Enlace Judío México e Israel.-  De paso por Argentina, el experto del centro Simon Wiesenthal dio su visión sobre el peligro de los discursos de odio, las redes sociales y los perfiles nazis en el país.

IRENE HARTMANN

“El problema no son sólo los hechos de violencia. También, que después del evento aparezca alguien negándolo”. Rick Eaton sabe bien que a las palabras no se las lleva el viento. Es investigador del Centro Simon Wiesenthal, quizás la mayor institución internacional en materia de documentación y registro de víctimas del Holocausto y criminales de guerra nazis. “La mitad de mi vida fui periodista. Ahora me dedico a investigar el odio digital”. O sea, los llamados “grupos de odio” (hate groups), esos que existen desde que el mundo es mundo, que pueden derivar en actividades de ciberterrorismo y cuya proliferación se está viendo temiblemente engrandecida por las redes sociales.

Unas líneas para entender la relevancia de un personaje como Eaton. Primero, hace 33 años persigue todo tipo de actividad antisemita, islamofóbica, homofóbica; en fin, todo lo relacionado al odio contra grupos sociales específicos.

Segundo, su “operativo” más célebre es una historia que no tiene desperdicio: se hizo pasar por un millonario antisemita para interactuar con las altas esferas nazis en la Alemania de los 90. Así terminó en un viaje a Bariloche en el que pudo dar con el criminal de guerra Reinhard Kopps, refugiado en Argentina con un nombre falso. Y ese encuentro, a su vez, derivó en que un periodista de la cadena estadounidense ABC, interesado por el personaje que había hallado Eaton, obtuviera un crucial dato. En palabras de Eaton, “quién era realmente el pez gordo de la historia. Estaba en Bariloche y se llamaba Erich Priebke”.

“Pero no, no voy a tener tiempo de contarle todo esto a mis alumnos de Tucumán”, explica en la charla exclusiva con Clarín. Porque Eaton vino a la Argentina en el marco de un acuerdo entre el Centro Simon Wiesenthal y Juan Manzur, gobernador de esa provincia, para capacitar jóvenes interesados en detección de odio digital. La idea es hacer un trabajo focalizado en Latinoamérica. Eaton vino a dar la charla “iniciática”. Los participantes enviarán sus reportes al Centro con sede en Los Ángeles.

¿Qué tipo de trabajo hace un “perseguidor”?: “Hace un tiempo, en un programa de televisión estadounidense dijeron “we are gonna have a ‘kick a ginger day”” (“vamos a dedicar un día para golpear alguna persona pelirroja”). En las redes sociales se impuso el tema y pusieron una fecha: 20 de noviembre. Por esa frase hubo diez o veinte chicos golpeados a lo largo del país. Buscamos este tipo de cosas, desde lo más mundano hasta lo más grande”.

El Centro Simon Wiesenthal elabora un reporte anual “que tiene unas 700 entradas”, detalló Eaton, y que puede consultarse en digitalhate.net. El escaneo muestra lo más vil de las sociedades. Argentina, más allá de que la ley 23.592 penaliza dese 1988 los actos discriminatorios, no zafó de aparecer con varias menciones.

Vale la pena destacar una relacionada a la intensa discusión por la legalización del aborto: una agrupación en contra de esa práctica ridiculizó a quienes la apoyan, a través de una imagen retocada en la que Adolf Hitler llevaba puesto un pañuelo verde. El epígrafe rezaba: “Por una humanidad donde sólo nazcan las personas deseadas”.

Para Eaton, “el uso de cualquier símbolo nazi en el discurso político está mal. Tuvimos en Estados Unidos acciones similares contra los presidentes Bush y Obama. Esto no tiene lugar en el discurso político”.

-Es incómodo hablar de esto, pero en sociedades donde la libertad de expresión es un valor respetado, cabe preguntarse si quienes enuncian mensajes violentos no tienen, también, derecho a expresarlos. ¿Cuáles son los límites del odio “aceptable”?

-Odio es una palabra muy difícil de definir. Generalmente alude a gente que promueve cosas contra otros grupos, otras razas, otras etnias. Pero cada país tiene sus reglas. En Alemania es ilegal promover el nazismo, es ilegal negar el Holocausto, y por buenas razones. En Estados Unidos, mientras no digas “vamos a salir y atacar a este grupo”, casi podés decir cualquier cosa. Sin embargo, el discurso del odio tiene que ser considerado en el contexto de los crímenes del odio. Quizás no sea un crimen difundir cierto mensaje, pero tiene un evidente efecto residual.

Las redes sociales (más bien, sus endebles filtros) están en la mira del centro Wiesenthal: “Tratamos de ver adónde van. Recientemente interactuamos con Facebook, Twitter y Google. En el último tiempo tuvieron que ponerse más serios con sus políticas. Twitter por ejemplo, hace tres años, era el peor. Los grupos de odio como ISIS mandaban literalmente cien mil mensajes por día en Twitter. Ahora se pusieron más serios, en especial desde los eventos en Charlottesville (en los que en 2017 una mujer murió y casi 20 resultaron heridas, en una manifestación de supremacistas blancos) y la masacre reciente de Christchurch (Nueva Zelanda)”.

En la medida en que las políticas de estas plataformas sean más restrictivas, “empujan extremistas a otros sitios sin tantas reglas. Mientras tanto, averiguamos adónde van y los seguimos en su actividad”.

-Los buscan, los encuentran, ¿y después qué?

-Monitoreamos qué dicen. Por ejemplo, si van a hacer una protesta por un tema inmigrantes, les avisemos a las fuerzas de seguridad para que estén advertidas. A los grupos del odio les gusta mostrarse, ir a lugares donde sean visibles y protestar. Necesitan atención para reclutar miembros.

La acción se cocina en las palabras y los foros son rincones ideales. “Por ejemplo Stormfront, la primera página de supremacistas blancos, creada en marzo de 1995, está online todavía. Se tornó un foro internacional gigantesco. Pueden verlo, es muy seguro: no tiene cookies ni tratan de averiguar quién sos”, propuso Eaton, y siguió: “Actualmente tiene 12 millones de posteos y cientos de miles de amenazas”.

Ahora bien, “digamos que alguien que recién llegó al país va a la sección ‘Argentina’ de Stormfront y comenta: ‘Recién me mudé a Buenos Aires y me gustaría encontrarme con alguien a tomar una cerveza’. Alguien le contesta, se encuentran y quedan conectados. Esto lo vemos todo el tiempo en el foro. En el medio, se postea propaganda discriminatoria y se cuestionan los crímenes del odio”.

No ayuda, siguió Eaton, la proliferación de gobiernos nacionalistas en Europa y la penosa retórica de líderes como Donald Trump y Jair Bolsonaro: “Los grupos de odio no se pueden cuantificar. Es muy dinámico el número. Pero hay una escala: en un extremo están los hate groups de los que no vale la pena preocuparse. En el otro, los que no vas a poder erradicar. Y en el medio están las personas a las que tenés que tener llegada desde el liderazgo político. La bajada viene de arriba”.

Eaton dice que en estos días va a pasear un poco por Buenos Aires. En Internet ya estuvo chusmeando: “Ustedes tienen un sorprendente número de perfiles nazi online. Justo estaba viendo unos que se llaman ‘movimiento veganista’, que tienen ramas en todos los países de la región. En Twitter están en todos lados. Son nazis, antes que nada. Se basan en que Hitler era vegetariano. Es una filosofía que ya fue usada por otros grupos: eso de tener limpio el medio ambiente y también las calles… tu barrio limpio de minorías. Una mezcla de nazismo con naturalismo. Mente limpia, cuerpo limpio”.

 

 

Fuente:clarin.com