May Samra y Béla Braun para Enlace Judío México e Israel – Salomón Chomer es un empresario textil, sí, pero sobre todo es el hombre al que los niños de la colonia llaman “abuelito”. Son los niños que le piden su “domingo”, y también las señoras que pueden practicar, totalmente gratis, yoga o zumba en el deportivo que este hombre construyó donde antes había un basurero. 

 

“Nunca les dije que pusieran mi nombre. Las cosas hay que hacerlas por gusto, por algo que sale de aquí”, dice Salomón Chomer mientras se toca el centro del pecho. Se refiere a la cancha de futbol que mandó construir frente a su negocio, ubicado en el pueblo de San Luis Tlatilco, Naucalpan, Estado de México.

El nombre se lo pusieron ellos, los otros, los habitantes de la colonia que, gracias a la iniciativa de este empresario judío, ahora cuentan con un espacio donde hacer ejercicio al aire libre.

Antes de que en esa calle existieran la cancha de futbol, la de voleibol y el pequeño jardín donde algunas mujeres se reúnen a tejer o simplemente a pasar el rato, aquello era un basurero. Salomón Chomer debía salir de su negocio embozado con un cubre bocas para no percibir el olor a basura, excremento y toda serie de detritos que se habían acumulado durante años.

El resto de la calle en que se ubica la fábrica de telas de Chomer es un muestrario de miseria: fábricas y bodegas se alternan con casas de tabicón sin pintar o con techos de lámina; autos abandonados conviven con camiones de carga; árboles ofrecen su sombra a cúmulos de escombros y basura; diminutas banquetas son obstruidas por montañas de tierra, arena o materiales de construcción.

El panorama de San Luis Tlatilco es similar al de otros barrios que se extienden a todo lo largo de la orilla norte del Campo Militar Número Uno, y que se distinguen por su alto nivel de marginalidad. Numerosos hechos de violencia han sido registrados por la prensa en la zona: un pleito entre automovilistas concluye cuando uno mata al otro; unas casas de cartón se incendian; un sujeto es detenido tras asaltar un autobús de pasajeros; a un policía le roban la pistola; otro es investigado por dejar libre a un asaltante…

Pero Salomón Chomer puede entrar y salir del peligroso barrio sin sentir miedo. Todos lo conocen, todos lo saludan y, dice, jamás le ha pasado absolutamente nada malo en aquellas calles que parecen el escenario de una película postapocalíptica.

“Todos los niños de aquí, de la calle, me dicen ‘abuelito’, y el viernes, cuando salen de la escuela, me ven y vienen para darles su domingo.” Y se los da. Pero a los más grandes les habla sobre lo que está bien y lo que está mal. “Me pides para los refrescos, y tú, ¿qué me das? Limpia ahí, haz esto… Y lo hacen.”

De basurero a deportivo

Para Chomer, transformar el basurero en un pequeño deportivo era una decisión lógica, pues toda su vida ha practicado deporte. Hasta la fecha, lo hace todos los días. Pero consumar la obra fue mucho más complicado que imaginarla.

Primero buscó la ayuda del municipio. “Me dijeron que el martes pero nunca llegó el martes.” Entonces, decidido a cambiar el rostro de la calle, Chomer mandó limpiar el predio y construir ahí la cancha de futbol, lo que llevó cerca de un año. Hacer el jardín y la cancha de voleibol donde hoy en día niños, jóvenes y mujeres pueden practicar, además, zumba y yoga, fue mucho más sencillo.

De todos los gastos relacionados con la práctica de estas actividades, Chomer se hace cargo. Los servicios que se ofrecen ahí son completamente gratuitos para los usuarios.

No es difícil deducir por qué, en su cumpleaños pasado, la gente del barrio y sus trabajadores organizaron una fiesta para él. Llevaron mariachis, tamales y refrescos. Dice el empresario que acudió mucha gente. “Toda la que iba pasando entraba porque era entrada libre”.

Sereno, con mirada bondadosa y carácter firme, el hombre al que toda la colonia conoce y saluda piensa que hay que extender la beneficencia más allá de las instituciones de la comunidad judía.

“Porque mucha gente piensa nomás en lo que es la comunidad, y en la comunidad siempre estoy al frente para lo que sea”, pero Chomer cree que para que la gente deje de decir que los judíos son “esto y aquello”, hay que mostrar ese rostro benefactor con el que se ha granjeado la simpatía de un barrio caracterizado por la pobreza, la violencia y el abandono.

 

 

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