Enlace Judío México e Israel.- El presidente turco Erdogan, cada vez más apegado al estilo populista de gobernar, sigue profundizando su campaña para colocar a lo turco y lo musulmán como los elementos definitorios del modelo ideal que debe prevalecer en su país.

A pesar de diferencias claras que hacen que no todos los gobernantes populistas estén cortados por la misma tijera ni recurran a las mismas políticas, hay sin embargo, reacciones y comportamientos compartidos que sin duda los hermanan en una especie de cofradía que casi siempre termina por promover una erosión de las prácticas democráticas y de respeto a los derechos humanos. Uno de los ingredientes típicos de la fórmula populista es la exaltación ultranacionalista llevada al extremo, dentro de la cual cobra insólita fuerza el nativismo, el supremacismo de lo propio, el desprecio hacia las minorías y hacia todo aquello que no embone con la uniformidad del modelo representativo del “espíritu nacional”.

El presidente turco Erdogan, cada vez más apegado al estilo populista de gobernar, sigue profundizando su campaña para colocar a lo turco y lo musulmán como los elementos definitorios del modelo ideal que debe prevalecer en su país. Esos factores étnico-culturales y religiosos se han convertido así en la sustancia definitoria de lo bueno, lo conveniente y lo correcto. Por tanto, estar fuera de esos parámetros se vuelve en esas circunstancias, estar en el lado equivocado de la ecuación, y por ende, inevitablemente tener que pagar las consecuencias de ello.

Prueba de lo anterior es lo que actualmente ocurre alrededor del tema de la próxima elección para elegir alcalde de Estambul que se realizará el 23 de junio tras haberse anulado los comicios del 31 de marzo pasado en razón de “irregularidades”. En la anterior elección, Ekrem Imamoglu, el candidato opositor al representante del partido de Erdogan (AKP), triunfó por escaso margen, pero tal triunfo fue desconocido a los pocos días. Ahora que la competencia por el liderazgo de la ciudad más importante del país está a punto de celebrarse de nuevo, y ante la innegable popularidad de Imamoglu, la estratagema de Erdogan ha consistido en acusarlo de ser un político que actúa apoyado por Grecia, enemigo histórico de Turquía.

De acuerdo con esta acusación, el enigma del apoyo griego se explica a partir de que Imamoglu sería secretamente griego, y por ende, cristiano. ¿La prueba? Simplemente se señala que él proviene de la provincia de Trabzon, la cual en antiguos tiempos fue gobernada por persas y griegos. Desde el discurso oficial le exigen así hoy a Imamoglu: “… debes probar que tu espíritu, corazón y mente están con la nación turca”.

Obviamente, de acuerdo con las políticas impulsadas por Erdogan, lo étnica y culturalmente turco, aunado a lo religiosamente musulmán, conforma la materia exclusiva que determina el patriotismo y la pureza de la identidad nacional. Los no musulmanes, los seculares, los miembros de las minorías —como los kurdos que dentro de la población turca se cuentan por millones— quedan excluidos del bando de los buenos, como corresponde con los modelos populistas que siempre se apoyan en la polarización dicotómica de “nosotros los buenos, contra ellos los malos”.

No ha sido casual entonces que durante los más de tres lustros de liderazgo de Erdogan se hayan inaugurado nueve mil nuevas mezquitas, el número de niños en escuelas religiosas se haya incrementado de 63 mil a 1.5 millones y los cursos sobre el islam sunita sean ahora obligatorios para todos los estudiantes. En esa misma línea, el discurso de Erdogan se refiere al islam como la fuente fundamental de la unidad turca, única capaz de producir una generación “piadosa”. La vía “santa” propuesta, es la enarbolada por su partido, el AKP, en oposición al presunto ateísmo que anida en el secularismo y liberalismo de sus rivales. El activismo del conglomerado LGBT ha sido igualmente condenado por ir “contra los valores de nuestra nación”.

Entre los cimientos de esta estructura que Erdogan ha estado promoviendo se hallan varias iniciativas dirigidas a reinstalar el estatus subordinado de las mujeres, en contra de lo establecido por la propia constitución. Así es como ha condenado el control natal como una práctica contraria a los valores tradicionales, ha exhortado a las mujeres a dejar de participar en la vida pública y a regresar a su entorno “natural”, el hogar, al tiempo que ha lanzado iniciativas para permitir el matrimonio desde los quince años y para que los violadores puedan evadir penalidades judiciales si aceptan casarse con sus víctimas. Un repaso del funcionamiento de los regímenes comandados por los dictadores fascistas y comunistas del siglo XX, permite registrar un sinnúmero de similitudes con el populismo que hoy se ve en Turquía y en tantos otros espacios de nuestro mundo del siglo XXI.

 

 

Fuente:excelsior.com.mx