Enlace Judío México e Israel.- El martes, el secretario de Comercio, Wilbur Ross, resumió el alcance de las exenciones que se le concederán a Huawei Technologies, el gigante de las telecomunicaciones chino, sobre sus ventas y licencias.

GORDON G. CHANG

A finales del mes pasado, el presidente Donald Trump prometió públicamente concederle un indulto a la compañía china de las recién aplicadas sanciones estadounidenses.

La medida de Trump, anunciada después de su reunión con el dirigente chino Xi Jinping al término de la cumbre del G-20 en Osaka, fue un error estratégico. Además, fue una humillación para Estados Unidos, casi un reconocimiento de la supremacía de Beijing.

El Departamento de Comercio de EE. UU. añadió con fecha efectiva el 16 de mayo a Huawei, el mayor fabricante de equipos de red del mundo y el segundo de teléfonos móviles, a su «lista negra» de empresas. Esta clasificación significa que ninguna empresa estadounidense puede, sin la aprobación previa de la Oficina de Industria y Seguridad, vender o emitir licencias a productos y tecnologías de Huawei señalados por el Reglamento de Exportaciones de la Administración de EE.UU.

Beijing exigió después que la Administración Trump la retirara de su lista. El 27 de junio, el Wall Street Journal informó de que la retirada de Huawei de la «Lista de Entidades» era una de las condiciones previas para cerrar un amplio acuerdo comercial.

Trump, increíblemente, accedió a la demanda de Beijing. En su rueda de prensa del 29 de junio, el presidente estadounidense dijo que iba a conceder el indulto.

Trump no especificó el alcance del indulto, y desde entonces los funcionarios de la Administración han intentado dar marcha atrás a las declaraciones del presidente. El asesor sobre comercio, Peter Navarro, por ejemplo, le dijo a la CNN este mes que las ventas a Huawei para sus productos 5G —la quinta generación de comunicación inalámbrica— estaría prohibida. Antes, se había dicho que se permitirían exenciones para los teléfonos inteligentes.

¿Por qué se debería conceder ninguna exención? “Es su mecanismo para espiar”, dijo la semana pasada a Fox News Marsha Blackburn, senadora republicana por Tennessee, refiriéndose a Huawei.

Tiene razón. Huawei no está en condiciones de resistir a las exigencias de Beijing de recopilar información de forma ilícita. Para empezar, Beijing es propietaria de Huawei. La empresa, con sede en Shenzhen, sostiene que es “propiedad de los empleados”, pero eso es una exageración. El fundador, Ren Zhengfei, tiene una participación del 1%, y el resto es efectivamente propiedad del Estado. Además, en el sistema del Partido Comunista, que va de arriba abajo, nadie puede resistir una orden de la organización gobernante. Es más: los artículos 7 y 14 de la Ley Nacional de Inteligencia de China, promulgada en 2017, obligan a los ciudadanos y entidades chinas a espiar si las autoridades pertinentes lo piden. Ren ha sostenido que la compañía no iba a fisgonear a los demás, pero esa afirmación, en vista de lo anterior, no es creíble.

De hecho, Huawei ha estado implicada en el robo de tecnología casi desde el momento en que se creó, en 1987. La empresa se construyó sobre tecnología robada a Cisco Systems, y según recientes acusaciones, Huawei nunca ha dejado de robar. El Departamento de Justicia reveló en enero que la compañía había sido imputada por el robo de propiedad intelectual a T-Mobile. El FBI, según un reportaje de Bloomberg, está investigando a Huawei por hurtar tecnología de vidrio a Akhan Semiconductor, una empresa con sede en Illinois.

El robo desenfrenado de Huawei ha logrado hacer daño a su competencia. Por ejemplo, muchos consideran que la ofensiva de la empresa para quedarse con tecnología fue en gran medida responsable de la quiebra en 2013 de Nortel Networks, la empresa canadiense.

Por otra parte, Beijing ha utilizado los servidores de Huawei para datos ajenos de manera subrepticia, sobre todo de la Unión Africana, entre 2012 y 2017.

Como era de esperar, Huawei está sembrando el terreno para quedarse los datos del mañana. En primer lugar, el estudio de Christopher Balding de los currículos de los empleados de Huawei revela que algunos de ellos afirman tener vínculos simultáneos con algunas unidades del ejército chino, y ocupan puestos que parecen tener algo que ver con la recogida de información. Como Balding escribe en su estudio: “Hay una innegable relación entre Huawei y el Estado, el ejército y los servicios de captación de información chinos”.

En segundo lugar, análisis recientes muestran que el software de Huawei tiene un número de fallas de seguridad inusualmente alto. Según Finite State, una empresa de ciberseguridad, un análisis de casi 10.000 imágenes del firmware de Huawei reveló que “un 55% tenía al menos una ‘puerta trasera’. Las vulnerabilidades de este tipo permiten que un atacante que conozca el firmware y/o tenga la correspondiente clave criptográfica pueda iniciar sesión en el dispositivo”. En este aspecto, según el estudio, Huawei se sitúa en el último lugar respecto a su competencia.

El robo no es el único riesgo. Como señaló la senadora Blackburn a Fox News, Huawei también sirve a Beijing como mecanismo para controlar las redes que operarán los dispositivos de mañana. Lo preocupante es que el gobierno y el ejército de China podrán utilizar los equipos Huawei para manipular dispositivos en remoto unidos a la red de Internet de las Cosas, sin que importe la ubicación de esos dispositivos. De modo que China podría conducir tu coche contra los que vienen de frente, abrir la puerta de tu casa o apagar o ralentizar tu marcapasos.

El lunes 8 de julio, el secretario Ross reiteró las declaraciones de la Administración cuando prometió que su departamento sólo emitiría exenciones “cuando no exista ninguna amenaza para la seguridad nacional de EE. UU.”.

Eso suena reconfortante, pero no es posible dividir Huawei en componentes amenazantes y no amenazantes. La dirección de Huawei puede aprovechar partes del negocio que parecen inocuas en beneficio de las evidentemente peligrosas. El dinero es fungible, así que el único curso de acción seguro sería prohibir todas las transacciones con la compañía.

Ross dio a entender el 8 de julio que se concederían licencias para artículos disponibles en otros países, y dijo: “Intentaremos asegurarnos de que no se transfieren ingresos desde Estados Unidos a las empresas extranjeras”. A primera vista, la venta de esos artículos no parece plantear objeciones, pero, como informó el New York Times al día siguiente, las empresas estadounidenses que quieren las exenciones reconocen que sus productos suelen ser más avanzados que los de Japón, Corea del Sur y otros países.

Por lo tanto, el mejor curso de acción sería hacer que todos los proveedores estadounidenses cesaran todas las ventas y licencias y consiguieran que Tokio, Seúl y otras capitales hicieran lo mismo. Eso supondría un grave trastorno para Huawei, y tal vez la obligaría a declararse en bancarrota o al menos impediría su progreso. En resumen, Ross está infravalorando la capacidad de influencia de Estados Unidos.

Como Eli Lake señala en un artículo en la web de Bloomberg, parece que la política estadounidense respecto a Huawei se haya venido abajo tras la reunión bilateral con Xi. Lake tiene razón. Beijing, que se mantiene a flote gracias a los rumores de que Estados Unidos vaya a dar marcha atrás, está vendiendo ahora rápidamente sus equipos Huawei por todo el mundo, lo que, en un curso normal de los acontecimientos, significa que los chinos van a controlar pronto la columna 5G del mundo.

Pensemos en las consecuencias. “Imaginemos un mundo dominado por China”, dijo Jonathan Bass, de PTM Images, a Gatestone. “Cerremos los ojos y hagamos como si despertásemos en un mundo controlado militar, económica, política y culturalmente por Xi Jinping”.

Ese es el mundo al que, gracias a Huawei, nos vamos a enfrentar pronto.

 

 

Fuente: es.gatestoneinstitute.org