Enlace Judío México e Israel.- El autor lamenta que tras la polémica por una viñeta del ‘New York Times’ se hayan hecho comparaciones aberrantes entre el supuesto ‘lobby judío’ y el Estado Islámico. Y dice que no existe tal ‘lobby’ en sentido peyorativo.

ELÍAS COHEN

En España, la palabra lobby sigue teniendo una connotación maloliente. Sigue evocando una habitación anónima, con poca luz, en la que un hombre trajeado y sin rostro, preferiblemente en representación de una gran corporación, intercambia favores con un político. Si a la palabra en cuestión se le añade, a continuación, judío, el asunto se vuelve tenebroso.

Al parecer, no está muy bien visto que los judíos traten de influir en política y en la opinión pública y, mucho menos, que se quejen ante el trato que se les da, en ocasiones, en los medios. Y es que, a raíz de la polémica suscitada por la decisión del New York Times de no publicar más viñetas en su sección de Internacional, muchos generadores de opinión han acusado al lobby judío de atacar la libertad de expresión.

El pasado 25 de abril, La Vieja Dama Gris publicó una viñeta que satirizaba la relación entre el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu y el presidente Donald Trump. El inquilino de la Casa Blanca aparecía retratado como un ciego que se dejaba guiar por el perro lazarillo israelí. Algunas organizaciones judías pusieron el grito en el cielo porque despertaba mitos antisemitas clásicos como la dominación mundial. Casi dos meses más tarde, el periódico decidió retirar las viñetas satíricas. Esta controversia no fue la única que motivó la decisión, pero eso poco importa. La pretendida confirmación de un mito es mucho más poderosa que la verdad.

El 12 de junio, el periodista Iñaki Gabilondo, comentando la decisión del rotativo neoyorquino, mencionó, hasta en tres ocasiones, las presiones del “poderoso lobby judío”; en la última, enfatizó “el enorme poder del poderosísimo lobby judío”. Luego, comparó el caso que nos ocupa con la matanza de Charlie Hebdo, como si el supuesto lobby judío hubiera hecho con los viñetistas del NYT lo mismo, o algo similar, que el ISIS hizo con los de la revista francesa en 2015.

No fue el único periodista que arremetió contra el lobby judío acudiendo a comparaciones aberrantes. Caetano Díaz, del Correo Gallego, en una carta dirigida a James Bennet, jefe de opinión del New York Times, advirtió que “al claudicar [ante el lobby judío] ultraja la memoria de los mártires de Charlie Hebdo, que murieron por ejercer sin concesiones la bendita libertad de expresión”. El periodista Marcos García Rey publicó en su twitter que retirar la viñeta era “una derrota del periodismo y victoria del lobby judío mundial”.

La crítica es legítima. Soy el primero que pienso que la viñeta no era para tanto y que a veces hay que tener la piel un poco más gruesa. No obstante, me permito poner en duda si todos ellos habrían utilizado los mismos términos si lo que supuestamente motivó la decisión hubiera sido la ofensa de otro colectivo, por ejemplo, el de las mujeres o el LGTBI. Las menciones a ese ente desconocido y anónimo, el lobby judío, y a su tremendo poder y omnipresencia, y los paralelismos, cuanto menos infames, con la matanza terrorista de Charlie Hebdo responden, en cambio, a un prejuicio centenario que sigue operando en círculos respetables: que los judíos, en general y como colectivo, tienen un enorme poder y no hay Gobierno, empresa o medio de comunicación que resista su presión, siempre motivada por objetivos espurios. Ayer, usando el calendario de la Historia, en España se hablaba de lo mismo, pero se le daba otro nombre: la conspiración judeomasónica.

Además de aludir a un ente que no existe -no al menos, como veremos, en los términos que nos hacen creer- también censuran que los judíos se organicen para influir en el debate público, como sí hacen otros grupos o minorías. Cuando son otros grupos de presión encuadrados dentro de la corrección política, son activistas, miembros de movimientos sociales llevando a cabo una acción justa, un triunfo democrático, una conquista de derechos. Como bien escribió Rafa Latorre en estas páginas a tenor de la polémica que nos ocupa, “el lobby es un colectivo organizado y movilizado en torno a una causa, siempre que esta sea aborrecible porque si la causa es simpática no sería lobby sino activismo”. Mientras que la organización de la sociedad civil es una necesidad y un síntoma de madurez democrática, para los judíos es un territorio vetado.

Para evitar confusiones y ensoñaciones nada inocentes, es necesario un poco de pedagogía. El lobby, la generación de influencia o la presión política, son tan antiguos como la misma gestión humana de los recursos comunes; una actividad que se remonta a los sofistas griegos.

Durante el siglo XX, sobre todo en EE.UU, los judíos entendieron que era necesario influir en política y en la sociedad para garantizar su bienestar. Y lo hicieron con un fervor casi religioso, en palabras del politólogo Mitchel G. Bard. Se organizaron bajo entidades distintas y promovieron, grosso modo, las buenas y estrechas relaciones entre EE.UU e Israel y la lucha contra el antisemitismo. Los académicos John Mearsheimer y Stephen Walt en su famoso libro El lobby israelí (2007) -renegaron del término lobby judío por considerarlo inexacto y dado a las malas interpretaciones- identificaron decenas de organizaciones, todas transparentes y con una actividad con arreglo a la ley, que promueven estos intereses y relataron su éxito durante el último medio siglo. Un éxito del que presumen puesto que para ello fueron creadas, al igual que harían, en su caso, las organizaciones que promueven los derechos civiles, la abolición de la pena de muerte o la igualdad de género.

Ciertamente, no existe lobby judío en el sentido peyorativo del término. Aunque sea tentador creerlo, no se han reunido unos cuantos señores judíos en un cuarto sombrío y subterráneo para decidir el resultado de las elecciones o para presionar a medios de comunicación. En cambio, como realidad manifiesta y para nada oculta, existen cientos de organizaciones judías y no judías generalmente alineadas y en ocasiones con agendas contrapuestas. Que lo contrario sea creencia generalizada obedece a un mito moderno -y posmoderno- que tiene su origen en el libelo Los Protocolos de los Sabios de Sion, publicado en Rusia en 1902 para justificar pogromos en el imperio zarista.

El lobby judío como sujeto unitario y anónimo es algo que sólo existe en la imaginación de quienes creen en él; un constructo inventado que se ha utilizado para justificar persecuciones, matanzas y exterminios.

La conspiración judeomasónica ahora es el todopoderoso lobby judío. Algunas cosas sólo han cambiado en la forma, pero no en el fondo.

 

 

*Elías Cohen es abogado y secretario general de la Federación de Comunidades Judías de España.

 

 

Fuente:elmundo.es