Enlace Judío México e Israel.- “¿Dónde está la solidaridad con los cristianos de Sri Lanka?”, preguntó el académico británico Rakib Ehsan, musulmán.

GIULIO MEOTTI

Las diferencias en el tono y la naturaleza entre las condenas de los atentados de Christchurch y de Sri Lanka son muy llamativas. Después de lo de Christchurch, no hubo dudas a la hora de afirmar el carácter religioso de las víctimas y dirigir la emoción y el afecto hacia las comunidades musulmanas. Los políticos no tuvieron problemas para categorizar los sucesos de Christchurch como terrorismo.

En cambio, las palabras “terrorismo” y “cristianismo”, junto a otros términos relacionados, no se han incluido hasta ahora en buena parte de la reacción a los atentados en Sri Lanka.

Lo que es evidente no son sólo unos claros reparos a especificar el carácter religioso de los asesinados en Sri Lanka, también una falta de sincera solidaridad con las comunidades cristianas de todo el mundo, que siguen sufriendo graves formas de persecución a causa de su fe.

Rakib Ehsan hizo la pregunta correcta. Pero se podría reescribir: ¿Dónde está la solidaridad occidental por los cristianos asesinados en Sri Lanka?

Este es un drama en tres actos. El primer acto consiste en que los cristianos y otros pueblos nativos no musulmanes están siendo violados y asesinados. El segundo acto consiste en los extremistas musulmanes que crean este genocidio. Y el tercer acto consiste en la indiferencia de Occidente, el cual mira a otra parte.

La cifra de víctimas asesinadas en los atentados yihadistas del 21 de abril, Domingo de Pascua, en Sri Lanka, es demasiado terrible incluso para pensarla: 253 muertos. Entre las víctimas, fueron asesinados 45 niños. Sus caritas y sus historias han empezado a conocerse. Los terroristas islámicos sabían que había muchos niños en las tres iglesias, y las atacaron deliberadamente con sus bombas. Los videos muestran cómo los terroristas daban palmaditas en la cabeza a un niño pequeño antes de entrar en la iglesia de San Sebastián en Negombo, donde “todo el mundo ha perdido a alguien”.

La familia Fernando había tomado una foto en el bautismo de su tercer hijo, Seth. En Negombo, estaban todos enterrados juntos. El padre, la madre y los tres niños, dos de 6 y 4 años y otro de 11 meses. Según el New York Times:

Fabiola Fernando, de 6 años, era alumna de preescolar. En una foto publicada en la página de Facebook de su madre, presumía de una medalla de oro con una pequeña sonrisa en la cara. Leona Fernando, de 4 años, la mediana de la familia, estaba aprendiendo a leer y en la foto sostenía un ejemplar de La bella durmiente. Seth Fernando, de 11 meses, era el recién llegado a la familia Fernando. Fue enterrado junto a sus padres y sus dos hermanas.

El silencio del mundo intelectual y los medios occidentales es particularmente ensordecedor. La nueva conciencia humanitaria parece ver sólo dos grupos: los que tienen derecho a la compasión y la protección de la comunidad internacional, y los que, como los cristianos, no son dignos de ayuda ni solidaridad.

El asesinato de un bebé de 8 meses, Matthew, en una iglesia de Sri Lanka, al parecer no molestó ni heló a Occidente, y no se hizo viral, no se convirtió en un hashtag, no empujó a los europeos a abarrotar sus plazas públicas, no presionó al mundo islámico para que hiciera examen de conciencia, no indujo a los políticos y opinadores occidentales a reflexionar seriamente sobre quién mató a ese niño, o sobre aquellos que fomentan y financian el odio islamista a los cristianos.

Sudesh Kolonne estaba esperando delante de la iglesia de San Sebastián cuando oyó la explosión. Corrió al interior y buscó a su mujer y a su hija. Le llevó media hora encontrar sus cuerpos.

Los atentados también mataron a tres niños de un multimillonario danés. Otra mujer perdió a su hija, a su hijo, a su marido, a su cuñada y a dos sobrinas. Un padre británico tuvo que elegir a cuál de sus dos hijos salvar. Otra familia británica quedó destruida. Para sumar al horror, la mujer embarazada de uno de los terroristas, cuando los policías entraron en su casa, detonó un chaleco explosivo matando a sus propios hijos.

El duque de Cambridge, el príncipe Guillermo, acababa de visitar a los supervivientes musulmanes del atentado en las mezquitas de Christchurch, en Nueva Zelanda, incluidos los niños que se recuperaban en los hospitales. Fue un gesto de humanidad y compasión. ¿Por qué no mueve la misma compasión a la familia real británica y pararse en Sri Lanka, su antigua colonia, para ver a los supervivientes cristianos, antes de volver a Inglaterra? Familias cristianas enteras quedaron diezmadas en el atentado.

¿Dónde está la rabia de Occidente por la aniquilación de la vida y el pueblo cristianos? Parece como si no hubiera indignación, sólo silencio, interrumpido por las bombas y los gritos de “Alá Akbar”. Los libros de historia del futuro no condonarán esta traición occidental. Si Occidente se hubiese tomado en serio las persecuciones de los cristianos, ahora las campanas no estarían repicando por la muerte de la presencia cristiana, no sólo en los territorios históricos del cristianismo, también por Occidente. Los extremistas islámicos han visto que Occidente no se ha movilizado para impedirles oprimir a los cristianos, como sin, inconscientemente, hubiese una extraña convergencia entre nuestro silencio y el proyecto de limpieza étnica del Estado Islámico, que se propone erradicar a los cristianos.

La escritora británica Melanie Phillips ha llamado a esta persecución de los cristianos “nuestro secreto culpable”.

La libertad religiosa, el valor central de la civilización occidental, está siendo destruida en grandes áreas del mundo. Sin embargo, Occidente, al negar con miopía esta guerra religiosa, está apartando la mirada de la destrucción de su credo fundacional en Oriente Medio y del intento de erradicarlo en otras partes. Por lo tanto, no sorprende que, frente a la barbarie yihadista en el extranjero y las incursiones culturales en casa, el mundo libre esté resultando ser tan poco ineficaz.

El atentado yihadista en Sri Lanka no sólo fue el “ataque más mortífero a los cristianos en el sur de Asia de la memoria reciente”. Fue también la mayor masacre de niños cristianos. Pero ningún periódico ha lanzado una campaña para generar conciencia entre la opinión pública europea, no ha surgido ningún movimiento de solidaridad con los cristianos, ningún líder occidental ha visitado al parecer una iglesia como gesto de solidaridad, ningún líder de las iglesias occidentales han tenido el valor de señalar a los culpables llamándolos por su nombre, ningún alcalde occidental ha colgado las fotografías de los 45 niños despedazados, ninguna plaza pública se ha llenado de miles de personas que digan “Je suis chrétien”.

Hace unos años, en el apogeo de la crisis migratoria en Europa, una foto conquistó a la opinión pública de Occidente. Fue la famosa foto de Aylan Kurdi, el niño sirio de tres años que se ahogó en la costa de Bodrum, en Turquía. Ese pequeño inmigrante conmovió a Occidente. Su imagen se hizo viral. El New York Times lo llamó “la Europa de Aylan Kurdi”.

“Por razones históricas, Angela Merkel temía las imágenes de la policía alemana enfrentándose a civiles en nuestras fronteras”, escribió Robin Alexander, principal periodista de Die Welt, en su libro Die Getriebenen (Los conducidos). Si las fotografías de los inmigrantes llevaron a los líderes europeos a abrir sus fronteras, las fotos de los niños cristianos asesinados, como los 45 de Sri Lanka, les ha dejado al parecer indiferentes.

Las peticiones de ayuda de las hijas de Asia Bibi fueron recibidas con la sordera de Occidente. Reino Unido se negó a ofrecer asilo a esta familia paquistaní cristiana y aceptar a los cristianos perseguidos.

“Es con indiferencia como estamos presenciando una catástrofe de la civilización sin precedentes”, escribió el historiador francés Jean-François Colosimo, al hablar de la destrucción del cristianismo oriental. Ninguna religión, ninguna comunidad, está hoy más perseguida que los cristianos. ¿Por qué, entonces, este silencio de Occidente? ¿Nos hemos enajenado tanto, de nuestras raíces y nuestra historia, que podemos contemplar este estallido de violencia yihadista sin pestañear? ¿O es que somos tan cortos de miras que esperamos comprar la “paz” con los extremistas musulmanes por el precio de abandonar a esos cristianos? La misma ideología yihadista que asesinó a los niños cristianos en Sri Lanka atacó a los niños europeos en Niza, Mánchester y Barcelona.

Sri Lanka, tras la masacre, no es sólo una terrible sucesión de madres que lloran y pequeños ataúdes. Por desgracia, también nos dice mucho del desalentador estado de Occidente.

 

 

Fuente:es.gatestoneinstitute.org