Enlace Judío México e Israel.- Suena raro, pero hay vínculo interesante entre todo eso. Y es que de uno u otro modo, se trata de la compleja relación entre las antiguas culturas judía y griega.

IRVING GATELL EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO

Estamos en plenas Macabiadas en la Ciudad de México, y es inevitable reflexionar en el origen del nombre de nuestro magno evento deportivo (que es uno de los más importantes a nivel internacional, según el Comité Olímpico Internacional).

Las Macabiadas son nuestras “olimpiadas judías”. Por supuesto, el término es contradictorio en sí mismo: las “olimpiadas” fueron gestas deportivas instauradas para honrar y adorar a Zeus, rey del Olimpo. Según la mitología griega, fue el mismísimo Hércules quien lo hizo, y dicho evento es parte de la narrativa según la cual Hércules fue el “dios salvador” que instauró el orden olímpico en el mundo, tras derrotar a los “demonios tectónicos” o del inframundo.

Es decir: no podría uno imaginarse un evento más pagano que las Olimpiadas.

Alejandro Magno conquistó Fenicia y Judea en el año 332 AEC, y con ello llegó el boom de la cultura helénica a la antigua nación judía. Eso puso a nuestros ancestros en contacto con las olimpiadas, pero además con toda la cultura de los antiguos gimnasios griegos (que tenía un componente religioso politeísta muy importante).

Como suele suceder en estos casos, las clases aristocráticas pronto se decantaron por las nuevas modas, y empezaron a surgir fricciones al interior del pueblo judío. La tensión se fue acumulando durante unos 150 años, y finalmente explotó en la más sangrienta guerra que la nación de Israel hubiese visto hasta ese momento: la Guerra Macabea.

El detonante fue el extremismo del rey Sirio-Seléucida (es decir, cien por ciento helenizado) Antíoco IV Epífanes, que se propuso imponer la cultura y la religión helénica en Judea, incluso a expensas de exterminar la cultura y la religión judía.

Tras saquear Jerusalén y profanar el Templo dedicándolo al culto a Zeus, su esfuerzo por imponer el paganismo en todo el país provocó que una familia sacerdotal (Kohanim) de la región de Modín iniciara una sublevación. En principio, el líder fue Matatiahu, el patriarca de la familia. Pero a su muerte el liderazgo militar recayó en su hijo Yehudá, que fue apodado “el martillo”. En hebreo, Hamakabi, que suele castellanizarse como “el Macabeo”. De ahí que se le llame en español Judas Macabeo.

Los combates se extendieron en una primera fase que abarcó los años 167 al 164 AEC, y aunque Yehudá Hamakabi no tenía los recursos para derrotar a los sirios helenizados, se estrategia de guerrilla rural le funcionó bastante bien y las tropas de Antíoco tampoco pudieron imponerse. En ese marco, algunas situaciones externas vinieron a facilitarles las cosas a los rebeldes judíos.

Antíoco IV estaba obsesionado con reconstruir desde Damasco el esplendor del Imperio de Alejandro. Para ello, lanzó una campaña militar contra Babilonia (que junto con toda la zona de Mesopotamia se había independizado), misma que fracasó. Decidido a financiarse para reiniciar el ataque, invadió Egipto. Pero allí se topó con los intereses de Roma.

El embajador romano le puso un ultimátum a Antíoco, y este no tuvo más remedio que abandonar el país de los faraones. Literalmente, fue humillado. Entonces tomó la decisión de volver a saquear Judea en su afán por obtener los fondos para su campaña militar. Sin embargo, en condiciones que no están del todo claras, Antíoco IV sufrió un ataqué y murió repentinamente.

Las tropas seléucidas cayeron en el descontrol absoluto, y Yehudá Hamakabi se impuso sin problemas, liberando Jerusalén, purificando el Templo y restableciendo las cosas a una normalidad casi absoluta. Es la gesta que se celebra cada año en Janucá.

Ahora bien: decimos que fue una restauración “casi absoluta”, porque el problema no terminó allí. Una parte de la ciudadela de David en Jerusalén quedó bajo control de tropas sirias, y estas no pudieron ser derrotadas por Yehudá Hamakabi.

Dos años después de la liberación de Jerusalén (162 AEC), las hostilidades se reiniciaron, esta vez bajo el mando del general sirio Baquides. El ataque fue contundente y Yehudá Hamakabi tuvo que huir de Jerusalén. Murió en batalla en el año 160 AEC. A partir de ese momento, el liderazgo recayó en su hermano Jonatán, que entre los años 159 y 158 AEC propinó dos severas derrotas a Baquides, lo cual motivó a los dos ejércitos a negociar la paz e intercambiar prisioneros.

El arreglo se mantuvo y ello permitió la pacificación del país. Jonatán aceptó renunciar a tratar de independizarse del Imperio Seléucida, y Demetrio —el emperador en turno— aceptó no imponer la cultura y la religión helénica a los judíos.

De cualquier modo, el poder de los Seléucidas estaba en franca decadencia y colapso, y Jonatán Macabeo se consolidó en la práctica como un rey independiente. El poder lo heredó su hermano menos, Simeón, y con ello inició la dinastía de los reyes Hasmoneos (Jashmonaim) en Judea.

Es por todo ello que el nombre “macabeo” representa el triunfo de la identidad judía sobre el criminal intento de Antíoco IV Epífanes por imponernos la cultura helénica.

Por supuesto, eso no nos pone en conflicto con las modernas Olimpiadas, que no tienen nada que ver con el antiguo paganismo que adoraba a Zeus. Su fundador y padre ideológico, el Barón de Coubertin, las diseñó como un evento de concordia internacional por medio del deporte, algo con lo que el Judaísmo no tiene conflictos. Por ello, la participación de atletas judíos en las Olimpiadas siempre ha sido constante, y por ello también se tomó el modelo de esta gesta deportiva para las Macabiadas.

¿Y qué tiene que ver Ashkelón y sus investigaciones arqueológicas con todo esto?

Que los últimos resultados de exámenes de ADN aplicados a restos humanos recuperados en la antigua fortaleza filistea corroboraron lo que ya se sospechaba: que los filisteos eran invasores de origen griego.

Los “pelesed” o “pilistim” fueron uno de los llamados Pueblos del Mar, grupo de invasores de origen egeo que alteraron la vida política y cultural de toda la costa oriental del Mediterráneo a partir del siglo XII AEC. Egipto los pudo rechazar, pero perdió de manera definitiva el control sobre las provincias cananeas y fenicias.

Fueron varios los grupos que invadieron toda la zona costera desde Turquía (donde provocaron el colapso definitivo del Imperio Hitita) hasta la actual Franja de Gaza (donde se establecieron los filisteos).

El origen de estos grupos se sospechaba debido al claro vínculo detectado entre la alfarería y arte filisteo con la alfarería y arte de los pueblos del Mar Egeo. Los exámenes modernos de ADN sólo han venido a confirmar esta situación.

Así que toda la narrativa bíblica en la que se refleja cómo los filisteos fueron uno de los principales rivales de Israel en la época en la que surgió la monarquía davídica, nos confirman que los problemas con los griegos ya tenían antecedentes que se remontaban mucho más atrás de Antíoco IV Epífanes. O, por decirlo de cierto modo, el rey David fue todo un macabeo.

Pero no todo fue conflicto con estos invasores griegos. En la zona del antiguo territorio de la tribu de Dan se han recuperado también muchos restos de alfarería y arte que coinciden con los estilos griegos. Eso nos dice algo inequívoco: otro “pueblo del mar” se estableció en ese punto, y el hecho de que no haya vestigios —ni literarios ni arqueológicos— de conflictos bélicos con un grupo identificable similar a los filisteos, significa que estos “invasores” griegos se asimilaron al antiguo pueblo de Israel. Se deduce que se habrían integrado a la tribu de Dan.

O, a gusto de las propuestas más extremas, ellos le habrían dado forma a la tribu de Dan.

¿Acaso eran una rama de los antiguos danios o dárdanos, originarios del Asia Menor y que un siglo antes de las invasiones al antiguo Israel participaron en la Guerra de Troya?

Bueno, eso ya es especulación y no tenemos modo de demostrarlo. No pasa de una hipótesis interesante.

Lo relevante hoy es esto: los conflictos entre las culturas griega e israelita son tan antiguos como la Biblia. Pero también la concordia. Y qué mejor manera de celebrarlo que por medio de nuestros “juegos olímpicos” llamados Macabiadas en honor a uno de nuestros máximos héroes.

 

 

 

 

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