han regresado al modelo meritocrático propio del antiguo Fariseísmo y del Judaísmo Rabínico desde su origen.

También ha cambiado mucho la relación de estos grupos con el Estado de Israel. Cada vez es más frecuente encontrar judíos ultraortodoxos prestando su servicio militar, e incluso hay batallones de jaredim (observantes), y el Sionismo es cada vez mejor asimilado en el Judaísmo más tradicionalista. Los ultraortodoxos antisionistas han quedado reducidos a una minoría molesta, pero marginal.

Lo anterior va muy de la mano con la relectura que estos grupos han hecho del tema de “el mesías.” La época de esperar un líder guerrero que derrotara a los enemigos de Israel ya pasó (y es que, por lo menos, ya tuvimos a tres y de grandísimo tamaño: Moshé Dayán, Itzjak Rabín y—sobre todo—Ariel Sharón, a quien no en balde se le llamaba “el León de D-os” o, incluso, “el rey”). Ahora, el énfasis que se pone cuando se habla del mesías gira en torno a alguien que, de uno u otro modo, llevará a los judíos a la observancia de la Torá. Incluso se ve al mesías más como un líder espiritual que como un líder político (algo que durante unos 1800 años no fue así).

Los cambios han permeado también en los grupos no necesariamente ultraortodoxos, y las antiguas discusiones entre Shamai (el riguroso) y Hillel (el amable) se están replicando—con sus fricciones, por supuesto—entre el Judaísmo Ortodoxo y el Judaísmo Conservador (Masortí). El tradicionalismo contra el liberalismo, pero siempre bajo el mismo concepto de que la halajá (normatividad de la vida judía) es esencial para el judaísmo.

Los antiguos ultraortodoxos se enredaron poco a poco en un radicalismo que, a la larga, resultó pernicioso. Convencidos de que tenían un pacto incondicional con D-os, comprometieron sus vidas en la militancia anti-romana (una consecuencia inevitable del extremismo apocalíptico), y pagaron con sus vidas su severo error de cálculo.

Ese mismo riesgo está presente en el Judaísmo moderno. El extremismo puede destruirnos desde adentro. Afortunadamente, los cambios sensibles y de fondo que podemos ver aún en los sectores más tradicionalistas—especialmente en muchos grupos jasídicos—nos muestran que hoy estamos más lejos de la catástrofe, que hace dos mil años.

Por supuesto, están esos molestos reductos de fanáticos que son incapaces de ver más allá de sus narices, al punto de molestarse porque un grupo de mujeres haga rezos en público.

Pero no importa. El judaísmo ha demostrado una sorprendente capacidad de superarse a sí mismo, así que tengo plena confianza de que, eventualmente, también nos sobrepondremos a ellos.

 

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