Enlace Judío México.- El presidente Donald Trump, el primer ministro Binyamin Netanyahu, y numerosos funcionarios de EEUU han advertido que a ambas partes del próximo “acuerdo del siglo” se les va a pedir que hagan concesiones dolorosas.

Para reducir la resistencia a esas concesiones del lado israelí, funcionarios y enviados estadounidenses como Jared Kushner y Jason Greenblatt están ofreciendo a Israel la perspectiva de la paz con los estados árabes como anzuelo. Esta idea tiene numerosos partidarios entre los políticos, institutos políticos y académicos israelíes que invocan el Plan de Paz Arabe del 2002 como la base para tal solución.

Sin embargo, vincular la cuestión palestina con la paz con los estados árabes sería un error estratégico grave para Israel. Dicho de manera simple, las recompensas de hacer la paz más allá de los dos estados árabes con los cuales Israel ya tiene un tratado de paz – Egipto y Jordania – son muy mezquinas para justificar la vinculación con la compleja e importante cuestión palestina.

Esto es verdad si uno considera el peligro de un estado binacional siendo un peligro mortal para Israel (la posición que define mucho del centro y centro-izquierda de Israel) o ve la anexión de grandes partes de la Margen Occidental como la mejor opción de Israel (la posición sostenida por mucha de la derecha).

¿Por qué la perspectiva de paz con otros estados árabes es un endulzante insuficiente? Principalmente debido a la caída radical en poder e influencia de esos estados durante los últimos cuarenta años – un proceso que parece estar acelerándose en años recientes.

La lógica que se encuentra en la base del pensamiento de Trump es la idea que los estados árabes tendrían suficiente influencia sobre los palestinos para asegurar que cualquier acuerdo que acepten no se caracterizará por impulsos irredentistas en el futuro – por ejemplo, dirigidos hacia los ciudadanos árabes de Israel – en la búsqueda de dividir más a Israel en favor de los palestinos.

Esta premisa es falsa, como muestra claramente la historia. Consideren el mismo plan árabe. El plan fue redactado por los saudíes, indudablemente el estado árabe con mayor influencia financiera. Fue publicado hace más de 16 años. Pero no ha tenido influencia o lo que se le parezca en las relaciones entre israelíes-palestinas o israelíes-árabes desde entonces.

El plan fue irrelevante para la continuidad de la llamada “Intifada al-Aqsa,” la que fue sólo derrotada en la Margen Occidental por la asertividad militar. La falta de tal asertividad en Gaza devengó tres grandes rondas de enfrentamiento allí entre Israel y Hamas.

Tampoco la voluntad detrás del plan impedirá la partición inter-palestina entre una Gaza dominada por Hamas y la Autoridad Palestina de Abbas en la Margen Occidental, lo cual ha hecho complicado si no imposible hacer la paz.

Ciertamente los estados árabes no tuvieron influencia sobre la otra guerra librada entre Israel y un adversario árabe – Hezbola, un satélite de Irán. Aunque algunos de esos estados confesaron que estaban del lado de los israelíes, sus confesiones no tuvieron ningún efecto en términos ya sea de intensificar la guerra (lo que estados como Arabia Saudita podrían haber deseado en la esperanza de derrotar decisivamente a un satélite iraní) o llevarla a un final.

La falta de influencia de los estados árabes con los palestinos no es la única razón para dudar. Su incapacidad de actuar colectivamente debe ser considerada también. En los 74 años desde el surgimiento de la Liga Arabe, ha ocurrido poco para sugerir que los estados árabes se unificarán efectivamente en el tema de hacer la paz entre israelíes y palestinos.

El único ejemplo de casi unidad fue en 1973, y concernía a hacer la guerra a Israel, no a hacer la paz – como prueba el aislamiento temporario de Egipto después que firmó un acuerdo de paz con Israel en 1979. La unión prevalece también en la beligerancia verbal que expresan estos estados hacia Israel en la ONU y en otros foros internacionales.

Existe toda razón para creer que la desunión árabe continuará alimentando tanto las tensiones entre israelíes y palestinos como las interpalestinas, aun si es firmado el tratado de paz. Tres estados árabes son candidatos obvios a desempeñar el rol de aguafiestas – Siria, como satélite de Irán; Líbano, siempre al borde de volverse uno; e Irak, el cual EEUU está tratando de evitar que se deslice dentro de la órbita iraní. Irán y sus satélites tendrán un fuerte interés creado en debilitar el acuerdo.

Cerca de sus talones están Qatar y Turquía – no un estado árabe, sino un actor político sin influencia en el mundo árabe.

Incluso las relaciones entre los estados árabes más amistosos hacia Israel pueden exacerbar las tensiones en la relación israelí-palestina, como lo han hecho en el pasado. No hay garantía alguna que Egipto, Jordania, y Arabia Saudita coincidirán en muchos aspectos de la paz israelí-palestina.

Todas estas tensiones serán absorbidas de muy buena gana en un escenario local caracterizado por la división dura y rápida entre una Gaza dominada por Hamas/ Hermandad Musulmana y una AP nacionalista.

Tengan la seguridad que inmediatamente después de la firma del acuerdo en el jardín de la Casa Blanca, Hamas lanzará cohetes, globos incendiarios, y miles de manifestantes y terroristas en la valla para afirmar su reclamo de toda Palestina. Ellos regresarán al manual de juego de hace más de 25 años, cuando Hamas y la Yihad Islámica enviaron a sus terroristas a la acción después de la firma de la Declaración de Principios.

Esa comparación prueba, de hecho, precisamente cuan débil es el anzuelo del apoyo regional árabe. Los aguafiestas palestinos sacaron sus hazañas destructivas en el apogeo de la hegemonía estadounidense. Fue enseguida después de la desaparición de la Unión Soviética, y el triunfo militar estadounidense de derrotar a Irak – un ataque relámpago a la par del embate de Alemania contra Polonia y de la victoria de Israel en la Guerra de los Seis Días – estaba todavía fresco.

Hoy, Trump – como su predecesor Obama – está señalando una retirada estadounidense del Medio Oriente. Bajo tales circunstancias, los aguafiestas locales, apoyados por su patrocinador regional, Irán, estarán ciertamente dispuestos a desempeñar el mismo rol que desempeñaron hace más de un cuarto de siglo.

Como observó el Prof. Benny Miller, la guerra fría y la paz fría son hechas con la ayuda de las potencias internacionales. La paz cálida y la guerra caliente son hechas por los locales exclusivamente.

Algo es seguro: la paz no se hará en el jardín de la Casa Blanca, sino en Ramala, Jerusalén y Gaza. Cualquier otra cosa es ilusión.

Esta es una versión editada de un artículo publicado por el Jerusalem Post el 12 de marzo del 2019.

El Prof. Hillel Frisch es un profesor de estudios políticos y estudios meso-orientales en la Universidad de Bar-Ilan y un asociado principal de investigación en el Begin-Sadat Center for Strategic Studies.

Fuente: The Begin-Sadat Center for Strategic Studies- Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México