Enlace Judío México e Israel.- La historia del primer director técnico extranjero en dirigir en el futbol argentino es también la historia de un húngaro exiliado que ayudó a judíos sin visas a refugiarse en el país. Multicampeón con River, descubrió a futbolistas legendarios y conoció a su esposa luego de distraer a empleados portuarios. También Hirschl se destacó como director técnico en Uruguay donde entrenó a Peñarol.

MILTON DEL MORAL

Imre Hirschl se convirtió en Emérico Hirschl cuando algún brasileño tradujo su nombre en migraciones. Era judío y húngaro de Budapest, nacido el 11 de junio de 1900, de profesión carnicero, de vocación futbolista. Su presencia era sobria e imponente: medía poco menos de dos metros, tenía aspecto de recio y casi 30 años cuando pisó por primera vez Argentina. Su historia se puede escribir en oraciones cortas, en pergaminos, en laureles propios y colectivos, en los rasgos estadísticos que Google y Wikipedia descubren fácil. O se puede relatar con citas textuales de su hija.

Gabriela descuidó la influencia de su padre en el futbol argentino. No recuerda fechas ni hitos. La historia que desempolva supone otra materia, otro sentido. Responde mejor la pregunta de quién es y qué hizo el primer director técnico extranjero en dirigir en Argentina, el cráneo del mejor equipo de los 132 años de vida de Gimnasia y Esgrima de La Plata, el entrenador multicampeón con River, el que hizo debutar a José Manuel el Charro Moreno y a Adolfo Pedernera, el que, según algunos investigadores futboleros, fundó las bases de La Máquina, uno de los mejores equipos de la historia del fútbol mundial.

Emérico Hirschl había conquistado ya algunos de sus méritos cuando el canciller José María Cantilo firmó el 12 de julio de 1938 la Circular N°11. Su último párrafo instruía: “Sin perjuicio de las demás disposiciones establecidas para la selección de los viajeros destinados al país, y salvo orden especial de esta Cancillería, los Cónsules deberán negar la visación -aún a título de turista o pasajero en tránsito- a toda persona que fundadamente se considere que abandona o ha abandonado su país de origen como indeseable o expulsado, cualquiera que sea el motivo de su expulsión”.

Argentina dictó en secreto una orden que denegaba el visado a los judíos que huían del régimen impuesto en Europa hacia finales de la década del treinta. Era una norma, calificada como “estrictamente confidencial”, que prohibía el ingreso refugiados políticos en tiempos de nazismo. Hablaba de ellos sin nombrarlos y contradecía el acuerdo que representantes argentinos firmaban en simultáneo en la llamada Conferencia de Evian, un encuentro de participación pública para consensuar métodos ante las políticas discriminatorias del Tercer Reich.

El doctor en historia, escritor y profesor titular en la Universidad de Belgrano, Ricardo López Göttig, escribió en Infobae un artículo de opinión titulado “A 80 años del fracaso de la Conferencia de Evian”.

“Por iniciativa del presidente estadounidense Franklin Delano Roosevelt -apuntó López Göttig-, tuvo lugar la Conferencia Internacional para la Solución del Problema de los Refugiados, en Evian, Francia, para que 33 naciones democráticas de Europa, del continente americano y el Imperio británico debatieran cómo resolver el problema de los refugiados judíos. Tras desarrollarse entre el 6 y el 15 de julio de 1938, los resultados fueron decepcionantes, porque, más allá de las palabras de solidaridad que expresaron muchos delegados, solo el gobierno de la República Dominicana expresó su deseo de recibir a cien mil refugiados, pero que, en la práctica, apenas recibió a pocos centenares. El resto se escudó en excusas como las cuotas de inmigración y el desempleo que padecieron durante la crisis económica mundial”.

Era 1939. El 1º de septiembre la invasión del ejército alemán a Polonia desata la Segunda Guerra Mundial y con ella la deportación de tres millones de judíos a centenares de guetos, donde el hacinamiento, el frío y el hambre ciegan la vida. La Conferencia de Evian no prosperaba. Por entonces, Estados Unidos y Cuba rechazaban a más de 900 refugiados del crucero St. Louis, obligándolos a volver a Europa.

En Argentina regía la Circular N° 11 por encima del acuerdo de inmigración receptiva. En este contexto adverso, las organizaciones judías en el país encontraron una solución: aprovechar la fascinación popular por el futbol para hacer bajar de los barcos a los “indeseables”, según la calificación de la norma dictada en secreto. Allí es donde emerge la figura, la prestancia y el carisma de Emérico Hirschl.

Cuando Emérico se llamaba Imre combatió en la Primera Guerra Mundial. Había nacido en una familia de campo. Su hija Gabriela no recuerda si él tenía diez u once hermanos. “Me contaba historias de Hungría, del frío que hacía. Iban a la escuela en trineos tirados por perros por la cantidad de nieve que había. Y cuando salían del colegio, los perros los estaban esperando”, relató. Administraban vacas y fabricaban embutidos. Él pera un entusiasta, un autodidacta. Había ganado conocimientos en carnicería y en educación física, dotes que utilizó como instrumento para penetrar en sociedades ajenas y escapar de la propia.

Era 1939. El 1º de septiembre la invasión del ejército alemán a Polonia desata la Segunda Guerra Mundial y con ella la deportación de tres millones de judíos a centenares de guetos, donde el hacinamiento, el frío y el hambre ciegan la vida. La Conferencia de Evian no prosperaba. Por entonces, Estados Unidos y Cuba rechazaban a más de 900 refugiados del crucero St. Louis, obligándolos a volver a Europa.

Germán Roitbarg describió su infancia. Es periodista e investigador del proyecto museológico y educativo “No fue un juego”, una muestra itinerante premiada por la Federación Alemana de Fútbol con el galardón Julius Hirsch. Son once historias que fraternizan el fútbol, el nazismo y el Holocausto. El caso más argentino es el de Emérico Hirschl.

“Con sólo 14 años participó de la guerra siguiendo a sus hermanos que se enrolaron en el ejército del imperio astro-húngaro. A raíz de su participación, tuvo una gran herida en una de sus piernas. Regresó a Hungría, se casó y tuvo un hijo. Luego, a partir del creciente antisemitismo en aquel país y las duras condiciones económicas, decidió emigrar a Sudamérica buscando un mejor futuro para su familia. En principio viajó sólo para poder buscar trabajo y conseguir el dinero suficiente para costear el viaje de su familia. El estallido del segundo gran conflicto mundial lo impidió”, informó Roitbarg.

Su hija narró, entre vertientes difusas de la historia de su padre, su propio cuento: “Él vino en el año 30. Se había ido de Europa con un equipo de fútbol, comenzaron por Estados Unidos y fueron bajando hasta llegar a Argentina. Fue pasando el tiempo, pasaron varios años y la mayor cantidad de ellos se fue quedando en el continente porque las noticias que llegaban de Europa no eran alentadoras. Probablemente el fútbol lo haya salvado”.

Hirschl recaló en América con el Club Sport Hakoah Viena, un equipo profesional fundado en 1909 que contrataba jugadores del extranjero. En 1925 se consagró campeón en la liga austríaca con todos jugadores de ascendencia judía. Esa cualidad lo vinculó con comunidades provenientes de Rusia, Inglaterra y Estados Unidos, a donde iban invitados a realizar pretemporadas y partidos amistosos. Hacia allí emprendió rumbo Imre, hacia Norteamérica, donde formó parte del Hakoah All Star, aunque esta vez como masajista.

De gira por Sudamérica, fue bautizado Emérico en Brasil, donde se inscribió como carnicero de oficio y donde ejerció su vocación: no se sabe cómo ni por qué, pero el húngaro judío de expresión severa y casi dos metros de altura se inició como ayudante de campo en el Palestra Italia, el club que se convertiría en el Palmeiras por un decreto del gobierno del dictador Getúlio Vargas que prohibía a entidades públicas evocar nombres vinculados a los países del Eje.

Posteriormente, hacia comienzos de la década del treinta, el Hakoah All Star visitó la Argentina y jugó contra Gimnasia y Esgrima de La Plata. Emérico Hirschl no se fue nunca más el país. Su carisma, su profesionalidad, su bagaje y su vasto conocimiento en el campo vacuno, en la preparación física y en el fútbol convencieron a la sociedad argentina y a los dirigentes del equipo platense. Dirigió el equipo más recordado en la historia de Gimnasia: “el Expreso”, bautizado así por un periodista del diario Crítica que interpretó que su imparable marcha remitía a un tren que no podían detener. Y en efecto, el único capaz de frenar a Gimnasia en el campeonato de 1933 fue el propio Gimnasia.

De gira por Sudamérica, fue bautizado Emérico en Brasil, donde se inscribió como carnicero de oficio y donde ejerció su vocación: no se sabe cómo ni por qué, pero el húngaro judío de expresión severa y casi dos metros de altura se inició como ayudante de campo en el Palestra Italia, el club que se convertiría en el Palmeiras por un decreto del gobierno del dictador Getúlio Vargas que prohibía a entidades públicas evocar nombres vinculados a los países del Eje.

La historia dirá que el 24 de diciembre el Lobo enfrentó a Boca en la vieja Bombonera: perdió 3 a 2 con dos goles ilícitos del rival -un penal inventado y un tanto en evidente fuera de juego-. El juez De Dominicis fue automáticamente expulsado de la liga. Dos fechas después, otro arbitraje polémico y un partido que pasó a la posteridad: San Lorenzo venció a Gimnasia 7 a 1 con los jugadores triperos sentados en el césped desde el 3 a 1 en señal de protesta por la parcialidad del árbitro Alberto Rojo Miró. La historia del primer equipo de Hirschl es también la historia del primer robo deportivo en la Argentina y de la primera huelga de futbolistas. Luego vendrían River y el pináculo de su fama. Roitbarg sintetizó su carrera deportiva: “Dirigió muchísimos años a diversos equipos tanto en nuestro país como en Uruguay, Brasil y México. Fue designado como director técnico de la selección argentina para el mundial de 1938, aunque luego no asumió porque Argentina no participó en dicho torneo. Entre sus logros más importantes se encuentra haber hecho debutar a dos ídolos de River Plate como José María Moreno y Adolfo Pedernera, comenzando a alinear a dos jugadores fundamentales que se transformarían en la delantera más famosa del fútbol local: La Máquina. También entrenó grandísimos equipos en Gimnasia La Plata, San Lorenzo y Peñarol de Montevideo que conformó la base del equipo campeón mundial de Uruguay 1950 con Roque Máspoli, Obdulio Varela y Juan Schiaffino, entre otros. Fue un adelantado a su época, el primer director técnico extranjero en dirigir en el profesionalismo en Argentina. En tiempos en que la preparación física no era prioridad para el desarrollo del fútbol, llevó a Gimnasia a trabajar con él a Alejandro Stirling, conocido entrenador de corredores olímpicos como Juan Carlos Zabala, ganador de la medalla de oro en maratón en Los Ángeles 1932″.

Emérico fue el primer entrenador por el que pagaron una transferencia. River se lo compró a Gimnasia. Llegó en 1935 y ganó cuatro títulos. Era el director técnico de Renato Cesarini, Carlos Peucelle, Bernabé Ferreyra, el Charro Moreno y Adolfo Pedernera, entre otras glorias del fútbol nacional. Era húngaro, exiliado y judío.

“Las organizaciones judías sabían que en algunos barcos venían judíos. Entonces lo que hacían era pedirle a mi papá que a tal hora y en tal fecha debía acompañarlos al puerto de Buenos Aires. Su trabajo consistía en ir a migraciones para hablarles de fútbol a los empleados, para distraerlos, y así dejaba pasar a los judíos que tenían prohibido el ingreso al país”, acreditó su hija. Su labor era “secreta, oculta e ilegal” según Roitbarg. El investigador pasó en limpio su proeza: “Conformaba junto a un grupo de personas una organización que se dedicaba a dar ayuda humanitaria a los refugiados. Por las tardes, y en una actividad totalmente por fuera de la ley, se acercaba a los empleados portuarios y utilizando su fama y su influencia como director técnico de River Plate, lograba hacerse con las bitácoras de los barcos para identificar a los refugiados, hacerlos descender de las naves y darles un primer destino en nuestro país. Obviamente, aquellas personas no figuran en una lista oficial ya que esta actividad formaba parte de un ingreso totalmente paralelo al registro oficial”.

“Lo hacía con gusto. Era una forma de estar más cerca de su familia. Salvar a los judíos de ser exiliados obligatorios es lo que para nosotros es un mitzvá, un mandamiento, una obra de bien, hacer algo justo, algo que corresponde hacer. Lo hacía porque sentía que debía contribuir a sus orígenes”, reconstruyó Gabriela, hija de Emérico y de esas tardes de colaboración humanitaria. Un viernes cualquiera cooperó para darle asilo en el país al amor de su vida: el 10 de marzo de 1939 arribó a Buenos Aires el barco Cap Arcona luego de que se les prohibiera el desembarco en Montevideo a 25 judíos, entre ellos Heddy Steimber, posterior madre de Gabriela y esposa de Emérico. “Él siempre contaba que cuando la vio bajando del barco, se enamoró a primera vista. Ella, igual, tardó varios años en acceder a casarse”, recordó su hija.

Emérico volvió a Gimnasia, pasó por Rosario Central, San Lorenzo y Banfield. Debió emigrar a Uruguay en 1943 envuelto en un escándalo sobre supuestos sobornos que erosionaron la reputación de un entrenador disruptivo, exitoso, extranjero y judío, factores que despertaban admiración y rechazo.

“En Uruguay siento que es súper valorado, era como Maradona en esa época. Pero en Argentina no tanto, no sé bien por qué”, se cuestiona su hija. Leonardo Albajari, periodista, investigador, docente e ideólogo del proyecto museológico y educativo “No fue un juego cree que debería ser recordado como “un hombre del fútbol que no se quedó solamente en los noventa minutos: amplió su horizonte a sus semejantes y utilizó el fútbol como herramienta (popularidad y dinero) para salvar vidas”.

Se retiró del futbol a los 55 años. Por aquellos tiempos tuvo a sus dos hijos. Trabó vínculo comercial con su mujer, que era modista de alta costura y trabajaba en una boutique, para producir al por mayor. Crearon “Casa Mónica” -el nombre que le hubiese puesto a su hija Gabriela si antes de pasar por el registro civil no se cruzaba con Gabriel, un amigo húngaro-, pero no le fue bien. Se enfermó y ante cada situación de incertidumbre financiera le agarraba un infarto que le producía insuficiencia cardíaca. “Las noches eran tremendas -contó su hija-. Cada vez que tenía un infarto cardíaco, me decía que veía una luz y al final de la luz estaban sus hermanos esperándolo”.

Se alimentaba de sus recuerdos, de los resabios de sus años mozos. Era carismático, didáctico, su presencia infundía respeto, su mirada y su prestancia eran magnéticas: los vecinos abrían la boca al escuchar sus historias. Vivía con su familia en una torre del barrio de Belgrano que había sido construida por un arquitecto húngaro a través de un fideicomiso con la comunidad de su país.

Gabriela desempolvó una anécdota del Emérico comerciante, de sus años menos prósperos: “Al edificio venían representantes de la colectividad judía a pedir ayudas y donaciones, como se suele hacer actualmente. Y el que venía a recoger los aportes siempre que me veía me agradecía: ‘tu papá, a pesar de ser el que menos tenía, era el que más donaba'”.

Emérico Hirschl fue un prohombre. “Nadie sabía lo que hacía, no era algo que la comunidad supiera. Lo hacía discretamente, sin que nadie se enterara”, dijo su hija Gabriela, de 63 años, madre de dos hijos y abuela de dos nietas que la acompañan cada vez que una muestra le rinde tributo a su padre. No fue un juego es la exposición que resignifica la vida y la obra filantrópica del primer técnico extranjero del fútbol argentino. “Su historia es central -explicó Albajari-. No fue fácil encontrar a alguien que linkee el nazismo, Argentina y nuestro futbol. En las charlas educativas les contamos a los chicos sobre los esfuerzos de muchos por salvar judíos y sobre cómo muchos eligieron ignorar la situación. Emérico nos demuestra y les demuestra lo contrario a quienes conocen por primera vez su historia”.

 

 

 

Fuente: cciu.org.uy