Enlace Judío México e Israel.- Cuando las palabras son direccionadas y manejadas hábilmente en los dilemas morales de una sociedad, ellas pueden cambiar el panorama del debate en poco tiempo e imponerse perniciosamente en unas pocas décadas. Los activistas favorables al yihadismo global han aprendido tal metodología y la aplicaron rápidamente en Occidente.

GEORGE CHAYA

En los años 90, los líderes de la Hermandad Musulmana y otras organizaciones islamistas hermanas en Occidente, todos comprometidos con el ascenso del Islamismo político y su conquista en busca de un califato global, se reunieron en Inglaterra para planear una estrategia a largo plazo que les permita abrir el camino al avance del yihadismo en todo Occidente. La clave y el objetivo de esos militantes fue la renovación de la imagen negativa del islamismo radical en todo el mundo. Para lograr esto, el Instituto Internacional del Pensamiento Islámico (IIT, por sus siglas en inglés) acuñó el término “islamofobia”.

Así, todas las organizaciones relacionadas al islam político afines al yihadismo radical militante comenzaron a usarlo como un arma verbal para neutralizar, avergonzar y silenciar a cualquier persona que critique la práctica y la doctrina yihadista del islamismo político. Infortunadamente, esa minoría ruidosa se ha ido imponiendo sobre una mayoría silenciosa de musulmanes que profesa su fe en paz.

Abdur Rahman Muhammad, uno de los miembros del IIT, que participó de esa reunión en Inglaterra y que más tarde renunció a su radicalismo islamista y abandonó la organización, reveló tiempo después la verdadera intención detrás del invento y la estrategia de la utilización de la palabra “islamofobia”: “Ese término desagradable no es más que un cliché que da forma al pensamiento concebido en las entrañas de los think tanks musulmanes afines a los yihadistas con el propósito de derrotar a los críticos del terrorismo islamista por medio del término islamofobia que, “fue diseñado como un arma para promover una causa totalitaria al estigmatizar a los críticos y silenciarlos”; escribió Abdur Muhammad, y agrego que “el plan fue producto de una meta estratégica general para someter a Occidente”.

La “islamofobia” ha sido resumida sucintamente por muchos intelectuales occidentales como “una palabra creada por fascistas y utilizada por filo-terroristas para manipular a los débiles de carácter”.

Para varias agencias de seguridad occidentales es el término propagandístico del yihadismo, acuñado para intimidar y direccionar a las personas a pensar que es malo oponerse al terror de la yihad mediante el cual se pretende intimidar, estigmatizar, demonizar, y en última instancia, marginalizar las críticas a los crímenes del integrismo radical hasta que las actividades de los yihadistas puedan continuar sin oposición ni impedimento en el logro de sus objetivos”.

Sin embargo, los simpatizantes del terrorismo han tenido escaso éxito con el uso del término a pesar de sus esfuerzos de más de dos décadas por instalarlo en Occidente intentado bloquear cualquier opinión adversa al terrorismo yihadista y pretendiendo reivindicar las acciones de los terroristas colocándolas en términos de grupos de resistencia. Para ello, los activistas radicales continúan mezclando conceptos y confundiendo a las sociedades en lo que respecta a “islamismo” (claramente favorable al yihadismo) en contraposición con la pureza del islam concebido como religión o fe.

Así, proclaman que “el islam es una religión de paz” -algo que no es materia de análisis, negación o discusión-. Sin embargo, como señaló Abdur Rahman Muhammad, el debate surge con la confusión que esos mismos activistas realizan cuando pretenden confundir a las sociedades con términos como islam e islamismo yihadista, el primer término no está en controversia en tanto fe y religión, el segundo, debe ser rechazado por ser una ideología violenta y maximalista que niega cualquier diálogo posible en una sociedad libre y democrática. No obstante, la militancia favorable al terrorismo, vocifera la falsa idea de que quienes sostienen lo contrario son “islamófobos”.

En uno de sus últimos mensajes a sus cuadros militares, unos meses antes de ser abatido, Bin Laden, se refirió a redoblar esfuerzos no solo desde lo militar sino que llamó a los activistas de Al-Qaeda a insistir en tácticas de victimizar la resistencia. Sin embargo, el gran obstáculo de su campaña para el éxito final de convencer a Occidente fue, y sigue siendo, el arraigado imperativo ideológico de la yihad, ya que desde los ataques del 9/11, más de 35.000 ataques yihadistas ejecutados en todo el mundo, incluidos los ataques y crímenes de Buenos Aires (1992 y 1994) donde la propia justicia Argentina los ha sindicado como ataques terroristas yihadistas ponen en controversia cualquier táctica que pretendan desarrollar mostrando a las organizaciones yihadistas como grupos de resistencia.

Aun así, para distraer de estas duras realidades, los defensores vocales del islamismo encubierto etiquetan rápidamente cualquier crítica válida de la violencia yihadista y su justificación en textos religiosos autoritarios como “islamófobos”. Pero el intento constante de la supresión exitosa de la mayoría de las representaciones negativas del yihadismo en la política, la academia y los medios de comunicación a través de la etiqueta “islamofóbica” da crédito al viejo adagio que indica que “la verdad y la pluma son más poderosas que la espada, la intolerancia y el odio”.

La vergüenza y la culpa imputadas se manejan de manera mucho más efectiva en varias sociedades occidentales. El temor a ser llamado islamófobo provoca que innumerables escritores, burócratas, periodistas, profesores y políticos autocensuren sus palabras, ignoren pruebas claras o disimulen para evadir decir la verdad sobre el yihadismo y sus crímenes en occidente y en el propio mundo árabe islámico.

Los hechos son contundentes, el salafismo, el wahabismo y otros grupos islamistas radicales han asesinado más musulmanes a través de la historia que en todas las guerras del mundo árabe con enemigos externos. Los propios musulmanes han sido las primeras y mayoritarias víctimas de la ideología yihadista. Las masacres en Sudan, los crímenes del régimen de Saddam Hussein y su guerra contra Irán, la reciente guerra civil siria y un sin número de etcéteras documentan inapelablemente la historia.

Quizás lo que se necesita en esta confrontación retórica con aquellos que han acuñado y usan el término islamofobia sea una palabra poderosa para describirlos a ellos y a sus seguidores. En lo académico, debería utilizarse el término “islamomória”. Al igual que con la fobia, la palabra “mória” proviene de la lengua griega y significa “tontería / insensatez”.

“Islamomoria” describe la evaluación del yihadismo radical como una cosmovisión que ignora el verdadero mandato del islam y apologiza el odio a los infieles, la esclavitud sexual, la desigualdad de género (que incluye la ejecución de homosexuales y apóstatas), la dhimmitud para todos los no musulmanes a los que se les permite vivir bajo el califato y, por supuesto, la imposición de la sharia a todos.

Tal vez el sentido inherente a este término sirva como una llamada de atención para aquellos que escuchan sin pensar a militantes yihadistas, comunicadores y pseudoacadémicos. Islamomória es la palabra correcta para describir a los ansiosos por dar la bienvenida al yihadismo a la vida occidental ignorando que están sembrando las semillas de la destrucción de su propia cultura, su sociedad, sus intituciones democraticas y sus libertades.

 

 

 

Fuente: infobae.com