Enlace Judío México e Israel.- ¿Cómo conciliar las diferencias religiosas, los cultos populares y las celebraciones masivas entre dos culturas disímiles?

ALEJANDRO T. RUBINSTEIN

La respuesta es variopinta. Y es que México abrió sus puertas a nuestros correligionarios hace ya más de un siglo y, con ello, puso a la vista, al gusto y al oído, todo tipo de atractivos que fueron adoptados por los inmigrantes y sus descendientes a su manera…como el gefilte fish a la veracruzana.

La religión judía privilegia a la vida sobre la muerte. Es en Deuteronomio 30:19 en donde se establece que “Al cielo y a la tierra pongo hoy como testigos contra vosotros de que he puesto ante ti la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Escoge, pues, la vida para que vivas, tú y tu descendencia”. Se trata entonces casi de un mandamiento, de una ordenanza que no puede ni debe ser discutida.

La vida es un concepto tan fuerte en el judaísmo que hasta la expresa en hebreo como חיים (vidas), pues todo judío al morir pasa de la vida terrenal a la vida eterna, confirmando que la muerte es solo una transición necesaria.

La muerte fuera del judaísmo, sin embargo, alcanza una connotación totalmente opuesta.

La gente nace, crece, se reproduce y muere. En el mundo pagano era común considerar el futuro como una simple réplica del pasado. El cosmos existía desde siempre y, dentro de grandes mutaciones cíclicas, perdurará para siempre. Según el mito del eterno retorno, todo lo que tuvo lugar ayer, volvería en el futuro.

En los primeros siglos del cristianismo, los paganos siguen una ética más o menos recta; creen en Dios o en los dioses y les dirigen un culto asiduo, en búsqueda de protección y consuelo; pero les falta la esperanza cierta de un futuro feliz. La muerte era un puro truncamiento, un sinsentido.

México, país mágico y de mágicas tradiciones, trae para sí y para el mundo la noción de celebrar la vida en simbiosis con la muerte. Bajo esta noción, una buena parte de reconfortarse ante la pérdida es celebrar lo que en vida fue la persona, sus costumbres, sus gustos culinarios y hasta sus libaciones.

La familia visita al deudo el 1 de noviembre y hace un festín sobre la lápida mortuoria. No es burla, no es desprecio, es recordación y cariño manifiesto al compartir, aunque de manera un tanto profana, todo aquello que al fallecido le gustaba y que le hacía feliz.

El Día de los Muertos ensalza a los muertos y no a la muerte. De ella hay que burlarse y, claro está, con ese mexicanísimo sentido del humor que hace huir a “la Parca” ante las risotadas y chanzas de nuestros conciudadanos.

Este fausto día aminora la infausta experiencia de haber perdido a un ser amado. Con flores de cempasúchil, tortas, cervezas, “pan de muerto”, cantos y, por supuesto, oraciones, se hacen presentes a quienes hoy son ausentes. La familia, por su parte, se disfraza, se maquilla la cara como una calavera y festeja que la vida es un hic et nunc…un aquí y ahora que, con sus celebraciones, trata de evadir al destino y hace “calaveritas”, que son rimas en cuartetos en referencia a alguna persona viva o muerta y de cómo se enfrentó a su cita final…como esta:

Se murió May,
la directora de Enlace Judío,
se fue sin poder decir ay,
ya de plano…ni dijo pío.

 

 

 

 

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