Enlace Judío México e Israel.- Pocas películas se quedan grabadas en nuestro recuerdo si no van acompañadas de una imagen. Fue exactamente eso lo que me pasó cuando vi Roma hace unos meses, y una fotografía de sus hermosos blancos y negros me hizo volver a mi pasado mexicano: el cine Metropolitan. Quién de los que éramos adolescentes en aquella época no recuerda ese cine enorme, de gran pantalla y un audio espectacular, que había sido inaugurado a comienzos de los años 40, con su arquitectura Art Decó ( que todavía conserva), en el que hoy pueden presenciarse grandes conciertos y donde muy pronto podremos ver a Lucrecia Pérez.

SHULAMIT BEIGEL

No hay duda que los reportajes y artículos escritos sobre tal o cual personaje, guardan sus leyes, pero casi siempre son secretas. Leyes que no importan tanto al lector. Escribir sobre alguien es ante todo el encuentro de impresiones diversas, que buscan conceder perspectivas a la pluralidad del personaje. El interlocutor descrito se convierte en el caleidoscopio que pone en evidencia, por un lado, la diversidad, y por otro, su encadenamiento. Es decir, la diversidad le viene a dar a final de cuentas la unidad. Y eso fue lo que me pasó al conocer a Lucrecia.

De Lucrecia Pérez, a quien conocí hace unas semanas en la Ciudad de México, se puede decir que es, metafóricamente hablando, como un río, y en ese compartir, corto pero intenso, se fue convirtiendo, transformando, pero con las mismas aguas que llegó a nuestro primer encuentro. Y eso fue lo interesante. Eso es lo interesante en los encuentros con personajes cautivadores. Esperar la diferencia para encontrar la identidad.

Pensé en un comienzo que lo que me uniría en una plática con Lucrecia serían nuestras opiniones o gustos literarios, pues había leído, adelantándome a nuestro encuentro, que Lucrecia tenía su faceta como literata, ya que en el 2004 se dio a conocer como escritora de cuentos infantiles con Besitos de chocolate (Cuentos de mi infancia), y luego siguieron dos libros más de la misma colección: El valle de la ternura, que se publicó en 2005, y Todos los colores del mundo, en 2008. Pero no fue así. Una planifica una cosa y la realidad es más fuerte que la ficción imaginada.

Como aspirante a mejorar mi forma de bailar salsa, que aprendí justamente en “Coco Loco” en Tel Aviv con un amigo cubano, yo estaba obligada a saber quién era Lucrecia, quien venía a México a representar a Celia Cruz, la más popular cantante de la música de su país, Cuba, la llamada mundialmente “La reina de la salsa”. Así que quería conocer a Lucrecia, quien seguramente interpretaría los ritmos que me encantaban como el son, el guaguancó, la rumba, la guaracha y sobre todo mi pasión, el bolero, y el género que la llevó al estrellato, que fue la salsa. Celia Cruz fue una de las más destacadas cantantes del siglo XX, habiendo roto mitos, y convirtiéndose ella misma en uno, creando un estilo musical único, difícilmente repetible.

Ya desde Cuba, Lucrecia había oído hablar de Celia, por supuesto, pero la censura en la isla le había impedido escuchar su música. No fue hasta la gira por México con Las Anacaona, que un empresario con el que trabajaba le puso una grabación. “Puso La Danza del Cocoyé y a mí me encanta. ¡Me arrebata! Es como una rueda que te envuelve, te envuelve y te vuelve loca, te envuelve. Esa es una de las tantas cosas que me encanta de las guarachas de Celia, que son muy contagiosas, repetitivas y envuelve al público bailador”, dijo Lucrecia en una entrevista, recordando la impresión que le causó la voz de Celia.

Años después tuvo su primer encuentro con Celia frente a frente y a partir de entonces, Lucrecia la acompañó en varias presentaciones en España y nació entre ellas una amistad.

Y he aquí que estaba Lucrecia, en la ciudad de México, promocionando un musical donde representaría a Celia, “respetando profundamente a Celia”, interpretando y conquistando ella también a las nuevas generaciones, y transmitiendo, con la imagen de Celia y la suya propia, la de Lucrecia, su mágica alegría, su contagiosa risa, esta artista poseedora de un gran talento y una energía insólita, al igual que Celia, convirtiéndose Lucrecia en un nuevo ícono y baluarte de la música salsera.

¿Y quién es Lucrecia Pérez Sáez? Tuve curiosidad de saber más acerca de ella.

Conocida artísticamente como Lucrecia, esta mujer nació en La Habana, Cuba, y desde niña sintió que su vida estaba estampada por el sonido musical de su tierra. Así que ya desde temprana edad estudió piano y se acabó licenciando en música en la especialidad de este instrumento musical, en el Instituto Superior de Arte de Cuba. Poco a poco fui descubriendo que Lucrecia era una artista muy versátil, pues también es cantante, pianista, compositora, actriz, presentadora y escritora. Una mujer de una intensa energía en escena y una personal musicalidad en sus interpretaciones de boleros y sones.

Lucrecia llegó a Barcelona en 1993 desde la Isla, como solista de la famosa orquesta cubana Anacaona, una orquesta femenina fundada en la Habana. En Europa compaginó su faceta musical con la televisión y ha intervenido en transmisiones de gran éxito en España, y es presentadora del exitoso programa infantil de Televisión Española Los Lunnis.

Fue nominada a los Grammy latinos en 2010 por el disco álbum de Cuba, y ganó un Grammy por su participación en el álbum Cachao, The Last Mambo, en 2011, homenaje póstumo a Israel López, músico y compositor cubano, considerado el creador del mambo y uno de los principales representantes de la fusión de la música popular cubana y el jazz.

Recientemente ha ganado el Premio Latino de Oro a la mejor cantante 2017, un reconocimiento por toda su trayectoria.

Y es que Lucrecia es una mujer polifacética, que se ha embarcado en todo proyecto que la apasiona y lo hace muy bien. Así que tiene merecidos estos premios.

Con Celia Cruz, Lucrecia tuvo (y de alguna manera sigue teniendo) una relación y una amistad muy bella. No olvida cuando salió por primera vez al escenario como Celia Cruz que se estrenó en Miami. Personalmente imagino la emoción de Lucrecia en un proyecto tan conmovedor, en que iba a darle vida a Celia Cruz, para perpetuar su presencia en los escenarios. Implicaba una representación de la vida de Celia en las expresiones que más le gustaban a la diva, su vestuario, pelucas, canciones, alegría, derroche de pasiones, todo un reto para Lucrecia transformándose en Celia “desde el alma” como dice ella, un tributo de amor de Lucrecia dándole vida a Celia, contando su verdadera historia desde la música.

Dos almas pueden encontrarse aunque estén separadas. Y es que a través de las almas transitan los seres humanos para encontrarse entre ellos. Por ello no es difícil imaginar a Celia y a Lucrecia, a Lucrecia y a Celia, dos almas que se abren y se convierten en una sola a través de la música y el cariño, un homenaje que damos todos, Lucrecia, músicos, productores y el público, a la Reina, al perpetuar su vida y su música.

Para mí, Lucrecia y Celia y la salsa y su historia, arrastran olor a guanábana, aromas de quesillo recién cuajado, a caña de azúcar, acompasados sonidos de ingenio cañero, con ese idioma blando y chorreado que arde bajo la resolana del trópico. Ese gran trópico de exuberancias y de sordas lujurias, y fuertes pasiones, que llameantes revientan en canto que arde sobre la oscuridad de los ojos que el sol calienta como fuego que baja en lo alto.

Lucrecia Pérez tiene la salsa en el corazón y en la memoria, que es donde hay que tenerla, esa música que aborda el deseo del ser humano, que es el deseo del otro. Y ahí estamos, los amantes de la salsa, buscando al otro por donde quiera que vayamos. No habría salsa sin la ansiedad del otro, la nostalgia del otro en la música, es un sistema narrativo perfecto, que en dos minutos o algo más te puede contar porqué cualquier canción es el resultante de la eterna indagación de los seres humanos sobre la necesidad del amor, que es la dialéctica fundamental del sentimiento y de la supervivencia.

 

 

Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.