Enlace Judío México e Israel – Proteger a los hijos parece un instinto al que los padres se aferran. Pero no siempre al hacerlo favorecen el correcto desarrollo de los niños, que tarde o temprano deberán enfrentarse a un mundo que ciertamente no está adaptado a sus necesidades. 

Iniciaré este texto con una experiencia personal, pues creo que la mejor manera de señalar defectos en la sociedad es haciendo primero una autocrítica sincera, pues mi intención no es molestar, sino hacer críticas molestas que puedan hacer reflexionar; suena parecido pero no es igual.

La experiencia personal es simple pero encierra una gran lección: resulta que cuando mi bebé tenía ya varios meses de edad yo continuaba dándole papillas; el pediatra me aconsejaba comenzar a darle alimentos más sólidos pero la idea de que mi hijo se ahogara con un alimento duro en su garganta me aterraba; si, es cierto, mamá aprensiva, pero ¿quién puede decirme que el exceso de cuidado es malo?

Los pequeños dientecitos en mi bebé indicaban que el pequeño ya estaba listo para empezar a morder, aún así preferí seguir algunos meses más con las papillas ¡qué daño le podía hacer! Cuando llegó el tiempo de que mi hijo hablara me di cuenta que pronunciaba algunas letras mal, detalle que se escuchaba simpático debido a su corta edad, así que no me preocupé, simplemente creí que era normal.

Sin embargo, el tiempo pasó y el defecto de lenguaje no se corregía, fue entonces cuando, ya algo preocupada, acudí con un especialista, nunca hubiera imaginado que la culpable del defecto en el lenguaje de mi pequeño era yo. Lo que sucedía era que al evitar los alimentos sólidos varios meses atrás para no arriesgarme al ahogo que tanto temía, provoqué que mi hijo no masticara y por lo tanto, no desarrollara ni en la mandíbula ni en la lengua la debida fuerza muscular, lo que ocasionaba ese (ya no simpático) defecto en su manera de hablar.

Fue así como aprendí que sí, efectivamente, el exceso de cuidado puede provocar un daño. La naturaleza de una madre es proteger, cuidar a nuestros hijos es un instinto, no una decisión, eso justifica muchas de nuestras acciones, incluso
las equivocadas, sin embargo, hay diversas formas de cuidar, y hacerlo de una forma excesiva sin duda no es la adecuada.

Con el desarrollo de la infancia nos enfrentamos a más pruebas, pruebas que desafortunadamente reprobamos de manera radical y completa. Caemos en el error de llenar a nuestros hijos de juguetes y de darles docenas de objetos que piden pero no necesitan, más adelante caemos en el error de comprarles una, dos o tres consolas de videojuegos, sí, de esas que nos sacan
canas verdes por la excesiva cantidad de tiempo que en ellas invierten.

En ocasiones caemos en el error de solucionarles a nuestros hijos sus problemas en la escuela o tratamos de corregir la “injusticia” que les hizo la maestra. Al cabo de los años la pesadilla se puede hacer realidad: un hijo que ya es adulto
pero que es un inepto para solucionar.

Queda clarísimo que gran parte de nuestro día está dirigido a nuestros hijos: trabajamos para pagar sus costosas colegiaturas, comemos o cenamos con ellos para cuidar el valioso vínculo familiar, los llevamos a sus múltiples clases extra escolares y nuestros fines de semana están llenos de actividades para ellos, actividades que, la verdad, a veces nosotros no queremos, como el cumpleañitos o la película infantil, sin embargo aceptamos que es nuestro papel de padres y que tenemos que cumplir.

Ahora bien, si ya gran parte de nuestros esfuerzos está dirigida a su beneficio, ¿por qué continuar quitándoles obstáculos de su camino? Recuerda que los obstáculos son necesarios para aprender a saltar. Si el niño quiere un dulce, que espere a después de comer, aunque el ejemplo es simple la lección es valiosa: ¡la mayoría de las veces tenemos que esperar por esas cosas deliciosas!

Para titularse de la licenciatura primero hay que estudiar; para cobrar el sueldo primero hay que trabajar. La espera por el dulce es solo el entrenamiento: aprender a esperar por lo que tanto queremos nos convierte en seres humanos más maduros y más evolucionados.

Si a nuestro hijo la maestra le hizo una injusticia… ¡qué pena!, que él mismo lo resuelva, y si no puede resolverse que simplemente lo supere. La vida es injusta y si somos personas con vidas reales nos frustraremos de vez en cuando por
distintos males. Que nuestros hijos solucionen sus problemas escolares es el campo de práctica perfecto, el que los va a proveer de las herramientas necesarias para enfrentar escenarios más serios y más complejos.

Un hijo adulto dependiente de sus padres se traduce en una cantidad de problemas que no quieres conocer. Tu papel de padre o madre es también un rol de entrenador, así que entrena a tu hijo para el mundo de afuera, ese al que va a enfrentarse cuando la adolescencia toque su puerta.

Debemos de estar presentes, pero cuidado, porque un exceso de nuestra presencia puede hacer a nuestros hijos dependientes.
El ligero problema de habla en mi hijo se solucionó con algunas terapias, pero no siempre podemos correr con la misma suerte.

¿Conclusión? Controla tu instinto materno o paterno protector, y permite que tus hijos solucionen los problemas aprendiendo a tomar el control de cada situación. Bien dicen que los padres perfectos son los que se vuelven innecesarios con el paso del
tiempo.

 

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