Enlace Judío México e Israel.- Al final, el desenlace de la última ronda de violencia en Gaza ha concluido igual que siempre: una tregua entre Hamás e Israel, y una tensa calma a la espera del momento en que los disparos de cohetes palestinos vuelvan a comenzar. ¿Podemos hablar de un ganador en la situación actual? Seguro que sí, y no es difícil hacerlo.

IRVING GATELL EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO

Es muy simple. Si las cosas han vuelto al punto de siempre, sólo hay que preguntarnos a quién le convenía la situación tal y como estaba, y a quién le convenía un cambio radical.

Y la respuesta es igual de simple: a Israel le convenía mantener las cosas igual; Hamás, en cambio, estaba—y está—urgido de un cambio.

La situación ya la expliqué en mi nota anterior: Estados Unidos próximamente presentará su plan de pacificación para el conflicto israelí palestino, y todo parece indicar que ya cuenta con el apoyo de Israel y los países árabes sunitas, encabezados por Arabia Saudita. Se supo también que el príncipe Mohamed ibn Salman—futuro monarca saudí—le ofreció a Mahmoud Abbas una fuerte suma de dinero a cambio de que Al Fatah y la Autoridad Palestina acepten el plan estadounidense.

Todo ello indica que el plan asume, en mayor o menor grado, que ya no importa demasiado si los palestinos aceptan o no la propuesta, y que la solución se les va a imponer.

Tiene lógica: mientras el liderazgo palestino esté dividido entre dos grupos antagonistas (Hamás y Al Fatah), mientras la influencia iraní siga siendo capital en ambos liderazgos palestinos, y mientras no se solucionen los severos problemas de corrupción que hay al interior del gobierno palestino actual, es obvio que no se cuenta con ellos para la búsqueda de una verdadera solución.

Hay que decir las cosas como son: los palestinos nunca fueron un socio para la paz. Aferrados al objetivo de destruir Israel, enemistados a muerte entre ellos mismos, incapaces de canalizar las multimillonarias ayudas recibidas hacia proyectos de mejoramiento de su sociedad, se han convertido en un lastre para todos los que en otros tiempos les extendían millones y millones de dólares. Ahora sólo Qatar parece interesado en seguir tirando dinero al bote de basura que es el gobierno palestino, pero su último donativo fue de 480 millones de dólares. Muy poco para las complicadas necesidades de la Autoridad Palestina.

La situación de Hamás es más delicada. Por lo menos, Al Fatah ha contado con el reconocimiento internacional. Hamás es visto en casi todo occidente como un grupo terrorista. Su sobrevivencia ha dependido, literalmente, del apoyo iraní.

Y eso es lo que lo confronta con el mundo árabe sunita, enfrascado en una guerra extraterritorial con el régimen de los Ayatolas. Y por “extraterritorial” me refiero a que en este momento Arabia Saudita y los Emiratos sunitas no están combatiendo a Irán en su propio territorio, sino en Yemen. Este país, al sur de Ryad, ha sido el nuevo proyecto iraní para tratar de extender su hegemonía y poner en jaque a la corona saudí.

Por eso, sus expectativas son complicadas, casi irreales, y se basan en la urgencia de provocar un conflicto de gran envergadura con Israel.

En condiciones óptimas para Hamás, Irán y Hezbolá se integrarían al conflicto atacando a Israel desde el Líbano. El resultado deseado sería la destrucción total del Estado Judío. Pero esa opción está prácticamente olvidada. Los repetidos bombardeos israelíes en Siria, en los que se ha atacado y destruido una gran cantidad de infraestructura bélica tanto iraní como de Hezbolá, evidencian que ni el grupo terrorista ni el régimen de los Ayatolas quieren lanzarse a una guerra contra Israel. Se han desgastado mucho con la guerra civil en Siria, y eso los pone en desventaja. Además, han sido severamente golpeados por las sanciones económicas impuestas por los Estados Unidos.

Por ello, Hamás apuesta por una segunda opción: obligar a Israel a una represalia agresiva que ponga a la opinión popular árabe en contra de todo lo que suene a “judío”, y con ello presionar a los gobiernos sunitas a retirar su apoyo al plan de paz estadounidense.

Pero no es sencillo. De hecho, es prácticamente imposible que Hamás lo logre por medio de la aplicación de la misma estrategia que ha fallado una y otra vez.

Pese a que aparentemente Israel no encuentra la clave para resolver el problema de la violencia de Hamás y los otros grupos terroristas de Gaza, la realidad es que Netanyahu y su gobierno ya los tienen bien medidos. Por eso las cosas siempre regresan al mismo punto, porque es a Israel a quien le conviene que se mantengan allí. Los golpes decisivos ya se darán cuando sea evidente el apoyo sunita e israelí al plan estadounidense. Mientras tanto, hay que llegar a ese punto de consolidación del bloque anti-iraní—porque a fin de cuentas la guerra contra Hamas es parte de ello—en todo Medio Oriente. La victoria definitiva será cuando se derrumbe el gobierno de los Ayatolas, algo que, evidentemente, se va a lograr en el mediano plazo por medio de la presión económica.

En esta lógica, Hamás apostó por un nivel mayor de agresividad, e Israel supo cómo contestar. Ante la displicencia de Hamás con los grupos terroristas menores, como Yihad Islámica, para que desataran ataques de un nivel de intensidad nunca antes vista, Israel respondió eliminando selectivamente a varios líderes de la Yihad, y de paso al enlace que Hamás tenía con Irán para cuestiones financieras.

Los temidos asesinatos selectivos.

Israel había abandonado esa estrategia debido a que normalmente representaba una pérdida de capital político a nivel internacional. Recibía muchas críticas—sesgadas, por supuesto—por parte de países occidentales, principalmente europeos, por realizar “ejecuciones extrajudiciales”.

Hamás acaba de comprobar que Israel ya se siente en confianza para volver a usar esa estrategia, y eso significa que cualquiera de sus líderes pueden ser eliminados en cualquier momento.

Tal vez lo más decepcionante para Hamás fue que en estos tres días de ataques, ninguna voz de la política árabe se levantó para defenderlos. Incluso Europa, territorio político tradicionalmente pro-palestino, reacciono en sentido contrario, y fueron más las voces que criticaron las agresiones palestinas, que las que defendieron a “la heroica resistencia contra la ocupación israelí”.

Las únicas dos voces con cierta relevancia que siguieron el guion esperado por Hamás, fueron una funcionaria palestina—así que no cuenta—, y la diputada estadounidense del Partido Demócrata Ilhan Omar (justo en el vergonzoso contexto de que ninguna personalidad demócrata en los Estados Unidos condenó las agresiones palestinas, por lo que el efecto va a ser más bien negativo; lejos de ayudar a Hamás, las opiniones de Omar eventualmente perjudicarán al Partido Demócrata).

Ante la evidente indisposición internacional de lanzarse contra Israel como en otras épocas (se nota que los cañonazos de dinero árabe ya llevan otra postura al respecto), el ejército israelí supo que podía retomar las ejecuciones selectivas sin arriesgar capital político.

Y lo hizo, volviendo a demostrar que, si se lo propone, cuenta con la información y los recursos necesarios para colocar un misil en el volante del automóvil que vaya manejando cualquier líder de Hamás o de la Yihad Islámica.

Por eso Hamás solicitó la tregua. No tenía sentido continuar con la actual escalada, porque los resultados esperados no llegaron.

La situación vuelve a lo mismo. Israel, por difícil que parezca, sale ganando, y sólo le resta esperar que el flujo político siga su rumbo, y Estados Unidos y los países árabes sunitas asuman de modo cada vez más evidente el compromiso de imponer una solución para los palestinos.

A la par, Irán sigue viendo cómo su economía se desmorona—en parte por las sanciones estadounidenses, en parte porque está siendo controlada por fanáticos religiosos que no parecen entender cómo funciona el tema del dinero—, pero sigue obsesionado con mantener su control en Siria. Y sigue embarrando a Hezbolá en esa estrategia, lo cual los deja imposibilitados para hacerle frente a Israel, que ataca instalaciones enemigas en Siria siempre que lo considera conveniente, y con toda la facilidad del mundo.

¿Volverá Hamás a intentar aplicar esta estrategia inútil?

Seguro que sí. La racionalidad no es lo suyo. Están dominados por una convicción religiosa cuyo único paradigma válido—pese a que ha sido destruido por la realidad cualquier cantidad de ocasiones—es que los musulmanes se tienen que unir en una guerra santa contra Israel.

De hecho, para sus líderes debe ser profundamente desconcertante el rumbo que han tomado las cosas. Carentes de una verdadera perspectiva geopolítica de amplio alcance, encerrados en su feudo semi-medieval en el que todo se decide por medio de criterios religiosos, volverán a ese punto donde crean que incrementar las agresiones contra Israel “debería” voltear los apoyos árabes para que otra vez se alcen contra el “enemigo sionista”.

Se trata de gente incapacitada para entender que la única manera de obtener resultados distintos, es aplicando estrategias distintas.

Así que no les demos demasiado crédito. Volverán a intentarlo, y sólo hasta que vean la guadaña israelí a dos centímetros de sus cuellos, volverán a lloriquear pidiendo una tregua, sólo para regresar a su desconcierto, a ese mundo incomprensible para ellos, en el que sus parientes árabes los han abandonado.

Es el precio de invertirle todo al pensamiento mágico y no a la razón.

Mientras, el mundo sigue moviéndose y Estados Unidos, Israel y los países árabes parecen más próximos a asumir el compromiso de pacificar el lugar, sin importar lo que puedan opinar los palestinos.

Eso es lo que le convenía conservar a Israel.

Eso es a lo que se ha regresado.

Round enecientos mil. Gana Israel.

 

 

 

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