Enlace Judío México e Israel.- Túnez, el único país africano invadido por el nazismo, sufrió directamente las consecuencias en su judería. No obstante, pocas veces se recuerda su también bendita memoria.

Donde más o menos se levantara antaño Cartago -el poder de origen semítico que osó desafiar a Roma en las Guerras Púnicas (esto es, fenicias) – hubo una floreciente judería desde tiempos inmemoriales, quizás desde los gétulos, criadores de caballos y comerciantes de conchas marinas traídas por los fenicios. Allí, en las tierras de Jam, hijo de Noé y padre de Mitzraím, que es Egipto, habitaban desde tiempos inmemoriales la tribu bereber de los zenetes, cuyo clan de los djeraua eran todos de religión hebrea y tenían por reina a La Kahena, profetisa (Kahena-Cohen) que se enfrentó al avance omeya por la costa norafricana. La Kahena retrasó la invasión musulmana de la Península Ibérica.

Más tarde, con la expulsión de los sefarditas -incluso antes, judíos de la Península Ibérica que pasaron la costa africana o que iban rumbo a Alejandría, en Egipto, y a Akko, en Tierra Santa, así como muchos sefarditas que fueron bajando por la Península Itálica hasta Sicilia y Malta- se asentaron en Túnez (con especial predilección por la isla de Yerba) muchos hispano-judíos expulsos, que como en otros lugares, eclipsaron a la judería pre-existente, asimilándose mutuamente y creando un no pequeño corpus de exégesis talmúdica con grandes rabinos.

Durante la mayor parte del S XIX, a excepción de algunos episodios eventuales, la judería tunecina fue próspera y segura, e incluso fue aún más segura después de 1881, cuando Francia arrebata al Imperio Otomano el control de Túnez, dando comienzo al Protectorado Francés, que durará hasta 1956.

A principios de 1940 -cuando Europa temblaba ante el estruendo horripilante de la Segunda Guerra Mundial- habitaban en Túnez unos 90.000 judíos. Una población significativa para un país tan pequeño. De la gran mayoría de esa judería, unos 70.000 eran súbditos del Rey de Túnez, pero también debemos contar una población de franceses, ingleses e italianos, todos ellos también judíos. Estos habían llegado a partir de 1869, cuando el país declaró la bancarrota (por la desastrosa administración otomana -los turcos habían batallado contra España en el S XVI por Túnez) Se creó una comisión financiera anglo-franco-italiana de rescate y, por tanto, muchos judíos europeos tuvieron por misión recuperar toda la actividad económica de Túnez, que había sido abandonada de forma secular por el Imperio Otomano.

En 1942 ascendió al trono Moncef Bey. Entonces era presidente del Consejo de los Judíos, desde 1939, Moise Borgel, que también era jefe de la tesorería tunecina; el rabino principal, en esos tiempos, fue R. Jaím Bellaiche.

Los primeros problemas no vinieron sino de la administración francesa, que regía sobre la judería imponiendo Numerus clausus en las escuelas, decretando inhabilitaciones para cargo público e incluso firmando la disolución de algunas asociaciones hebreas.

Sin embargo, lo peor estaba por venir.

El 9 de noviembre de 1942, un escuadrón alemán comandado por el coronel Martin Harlinghausen aterriza en el aeropuerto de El-Aouina. Desde el 13 de noviembre, miles de alemanes aterrizaron tras él. A fines de noviembre, hay 3.000 soldados alemanes y 8,000 italianos en el país. Rudolf Rahn es nombrado ministro plenipotenciario del Reich en Túnez.

La ofensiva antijudía fue manifestándose pronto. El 23 de noviembre, varios miembros de la comunidad judía fueron arrestados y encarcelados: entre ellos, Moses Borgel, David Pariente, Félix Samama, Jacques Gallula y Jacques Cittanuova. Sufrieron interrogatorios inquisitivos y torturas degradantes. El presidente de la comunidad, después de su liberación, se vio obligado, como si fuera un delincuente, a presentarse dos veces al día en el Kommandantur, que estaba instalado en un gran hotel en Túnez, el Majestic.

El 7 de diciembre, el rabino jefe Jaim Bellaiche es obligado a pegar carteles en todas las calles: “Aviso a la población judía de Túnez”, se podía leer, advirtiendo a los judíos varones de entre 17 y 50 años que estuvieran listos para los trabajos forzados.

El coronel Walter Rauff, jefe de la SS requiere listas; quiere que 3.000 hombres, equipados con palas y picos, lleguen el 9 de diciembre de 1942, a las 7:00 de la mañana al cuartel de Foch. Si la comunidad no cumple este objetivo, amenaza con disparar a rehenes y llamar a sus tropas para llevar a cabo una redada.

En su diario, editado en francés con el título “Seis meses bajo la bota nazi”, Paul Ghez, uno de los líderes de la comunidad, escribe el 9 de diciembre: “Día crucial. Estará bien” (Éditions Le Manuscrit / Fondation pour la Mémoire de la Shoá – 2009).

Y, de hecho, solo 120 jóvenes judíos se presentan a la hora señalada. Los alemanes están furiosos como sólo puede estarlo un nazi. Deciden actuar.

La SS saca de la Gran Sinagoga de Túnez a los fieles y rabinos que allí están congregados. Además, toman transeúntes judíos en las calles. Sin contemplaciones, cientos de judíos son así enviados a campos de trabajo forzado.

Entre ellos, Gilbert Mazouz, un muchacho de 18 años con un dispositivo ortopédico para aliviar su discapacidad física.

Mientras los 120 voluntarios y los que han sido recogidos de la calle emprenden, bajo una lluvia torrencial, una larga marcha hacia lo desconocido, recibiendo regularmente el látigo de sus guardias, el joven Mazouz, con su discapacidad, lucha por seguir a la comitiva. Recibirá  tres disparo de un hombre de las SS. Será la primera víctima del 9 de diciembre. Un muchacho discapacitado de 18 años. Bendita sea su memoria.

A lo largo de seis meses de infierno, los judíos de Túnez serán sometidos a requisamientos, expoliaciones, multas colectivas, arrestos, malos tratos, trabajos forzados, asesinatos y, para algunos, también deportación a los campamentos de la muerte.

 

 

 

 

Fuente:cciu.org.uy