Enlace Judío México e Israel.- Europa parece un viejo cansado. O más bien, lo es. Parece vencida por el peso de su Historia —nada sencilla; para apreciarla, basta con mencionar que por allí pasa el formidable mundo grecolatino— y, sobre todo, por los remordimientos de conciencia. ¿Qué futuro puede tener el Judaísmo en el envejecido Viejo Continente?

IRVING GATELL EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

En los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, Europa se enfrentó a un proceso devastador, quizá tanto como lo fue la conflagración que acababa de dejar 55 millones de muertos: reentenderse, reexplicarse, después de la máxima barbarie.

La duda era angustiosa: ¿Cómo el continente en el que habían nacido los ideales del Renacimiento, el Racionalismo, la Ilustración, la Democracia y los Derechos Humanos, había podido entregarse al fascismo en sus versiones más grotescas y deleznables?

Poco a poco, la filosofía postcolonialista —expresión particular de ese monstruo de mil cabezas que es el Posmodernismo— fue ganando terreno, y se sentaron las bases para el discurso fácil que estigmatiza lo blanco, lo grecolatino y lo próspero. Bajo el parámetro (con bases históricas, sin duda, pero muy frecuentemente mal entendido y peor utilizado) de que la riqueza europea había sido resultado del saqueo al que sometieron a muchas naciones durante los siglos de expansión colonial, los europeos nacidos desde los años 20’s y que habían sobrevivido a la Guerra Mundial, se sintieron obligados a recibir a amplios contingentes de inmigrantes asiáticos, dando pie así a la quimera del multiculturalismo.

Muchos de estos inmigrantes llegaron a, efectivamente, luchar y trabajar por mejorar sus condiciones de vida. Y lo lograron. Se asimilaron a los paradigmas europeos, y el asunto pareció encaminarse por la ruta correcta.

Pero los países de la entonces incipiente Comunidad Europea fallaron en la estrategia. En vez de obligar a las nuevas oleadas de inmigrantes a seguir con ese proceso de asimilación a la cultura occidental, en nombre de un pretendido respeto a su identidad y derechos humanos, les permitieron ir construyendo guetos en los que clonaron los vicios sociales de sus países de origen.

El resultado ha sido una bomba de tiempo que no tarda en explotar.

Hoy por hoy, una gran cantidad de ciudades europeas tiene barrios enteros en donde la ley no aplica. La gente que vive allí es obligada a vivir, por lo común, bajo la brutalidad de la Sharia interpretada en sus versiones recalcitrantes y fundamentalistas.

Cada vez es más frecuente que los grupos promusulmanes exijan la cancelación de eventos o celebraciones que, en otras épocas, eran parte de la cultura cotidiana en muchos lugares, porque “ofenden” a las poblaciones musulmanas.

Finalmente, una gran cantidad de inmigrantes tienen vidas cómodas y resueltas gracias a los apoyos sociales que se financian con dinero de los europeos que trabajan y pagan impuestos.

Los que ya son algo viejos lo ven correcto. Lo consideran justo. Es parte de ese remordimiento de conciencia que ya mencioné. La generación siguiente a veces suele ser indiferente ante los dilemas del caso.

Pero los jóvenes empiezan a hartarse. La gente que hoy tiene 20 años de edad o menos no ve la Segunda Guerra Mundial con esa misma repugnancia que sintieron sus abuelos o bisabuelos. Para ellos, la guerra civil yugoslava o la invasión aliada a Normandía son temas perdidos en libros de Historia.

Lo que ven con sus propios ojos es a comunidades de musulmanes consentidas con el dinero que les da el gobierno, exigentes a más no poder, y que tienen derecho a ofenderse y alterar la vida normal de los que no son musulmanes.

Por supuesto, las cosas no se juzgan igual en sentido inverso. La tara cultural del post-colonialismo establece que sólo el blanco europeo, patriarcal y capitalista, puede ser racista; en sentido inverso, no existe la xenofobia. Acaso, existe la resistencia y la reivindicación.

Estamos hablando de que Europa ha generado una nueva generación (que no tarda en ser de alto impacto en las urnas) de ciudadanos que no le tienen demasiado aprecio a la “consciencia histórica”, y menos aún al discurso a favor del multiculturalismo, y que va a enfrentar sus disyuntivas políticas basados en un simple pragmatismo.

Por eso el auge de las derechas. A como van las cosas, parece cosa de tiempo para que vuelvan a conquistar el poder. Tal vez en los años 30’s, justo como en el siglo pasado. Una visión ominosa.

Y por eso el auge del racismo, maldición que no distingue entre los musulmanes que llegaron para reconstruir su vida en Europa, y los que quieren conquistar y someter a la vieja y cansada Europa para imponer las formas más extremas del Islam, incluso contra la aprobación de la mayoría de los musulmanes.

El elemento siempre presente en estos casos, siempre rejuvenecido, siempre renacido, es el antisemitismo.

Otra vez, las nubes de la Historia se empiezan a cerrar sobre las comunidades judías europeas, cuya tendencia demográfica parece dirigirse hacia la extinción. Como si los dos milenios pasados hubieran sido el momento en el que el Judaísmo tenía el chance de echar raíces en ese continente, tan rico de cosas buenas y malas, tan amado como rechazado.

Israel renació justo en este mismo período del que vengo hablando. Eso les dio a los judíos de todo el mundo la opción de mirar hacia un lugar que no fueran los Estados Unidos pero, sobre todo, Europa. Todo el esplendor de las culturas ashkenazí y sefaradí, salvajemente destruido por la barbarie nazi, encontró su segunda oportunidad en la tierra ancestral.

Lo que pocos vieron en ese momento fue que, de uno u otro modo, más involuntariamente que por propio gusto, tal vez Israel haya sido el lento, pero seguro, jaque mate a la historia del Judaísmo en Europa.

Visto el panorama general de la situación, la próxima semana hablaremos de los retos a los que se enfrentan los judíos en ese viejo mundo que vio nacer a grandísimos sabios, biblistas, filósofos, cantores, escritores, músicos, científicos, pero que también se convirtió en la tumba de seis millones de víctimas inocentes.

No es un panorama sencillo, para bien o para mal.

Eso significa que no todo está dicho. Todavía podemos corregir y mejorar.

Pero, lamentablemente, eso también significa que lo más terrible de nosotros mismos, eso que querríamos olvidar, puede volver. Con el mismo odio, con la misma fuerza, con las mismas desgracias.

 

 

 

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