Enlace Judío México e Israel.- El resultado de la elección podría ayudar a tender un puente sobre la división entre religiosos y laicos. O podría terminar la era de Netanyahu.

JONATHAN KOLATCH

La elección repetida de Israel el martes puede reforzar el dominio de la derecha—y empezar a tender un puente sobre la división entre los judíos religiosos y laicos que ha plagado a Israel desde que fue establecido el Estado. Pero las encuestas son ajustadas. Si el voto oscila a la izquierda, probablemente signifique el fin de la era de Benjamín Netanyahu.

Con 65 de 120 miembros de la Knéset recomendándolo para un quinto mandato como primer ministro, la elección de abril debió haber ofrecido a Netanyahu un camino claro para formar un gobierno. Robándose los titulares por la ruptura de la negociación estuvo el rechazo de Avigdor Lieberman, cuyo partido Israel Beiteinu (Israel Nuestra Casa) ganó cinco bancas, a respaldar a Netanyahu a menos que fuera aprobado sin revisión un proyecto de ley requiriendo que los estudiantes ultraortodoxos sirvan en el ejército.

Pero la causa trascendental de la ruptura fue una campaña mal calculada por parte del partido divergente Derecha Nueva, energizado por el ex Ministro de Educación Naftali Bennett y la ex Ministra de Justicia Ayelet Shaked. Su nuevo partido terminó con el 0.03% de los votos, menos del mínimo del 3.25% para calificar para la Knéset. Con 1,400 votos más, habrían ganado cuatro bancas, dando una mayoría a Netanyahu—sin Lieberman—y habría sido innecesaria una elección repetida.

En vez de enfocarse en sus logros como ministros, Bennett y Shaked optaron por el brillo de Avenida Madison. Shaked, de 43 años, una mujer judía laica con respeto por la tradición, apareció en una sensual publicidad de campaña en la cual se perfumaba con una fragancia llamada “Fascismo,” parodiando a los críticos de sus reformas judiciales. Su remate: “A mí me huele a democracia.” Bennett exageró sus credenciales de seguridad y montó un spot con una paloma posada en su mano, transmitiendo el mensaje de que el camino a la paz es a través de la fuerza.

Dada una segunda oportunidad, Bennett y Shaked se realinearon con sus antiguos aliados nacionalistas-religiosos para formar un partido híbrido llamado Yamina (A la derecha) que funde el judaísmo tradicional con tolerancia a los laicos. Yamina aspira a 10 bancas en la próxima Knéset, suficiente para demandar la elección de carteras del gabinete. Las encuestas tienen a Yamina dentro de asombrosa distancia.

Yamina probablemente mostrará nueva flexibilidad en temas de religión y Estado. El Rabino Rafi Peretz, ahora ministro de educación y No. 2 en la pizarra de Yamina, se ha retractado de su postura alentando la “terapia de conversión” para revertir la homosexualidad. La Sra. Shaked, quien encabeza la lista, exigiría el ministerio de justicia y presionaría por poder reducido para la Corte Suprema izquierdista de Israel. Algunos la ven como una futura primera ministra.

Contrariamente a la intuición, el principal obstáculo para el ascenso de Yamina es el Likud de Netanyahu, el cual, como en abril, está tratando de agotar tantos votos de los otros partidos de derecha como sea posible. Con el Likud como principal obtentor de votos, Netanyahu merecería el primer lugar en formar la próxima coalición. El partido de centro Azul y Blanco del ex Jefe del Ejército, Benny Gantz, principal rival del Likud, está de igual manera intentando vencer a socios potenciales a su izquierda.

En la campanada final de la campaña, Netanyahu ha evidenciado una amabilidad visceral hacia Shaked, instigada fuertemente por su esposa, Sara. El mensaje del primer ministro para los que hacen campaña para el Likud es que si Yamina obtiene 10 bancas, Shaked no recomendará a Netanyahu para formar el próximo gobierno. En respuesta, Yamina reitera su apoyo a Netanyahu, e insinúa favorecer la inmunidad del enjuiciamiento bajo cargos de corrupción para el primer ministro.

El comodín más loco en el revoto es Lieberman, el político de lengua suelta que en abril quitó la alfombra de abajo de la victoria de Netanyahu. Nivelado con poder y arriba en las encuestas, se ha corrido a la izquierda, exigiendo un gobierno de unidad comprendido de su propio partido, Likud y Azul y Blanco. Tal configuración no caería bien a los halcones del Likud.

Maniobrando a la izquierda y a la derecha a la vez, Netanyahu ideó un acuerdo por el cual el partido marginal ultranacionalista Zehut (Identidad) se bajó de la elección a cambio de un asiento en el gabinete para su líder, Moshe Feiglin. La esperanza de Netanyahu es que la retirada de Feiglin enviará los votos de otra manera perdidos de Zehut al Likud. No hay garantía, pero si funciona, esas dos o tres bancas extra de la Knéset acercarían más a Netanyahu a las 61 bancas que él necesita—sin Lieberman.

Pero la complejidad engendra complejidad. La retirada de Feiglin levantó al partido Otzma Iehudit (Poder Judío), empapado en la filosofía extremista del emigrado estadounidense Meir Kahane (1932-90). Otzma puede ahora alcanzar el umbral del 3.25% para entrar a la Knéset—más votos potenciales para la derecha, menos para el Likud. En la víspera de la elección, Netanyahu insistió en una transmisión de Facebook que Otzma caerá lejos del umbral, rogando los votos para Likud.

Durante esta campaña, Netanyahu no ha perdido el ritmo. Él ha vuelto a declarar su intención de aplicar la soberanía israelí a pueblos judíos en Judea y Samaria. Contra el consejo de su procurador general, Netanyahu inició un intento fallido de aprobar una ley permitiendo cámaras en recintos electorales. Anunció el descubrimiento de un segundo sitio nuclear iraní. Reforzando su lustre internacional, se reunió con los primeros ministros Narendra Modi en Nueva Delhi, Boris Johnson en Londres y Vladimir Putin en Sochi, Rusia. Azul y Blanco lo burló como” Benjamín de Tudela,” un judío errante medieval. La estrategia de campaña del primer ministro es dominar la agenda y desviar la discusión de la vulnerabilidad legal pendiente y hostilidades en escalada en Gaza. Pero una publicación en su página personal de Facebook advirtiendo que “Los árabes nos quieren aniquilar a todos” fue retirada por ir demasiado lejos.

Esta no es la elección de un apostador. Sólo el Likud de Netanyahu tiene el potencial para reunir una coalición de 61 bancas con socios de pensamiento afín. Si el Likud fracasa, podría surgir un gobierno en minoría inestable con apoyo tácito de la Lista Árabe Conjunta antisionista. Lieberman podría zigzaguear de regreso al Likud. Los miembros de la Knéset en la izquierda podrían desertar. Likud y Azul y Blanco podrían formar un gobierno de unidad. Azul y Blanco podría dar de baja su política de tener sólo socios laicos y cortejar a los partidos ultrareligiosos. O una mayoría del Likud podría decidir terminar la era de Netanyahu nombrando a otro miembro del Likud para formar un gobierno.

El Presidente Reuven Rivlin, quien tiene supervisión amplia sobre el proceso de formación de la coalición, ha dejado claro que hará todo lo que esté en su poder para mover el proceso a la conclusión. Casi todos concuerdan en que Israel no está de ánimo para una tercera elección.

 

*Jonathan Kolatch escribe acerca de los primeros años políticos de Netanyahu en “At the Corner of Fact & Fancy.”

 

 

Fuente: The Wall Street Journal
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México