Enlace Judío México e Israel.- Muchos siglos de historia, francesa y europea, ardieron hace unos días en París, provocando una conmoción a escala mundial. El horroroso incendio en la catedral de Notre Dame, uno de los principales monumentos de Francia, joya del gótico, dejó al país incrédulo y muy triste por la cadena de fatalidades que han golpeado al país en los últimos años.

SHULAMIT BEIGEL PARA ENLACE JUDÍO

Los titulares de la prensa, tanto hablada como escrita, se inflaron con la noticia. La información no sólo detallaba el hecho del incendio, derrumbe de la aguja y pérdida de objetos de museo, oleos, y pinturas que se guardaban en su interior, vitrales artísticos en ventanales y claraboyas, puertas de goznes envejecidos por el paso del tiempo. La noticia llegó cargada de sentimientos de pesar, aflicción, dolor por la pérdida de la reliquia arquitectónica con ochocientos años de historia. Las televisoras del mundo nos mostraron rostros compungidos, llorosos, declaraciones de pesar acompañadas de sollozos, como expresión del profundo sentimiento que el hecho ocasionó a los testigos presenciales. En un instante, un símbolo de la cristiandad quedaba hecho cenizas. El incendio de Notre Dame, dijeron algunos franceses, era como si se hubiera cumplido la orden de Hitler de incendiar París. Cuando Hitler quiso saber si la orden se cumplía, preguntaba: ¿Arde Paris?

Notre Dame, en su larga historia de 800 años, se había salvado de guerras, revoluciones, revueltas, fenómenos naturales, terremotos, rayos y centellas, pero, le llegó su hora. Hoy es un montón de cenizas, de escombros que deben ser barridos para despejar el sitio y darle mejor uso. Pero, según dijo el presidente Macron, antes de cinco años, debe ser reconstruida.

El sentimiento de pesar conmovió el bolsillo de muchos millonarios y a los dos días siguientes al incendio, ya se habían recaudado mil millones de euros en donaciones para su reconstrucción. ¿Qué podemos pensar de todo esto? Nos recuerda el derrumbe de las Torres Gemelas de Nueva York, otro símbolo, no de la religión, sino del capitalismo, que en definitiva es lo mismo. Capital y cristianismo van de la mano en una simbiosis perfecta, para ejercer el dominio sobre los pueblos por medio de guerras interminables, imponer la servidumbre sobre muchedumbres explotadas, esclavizadas por el trabajo, hambreadas por salarios de miseria, para que la plusvalía fluya como torrente y pase a engrosar los capitales del 1% de la población mundial, mientras que el 99% perece bajo la indolencia de los gobiernos. La desidia, madre de la miseria.

Cuando vemos el dolor que causa el incendio de Notre Dame, nos surgen muchas preguntas, ya que esas expresiones no se ven frente a hechos tan dolorosos como la invasión y destrucción de un país, para lo cual se invocan falsos pretextos, como ocurrió con Yugoslavia, Afganistán, Irak, Libia, Siria, Yemen y tantos pueblos y naciones destruidas, arrasadas, con un saldo de miles de personas masacradas, asesinadas por “bombardeos aéreos inteligentes, con daños colaterales”, que destruyen la infraestructura física, los servicios de acueductos, hospitales, carreteras, edificios, escuelas, universidades, fábricas, todo, construido con gran esfuerzo. Es de esta manera, como, en el siglo XXI, se repite la historia de Las Cruzadas, que durante 200 años convocaba y organizaba el Papado, para que en nombre de la cristiandad se pudiese invadir y agredir a pueblos pacíficos. ¿Qué será más importante para provocar el lamento? ¿El incendio imprevisto de una catedral o la destrucción planificada de un país o varios países por medio de la invasión y la guerra? Las expresiones de pesar, aflicción, y dolor en los rostros, en las palabras con sollozos entrecortados, que vimos en el incendio de Notre Dame, no las hemos visto cuando el señor Sarkozy, presidente de Francia ordenó bombardear la ciudad de Trípoli en Libia, o la decisión de otros presidentes franceses para bombardear Damasco, o Malí en África, o Yemen, e impedir la llegada de alimentos y causar por ello la muerte de niños por hambre. O el silencio ante la crisis en Venezuela, donde la población se muere y enferma por falta de medicamentos. En ningún momento ni en ninguna de estas circunstancias hemos oído el lamento de los locutores o de los entrevistados por la destrucción de ciudades y países como ocurrió en Irak, “no vamos a dejar piedra sobre piedra” declaraba el general norteamericano que dirigió la invasión.

Jamás entenderé porqué el incendio de una catedral causa tan grandes sentimientos de dolor, mientras que la destrucción de una ciudad o de un país con el asesinato de miles de personas por la guerra, no motiva una lágrima ni un lamento ni un gemido de dolor o de indignación.

Pienso que se debe a la falsa moral de una sociedad que vive de lo superfluo, de creencias y mitos, esoterismos caducos en el siglo de la ciencia y la tecnología. La historia quiere comenzar a desprenderse de tanto obstáculo que le toca arrastrar para poder entrar más ligera en los nuevos tiempos que se anuncian por el mejoramiento de las economías. Eso de catedrales y creencias pertenece al pasado, no va con el presente. En estos tiempos modernos se debe dar paso hacia nuevos estadios de la civilización, donde esas catedrales antiguas y cargadas de oscurantismos medioevales permanecen como cadenas que impiden la marcha incesante de los pueblos. Con el dinero destinado a reconstruir el oscurantismo del pasado medioeval representado en una catedral, mejor dedicarlo a construir otra catedral, pero de la Ciencia en lugar de la creencia. Con mil millones de euros recaudados en dos días para ser destinados a la reconstrucción de Notre Dame ¿por qué no darles mejor utilización en una obra de servicio a la humanidad?

Parece que a las catedrales les gusta el fuego. Son muchas las que se han quemado y reconstruido ¿Para qué? Si más bien en toda Europa crece la indiferencia por las religiones (católica y protestante), alimentada por el desprestigio que causa entre sus feligreses la pederastia de cardenales, arzobispos, curas y pastores. El desprestigio de las religiones, por el comportamiento de sus sacerdotes, crece en todos los países. La humanidad está saciada por los dos mil años de crímenes del cristianismo y su doble moral, que se conmueve por el incendio de una catedral, pero no derrama ni una lágrima ni despide un sollozo por los miles de seres humanos que en todo el mundo causan las guerras contra pueblos pacíficos, para llevar a cabo la rapiña de sus riquezas y de sus recursos naturales.

Hitler desde el infierno, donde seguramente mora, al conocer la noticia del incendio de Notre Dame debe haber exclamado ¡Por fin Arde París!

 

 

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