Enlace Judío México e Israel.- La semana en la que muchos creían que se iba a alcanzar un acuerdo para poner fin a la guerra comercial terminó de la peor manera. Washington anticipó que planea elevar los aranceles a todas las importaciones chinas y Beijing prometió represalias. Se aleja la posibilidad de un entendimiento.

DARÍO MIZRAHI

Apenas diez días atrás, el mundo miraba con optimismo las conversaciones entre Estados Unidos y China. Los negociadores hablaban de avances importantes y parecía inminente la firma de un pacto que iba a cerrar la era de tensiones comerciales que se inauguró el 1 de marzo de 2018, cuando Donald Trump anunció la imposición de aranceles del 25% a las importaciones de acero chino.

El presidente prometió un “acuerdo épico” el pasado 4 de abril en un encuentro con la delegación china en el Salón Oval. “Creo que puedo decir que algunas de las cosas más difíciles han sido acordadas”, afirmó.

La expectativa estaba depositada en la ronda celebrada el jueves y el viernes en Washington, de la que participó el viceprimer ministro Liu He, jefe negociador chino. Pero una cita pensada originalmente para afinar los detalles del pacto había pasado a ser un intento desesperado por evitar que naufrague, luego del brusco cambio de clima que se produjo en los días previos.

La sorpresa la dio el propio Trump el domingo pasado, cuando anunció que las tarifas aduaneras sobre 200.000 millones de dólares de importaciones chinas treparían de 10 a 25 por ciento. “El acuerdo comercial con China continúa, pero con demasiada lentitud porque intentan renegociar. ¡No!”, escribió en su cuenta de Twitter.

Las reuniones del jueves y del viernes no sirvieron para encauzar el proceso. Es más, la Casa Blanca llevó la tensión a su punto máximo. Robert Lighthizer, el negociador estadounidense, comunicó en las últimas horas que “esencialmente todas las importaciones restantes de China” —valuadas en 300.000 millones de dólares— pasarán a pagar aranceles. Un terremoto impensable dos semanas atrás.

Razones de una nueva frustración

La escalada de ataques arancelarios provocó a fines del año pasado una revisión a la baja de las previsiones de crecimiento de la economía mundial e hizo caer a las principales bolsas del mundo, que venían de números récord. Una luz de esperanza apareció el 1 de diciembre, cuando Trump y Xi Jinping se reunieron en Buenos Aires, después del cierre oficial de la cumbre del G20.

Los líderes de las dos grandes potencias mundiales pactaron una tregua que calmó a los mercados y abrió una primavera de optimismo. En los encuentros siguientes las partes fueron acercando posiciones, y se comenzó a especular con la posibilidad de una nueva reunión entre los mandatarios en junio, para sellar un acuerdo.

Pero todo cambió tras las conversaciones de la semana pasada en Beijing. Los miembros de la delegación estadounidense se fueron abatidos, luego de ver que sus pares chinos insistían en discutir asuntos que ellos ya creían resueltos. Desde ese momento, las señales emitidas por ambas partes empezaron a ser negativas.

“Lo que parece haber desencadenado esta última disputa son las acusaciones de Estados Unidos de que los chinos estuvieron dando marcha atrás con promesas anteriores durante las recientes negociaciones”, dijo a Infobae Andreas Udbye, profesor de la Escuela de Negocios de la Universidad Puget Sound, en Tacoma.

Cuando Lighthizer notificó a Trump de estos contratiempos, el presidente reaccionó como suele hacerlo, de manera impulsiva. Así se llegó a los tuits del domingo pasado con las nuevas imposiciones aduaneras. “Los Estados Unidos han estado perdiendo, durante muchos años, de 600 a 800 mil millones de dólares anuales en comercio. Con China perdemos 500.000 millones de dólares. ¡Lo siento, ya no vamos a tolerar eso!”, dijo.

“Mi suposición es que, como ocurre en la Casa Blanca, en China hay opiniones contradictorias sobre el conflicto comercial. Sospecho que cuando los altos funcionarios leyeron el texto propuesto se dieron cuenta de que no podían suscribir ese lenguaje. Esto podría deberse a que el acuerdo era percibido como demasiado oneroso para China o a que no se dieron cuenta de todas sus ramificaciones hasta que hubo un análisis legal”, explicó Joseph W. Glauber, investigador de la División de Mercados, Comercio e Instituciones del Instituto Internacional de Investigaciones sobre Políticas Alimentarias, consultado por Infobae.

Entre otras cosas, China cuestiona la semántica del documento común que se venía discutiendo. Sostiene que debe preservar la “dignidad de ambos pueblos”. Además, exige que Washington baje las tarifas antes de llegar a una definición —algo a lo que se opone el gobierno de Trump— y establezca metas de importación que estén en línea con la demanda real.

“Quizás esto es parte de una táctica de negociación, aunque sería algo bastante extremo. Creo que Estados Unidos y China tenían diferentes puntos de vista sobre lo que se había acordado. No sería la primera vez. Pero no fue hasta que se les presentó un texto legal explícito que los chinos se dieron cuenta de que no podían acatarlo”, dijo Glauber, que fue el principal negociador de Estados Unidos para asuntos agrícolas en el período 2007 — 2008.

El impacto de este estancamiento se sintió en todo el mundo, pero especialmente en las bolsas asiáticas. Shanghái tuvo el lunes su peor día en más de tres años, con una caída de 5,58%, y Shenzen, la segunda plaza bursátil, perdió 7,38 por ciento. En Europa, el Ibex 35 completó su peor semana del año, con un retroceso de 3,09%, al igual que Wall Street, donde el Dow Jones se contrajo un 2,47 por ciento.

“Lo que sé por haber asistido a reuniones con exportadores es que hay bastante frustración del lado estadounidense con la indiferencia de China hacia los derechos de propiedad intelectual —dijo Udbye—. Es un país descaradamente mercantilista, y utiliza casi todos los instrumentos de esa caja de herramientas para lograr sus agresivos objetivos de superávit comercial. Está la sensación de que muchas empresas estadounidenses sólo pueden esperar beneficios de corto plazo en China, pero que en el largo ellos terminan adoptando (¿robando?) la tecnología y volviéndose autosuficientes”.

La propiedad intelectual es uno de los puntos más críticos de las negociaciones. Washington quiere que Beijing se comprometa a cambiar las leyes para prohibir el robo de secretos comerciales y las transferencias forzadas de tecnología, pero eso podría comprometer uno de los pilares de su modelo de desarrollo. No está claro si las discrepancias en este rubro tienen solución.

¿Es posible un pacto comercial?

A esta altura, no son pocos los analistas económicos que ponen en duda que alguna vez vaya a alcanzarse un acuerdo formal y de cumplimiento efectivo entre Estados Unidos y China. Todas las marchas y contramarchas de estos meses revelan que el proceso es más difícil de lo que se pensaba.

Es cierto que ambos países tienen incentivos para acordar. China viene revisando a la baja sus proyecciones de crecimiento y este conflicto es una de las principales causas. Por su parte, Estados Unidos terminó 2018 con el mayor déficit comercial en diez años, en gran medida porque China bajó sus compras de soja en represalia por los aranceles.

No obstante, el déficit estadounidense disminuyó un 14,6% en enero, gracias a que China volvió a incrementar sus importaciones de soja, en el contexto de la tregua que se había alcanzado. Este último dato envalentona a Trump, que considera que su rival no puede correr el riesgo de cerrar su mercado.

“Los exportadores estadounidenses y europeos a menudo tienen marcas fuertes, que son atractivas para los consumidores chinos que buscan estatus. Eso les da a los negociadores de Estados Unidos una ventaja”, afirmó Udbye.

Lo otro que le da alas a Trump es el impactante crecimiento económico que viene experimentando la economía estadounidense. A pesar de que los economistas coinciden en que tarde o temprano la guerra comercial terminará afectando porque encarecerá los insumos de las empresas locales, el PIB subió 2,9% en 2018, el nivel más alto desde 2015. Esto se combina con que un desempleo que cayó en abril al 3,6%, la tasa más baja desde 1969.

Por eso, el mandatario defendió esta semana el uso de los aranceles y llegó a decir que son incluso “mejores que un acuerdo comercial fenomenal”. Hasta prometió por Twitter una medida inusualmente estatista para un país como Estados Unidos, a fin de contrarrestar la reducción de las compras chinas: “Con los más de 100.000 millones de dólares en tarifas que recibimos, compraremos productos agrícolas de nuestros grandes granjeros, en mayores cantidades que China, y los enviaremos a países pobres y hambrientos en forma de ayuda humanitaria”.

Tampoco se puede perder de vista la dimensión política del fenómeno. Trump es un líder que se nutre del conflicto y de la polarización. Presentarse como el hombre que combate a la poderosa China tras años de inacción de los políticos tradicionales le permite solidificar a su base, en un contexto en el que comienza a largarse la campaña para las elecciones de 2020.

Como estrategia electoral, el enfrentamiento con China puede ser más redituable que un acuerdo cuyos resultados serían inciertos. Sobre todo, mientras la economía y el empleo sigan creciendo. Quizás, Trump prefiera obtener primero la reelección y dejar el cierre de las negociaciones para un segundo mandato.

 

 

Fuente:infobae.com